Salvador (Salva) Vicente nació en Corporario, en los Arribes salmantinos, el territorio que inspira su novela, “Lluvia de caramelos”. Una historia ambientada en la Guerra Civil, con Fermoselle –Arribes zamoranos– como escenario principal de la vida del protagonista, un trompetista hecho a sí mismo.

–Nació en Arribes del Duero y vive en Tarragona, ¿es un hijo más de la emigración?

–Pues no lo se. Quizás si hubiera sido catalán me hubiera ido a Salamanca. Estuve primero en Pamplona pero llegué a Tarragona y me gustó el clima. Llevo desde los 18 años y ahora tengo 64.

–Aunque es casi toda una vida presume de no perder la querencia ni el contacto con sus raíces.

–Nunca.

–¿Qué significa para usted la tierra de donde nació?

–Todo, es lo que me nutre. Los recuerdos, la infancia, es lo que me ha hecho ser como soy. El espíritu que tenían mis padres y la gente del pueblo, ese espíritu sacrificado, obediente, hospitalario, gente de corazón. Eso es lo que me ha hecho, de alguna manera, ser como soy y lo valoro mucho. Cada vez que puedo vuelvo al pueblo, donde tengo casa, me gusta mucho la zona del río y ver el poblado del Salto de Aldeadávila por lo que representa. Me gustan las fiestas, el carácter que tiene la gente tan hospitalario, esa tierra me atrae mucho.

–¿Por eso le ha inspirado la novela “Lluvia de caramelos”, ambientada en los Arribes?

–Esta novela surgió porque, entre otras cosas, también soy músico. Conocí a un señor que le llaman “el chupaligas”, un músico muy famoso que andaba por la zona. Todavía vive. Un día me contó su historia; sus padres tenían un circo en Málaga y en un bombardero el 7 de febrero de 1937, durante la Guerra Civil, cayó una bomba en el circo, los mató a todos y él quedó huérfano. Me impactó tanto su historia que decidí escribir sobre ella. He andado en el mundo de la música y hay gente que es de vocación como este hombre.

–¿Qué le llamó la atención?

–Yo le había visto por el pueblo de crío, pero cuando le conocí mas profundamente, este hombre tenía unos 90 años. Me acuerdo que me dijeron los de la charanga, te vas a llevar una sorpresa y cuando llegué y lo vi... Vive solo, se había muerto su mujer y lo vi tan bien vestido. Con un pantalón impoluto blanco, la raya, la camisa como de seda, un sombrero, la trompeta. Me dije, estoy delante de un genio. Ese día no me separé de él, me contó toda su vida. Se ha creado una amistad y su historia me dio pie a imaginarme una novela. Visité la zona de Málaga donde él había estado, toda la carretera de la muerte y he hecho viajes a los diferentes escenarios.

–Que le han llevado incluso a Israel o Francia ¿no?

–Sí, antes estuve en Israel visitando el Santo Sepulcro; de hecho, uno de los personajes de la novela se hace monje franciscano porque esa Orden es la que cuida el Santo Sepulcro y la iglesia de La Agonía. También he estado en Marsella porque hay otro personaje que acaba en la mafia marsellesa. Y visité el Castillo de If, en el que se inspiró a Alejandro Dumas para escribir el Conde de Montecristo.

–Fermoselle es un escenario fundamental donde vive el trompetista, ¿por qué le ha dado ese protagonismo a la villa?

–Porque me gusta el pueblo, lo vi muy medieval. Leí un libro de Manuel Rivera sobre la historia de Fermoselle, cómo habían llevado el agua al pueblo y me sirvió para la novela, al igual que el mundo de la siega, con información recogida de personas mayores. Lo duro que era porque se iban andando desde Zarza de Pumareda hasta Villamayor, se tiraban 45 días. Las dos mujeres que me contaron su historia, una lo hizo para comprarse unos zapatos y la otra para comprar unas sillas porque en su casa no tenían. Escuché muchas historias, como los golpes de calor porque trabajaban de sol a sol, no había médicos y por el hecho de volverse enfermo a casa le colgaban el sambenito de flojo. Había gente que moría, era una vida muy dura. Por ejemplo, para curarse los rasgones de las cañas de paja se orinaban en las manos como un desinfectante.

–Historias de supervivencia hoy asombrosas.

