Los vecinos de Ribadelago Nuevo están hartos de la falta de servicios básicos. Ni abastecimiento, ni saneamiento, ni depuración, ni médico, ni limpieza de calles, ni reposición de alumbrado, ni mantenimiento de viales, ni televisión, ni internet, ni control de las vacas que andan sueltas por el pueblo. Y sin museo de la memoria.

Unos 50 habitantes viven en estas fechas en el pueblo, aunque aún quedan residentes de las ciudades que se preparan para volver a su residencia habitual después de pasar una larga temporada en el pueblo por la situación sanitaria de COVID-19, como precisan.

La grave falta de servicios básicos como el agua, que no se puede beber, no sirve para lavar y es un foco de suciedad, aunque se pongan filtros, va unido a que “el 90% de la riqueza lo genera el Lago y el retorno de esa riqueza para el pueblo es cero”. “El turismo viene al Lago y a Ribadelago a conocer el pueblo y toda la tragedia” afirman los vecinos.

La tragedia actual es la larga lista de deficiencias que traslada el grupo de vecinos que la mañana del miércoles se reúne en el paseo del Tera. La emblemática calle desde la que se ven las corrientes, las crecidas del Tera y las aguas residuales que vierten al río. Las primeras aguas que no circulan por el taponamiento de las rejillas son las de las lluvias, que se embalsan en la calle por la acumulación de las hojas. Pedro, uno de los vecinos, limpia una de ellas para que se vea cómo la falta de conservación perjudica a las viviendas colindantes.

Captación de agua junto a un colector de agua sucia.

Detrás del muro y unos metros por debajo de la calle, a pie de cauce, discurre el trazado de uno de los ramales del saneamiento que recoge las aguas de todo el barrio, desde la plaza. Una obra mal ejecutada en los años 90, cuando se desarrolló el saneamiento integral del Lago de Sanabria. Seis millones de euros, mil millones de pesetas de la época. Mal ejecutada no es una valoración subjetiva, es la realidad que vivió y corrobora uno de los trabajadores de la obra y vecino del pueblo.

El cobro de los servicios, tras la aprobación de la ordenanza de abastecimiento, saneamiento y depuración del Ayuntamiento de Galende, ha sido el detonante de la protesta generalizada. “Nadie se niega a pagar pero que nos den agua en condiciones y haya una depuración. En el siglo XVIII nuestros antepasados bebían el agua más limpia” manifiestan los vecinos.

Las tapas de registro y el colector de aguas residuales paralelo al río, y por debajo de la cota de la depuradora, son un foco de olores inaguantable en verano. Algunos vecinos sellan con terrones (en dialecto sanabrés) –hierba y tierra- las tapas para mitigar los olores.

El agua sucia del colector alimenta el depósito agua limpia, para consumo humano. Beber, no la beben; lavar la ropa blanca, como si no se lavara; ducharse, sales como si no te hubieras duchado; los dientes, con agua embotellada.

Esta imposibilidad de usar la red de abastecimiento para consumo humano radica en que la captación de agua del río Tera recoge el agua del cauce unos metros por debajo del tubo que a escape libre tira agua al río, por debajo de la salida de la depuradora. Nadie se fía del agua y menos desde que en las ciudades se analizan para detectar la presencia de coronavirus.

En Ribadelago no se sabe si se analizan las aguas de la depuradora y si hay restos del virus. Pero este agua nadie la bebe del grifo desde hace décadas. “Con la cantidad de agua que tiene Ribadelago, que viene por su peso, y tenemos que ir al pueblo viejo o a San Juan a buscar agua de la fuente” denuncia el colectivo vecinal.

Grifo envuelto con una gasa.

En una de las viviendas, una vecina tiene vendada la salida del grifo, es el filtro que ha colocado para evitar la salida de impurezas, unas impurezas que colorean de negro la venda. “La ropa blanca sale peor de los que entra en la lavadora”, describe gráficamente una de las residentes. En el otro extremo hay días que el agua “sale blanca de la lejía –por el cloro- que trae”.

“Si esto es Parque Natural, hay que cuidarlo” sentencia uno de los vecinos ante los atropellos medioambientales que denuncian desde hace años con las aguas residuales del pueblo.

Hay vecinos mayores que no van al médico desde hace meses, desde que se suspendieron las consultas presenciales. “El que tiene coche y puede, baja al hospitalillo de Puebla –término con el se refieren al Centro de Salud comarcal– pero hay personas muy mayores que no van”.

“Nosotros no somos de Castilla y León o eso parece” dicen al denunciar los problemas para ver la televisión, y en concreto algunas de las cadenas privadas. A esto hay que sumar que “no tenemos ni Internet” y eso que explican que la fibra óptica se instaló en la central de Moncabril a través de la red de Alta Tensión. Esa es otra afrenta, embalses y centrales que producen ingresos al Ayuntamiento y que no revierten en el pueblo que los genera y que sufrió todo tipo de ocupaciones y expropiaciones.

Y las vacas de una de las explotaciones locales, denunciadas en repetidas ocasiones ante la Guardia Civil, son las reinas de las calles del pueblo nuevo, de los jardines y, según dicen, de los repollales de la Retuerta donde engordan a costa de los hortelanos.