–Claro. Por eso, aprovechando la experiencia y la cultura de todas estas personas, trato de hacer ver, para las generaciones que vienen, lo duro que era la vida entonces y la ilusión que tenían. Las diferencias de clases. Dentro de la novela está la hija del señor de la finca, que estudia en un colegio caro, y las discusiones que tienen las compañeras sobre quién tiene más patrimonio. Y cómo esta chica va a la siega de su padre con los trabajadores y se da cuenta de la diferencia entre clases. Y cómo se enamora del trompetista, pero el padre, que es notario, dice para que haya ricos tiene que haber pobres y en el mar el pez grande se come al chico.

–La novela describe la realidad de un mundo rural muy diferente, que ya no vuelve.

–Por eso trato de reflejar un mundo que quizás se vaya olvidando, pero quiero que quede en la memoria. Mi vida ha cambiado, ahora estoy prejubilado, mi hija me ha traído un nieto y realmente escribo para él; para que cuando tenga 30 años, un conocimiento y una madurez, lea cómo era la vida de mis padres y de los pueblos con los valores que tenían. Hoy la juventud tiene de todo y en general no valora el sacrificio de sus antecesores.

–Esos padres y abuelos representan una cultura y una vida, ¿qué va a ser de todo ese legado?

–Se pierde, por eso escribo y procuro centrarme en esa época. Antes de esta novela publiqué “El perfil de la ilusión”, ambientada enteramente en el mundo del contrabando, la vida rural, el cura, el maestro, mis padres, las bromas que les gastábamos a los novios... Una historia de amor muy bonita, pero con un final duro. Con ello quiero dar a entender que aunque tengas unos valores como la amistad, el amor, cuando tienes la felicidad tocándola con la mano pues ocurre alguna desgracia, el destino es muy caprichoso.

–Habla del contrabando, una de las singularidades de la frontera que marca el Duero con Portugal, ¿por qué cree que un espacio tan inspirador?

–Cuando yo era niño me hice muy amigo de un señor mayor que iba a pescar. Podía ser mi abuelo pero era mi amigo, y un día recuerdo que vimos pasar contrabando. Cuando ya tenía yo unos años más, un atardecer volví a verlo, entonces me esperé y cuando oscureció salté al camino, detrás de los contrabandistas, que eran portugueses y estuve hablando con ellos tan normal. Cuando yo era un niño y pasaba algún portugués se le distinguía por el físico, no vestían como nosotros, iban como un poco más dejados, silenciosos, desconfiados; decías, ése es portugués. Solían venir a las fiestas de los pueblos pero no hablaban. A mi el río Duero y todas las historias entorno a él me han influido mucho.

–Es una vivencia desde la distancia porque Tarragona le queda lejos.

–Pero siempre vuelvo al pueblo y tengo la misma sensación, placentera. Donde ahora está el embarcadero de Aldeadávila, eso era de mi abuela, lo llamábamos el monte porque ni las cabras entraban y yo iba de niño con mi padre a cortar leña. Había una barca de un portugués y se oía el motor, taca taca taca, que hacía eco. El hecho de que el río fuera frontera y ver en la otra orilla gente que era como yo, pero que era otro mundo, a mi aquello me fascinaba. Otra cosa que me encanta, y todavía lo hago, es ver las luces de los coches por las carreteras por la noche. Cuando era niño me llamaban muchísimo la atención las luces; aquí en las bodas o bautizos tiraban cohetes y cuando llegaba el verano veía a los portugueses que tiraban fuegos artificiales, veía las figuras y decía, qué país. Me encanta Portugal, su música, los fados, el paisaje.

–¿Cómo ve el futuro de un territorio aquejado por el mal de la despoblación?

–Yo lo veo enfocado al turismo, aunque ahora se le está dando más valor a la agricultura, la materia prima. La gente se está concienciando de las pequeñas tiendas y negocios, y creo que se empieza a valorar el atractivo que tiene la zona. Pero creo que hay que ser honrado, dar calidad, que los precios sean justos y no aprovecharse de la gente,

–El Parque Natural, Reserva de la Biosfera, ¿no cree que eso a veces se queda en un cartel?

–Puede ser, pero la zona tiene un atractivo por sí mismo. Gracias a mi primera novela yo sé que ha ido gente a ver Arribes, por los paisajes. Y ahora parece que está muy presente en los medios de comunicación, como por ejemplo con el programa de Jesús Calleja. Es un territorio que tiene mucho tirón y eso es un gran valor para el futuro.