Antes de realizar esta entrevista, el sacerdote Héctor Galán iba a Roelos. Allí tocaba la misa semanal pero, con solo tres feligreses, optaron mejor por un animado rato de conversación y el rezo del Ángelus. “Eso también es evangelizar”, defiende este párroco con 12 pueblos a su cargo. Natural de Alcañices y apasionado de la cultura tradicional, Héctor Galán lleva dos años en Sayago y dice sentirse “feliz” en una comarca con tan fecundo acervo etnográfico. Por eso cuando llegó a Almeida apoyó el Aula de Música y Tradiciones, un proyecto impulsado por el Ayuntamiento que ha permitido recuperar y fortalecer bailes y cantos tradicionales. Al igual que el diálogo con los vecinos, para Héctor Galán estas actividades también enriquecen una labor pastoral que en el mundo rural pasa mucho por acompañar, escuchar, colaborar. Todo ello adquiere especial significado en tiempos de pandemia.

–A diferencia de la primera oleada, ahora el COVID está golpeando a los pueblos, ¿cómo lo está viviendo?

–Hay pueblos muy afectados. En Salce en una semana he enterrado a un matrimonio. Es un drama, ha sido la sensación más dolorosa que he tenido desde que soy cura. En plena pandemia no se me olvidará nunca el primer funeral que hice, aquí en Almeida; estábamos cuatro personas y el difunto, sin el calor de nadie, enterrado en la más estricta soledad. Nuestra tarea es transmitir que en la presencia física del cura está toda la comunidad, yo represento a todo un pueblo que está con la familia. Es la compañía y la cercanía tan necesarios en esos momentos.

–¿Cómo se puede asimilar el hecho de enterrar a un ser querido sin el aliento de familiares, amigos y vecinos?

–Pues mal, la gente queda muy tocada. En todos los casos he enterrado a personas mayores, muchos con patologías previas, pero eso no resta dolor a sus familias, que en la época más dura de la pandemia han tenido que enterrar a su padre o su madre casi solos. Una vez que abrimos las iglesias, he procurado celebrar la misa por esas personas que se fueron, recordarlos, de corazón a corazón, y darles la despedida que merecían. Porque no merecían enterrarlos de esa manera.

–¿Esta crisis nos va a hacer más sensibles socialmente?

–Creo que no, ¿en qué, ha mejorado la humanidad?, por desgracia la consecuencia va a ser negativa. Creo que hay aspectos de nuestras relaciones humanas que no van a volver. Si ves ahora la imagen de todo el mundo abrazándose en una película o un acto multitudinario antes de la pandemia, es que parece que es de otro mundo. Piensas, así éramos nosotros.

–¿Y el mundo rural cree que pueden cambiar, confía en esa corriente que sitúa a los pueblos como un lugar más habitable?

–Me encantaría que después de la pandemia el mundo rural fuera un lugar posible para quedarse, pero sobre todo que se dejara de ver con un sentido peyorativo. Los pueblos no se acaban. Soy cura hace 13 años, siempre he estado en el mundo rural y no he visto el fin de ninguno.

–¿Cómo se organiza para tener atendidos a todos pueblos?

–Intento visitar cada una de las parroquias cada diez o quince días y me apoyo mucho en la labor de los celebrantes de la palabra, un grupo de laicos que colaboran con la pastoral y dirigen la oración en la iglesia los domingos que yo no voy. Es un proyecto que nació en Zamora, muy valioso y efectivo, tanto que ha habido momentos con más celebrantes que curas.

–Los párrocos rurales conocen muy bien la realidad de los pueblos y usted nunca se ha movido del mundo rural, primero en Aliste y ahora en Sayago. ¿Es tan preocupante como se pinta?

–La despoblación es un tema que se ha puesto de moda, parece que es ahora el único momento histórico en el que los pueblos se ven vacíos. Creo que esta realidad tiene una razón de ser, y es la visión peyorativa que se ha tenido de la vida del pueblo durante mucho tiempo. Esa idea de que se quedaban los que no valían y era un logro que la gente se fuera a la ciudad ha calado erróneamente. Por qué ahora esa obsesión por el mundo rural, no le encuentro sentido cuando esto lleva así muchísimo tiempo.

–¿Qué solución tiene?

–Para vivir en un pueblo tienes que tener un trabajo. Hasta que no entendamos que solucionar el problema de la despoblación es ofrecer oportunidades a la gente que quiera quedarse y que esas oportunidades no solo sean campo u ovejas, que también, creo que no avanzamos. Tenemos que entender que, dadas las circunstancias actuales y cómo está el mundo de las telecomunicaciones, el teletrabajo es posible, se puede trabajar en una ciudad y vivir en un pueblo. Lamentablemente ha tenido que venir la pandemia para hacernos ver esto.

–¿Es real esa mirada a los pueblos como espacio para vivir o más bien una moda pasajera?

–Tenemos que perseguir el objetivo de la permanencia, que los pueblos no solo sean para las vacaciones del verano y ni mucho menos pensar que quienes van a levantar el medio rural son los que vienen de fuera. No es así, el mundo rural lo vivimos y lo sostenemos quienes estamos todo el año. Hay quien piensa que a los pueblos los va a salvar solo el turismo. En mi opinión lo salvan las iniciativas públicas que apuesten por ofrecer posibilidades reales de trabajo, apoyar a los emprendedores, y sobre todo creatividad. No puede ser que una persona esté dos años esperando las licencias para iniciar un negocio, como yo he conocido. La burocracia es lentísima. La iniciativa es del sector privado pero con un apoyo de las instituciones públicas, al menos que no pongan zancadillas. Eso sería una apuesta real. Y por parte de los ciudadanos, creatividad para lanzarse a comenzar los proyectos.

–¿Realmente cree que hay personas con voluntad real de quedarse en el pueblo?

–Creo que sí, hay gente con ganas de venir a los pueblos. Desde febrero en Almeida se han vendido cinco casas. Esos son datos reales y no teoría. Yo le doy muchas vueltas. Insisto, no es la idea de que vivir en un pueblo se convierta en pasar el fin de semana o las vacaciones. Hay que reivindicar al que se queda, los itinerantes y los mediopensionistas, no resuelven la viabilidad de los pueblos.

–¿Eso se lo aplica a la Iglesia, van a seguir apostando por la presencia en los pueblos, por pequeños que sean?

–Los curas sí apostamos por el pueblo. Hemos vivido la batalla de los consultorios cerrados y de tantos servicios que se pierden; nosotros hemos cerrado las iglesias cuando no nos ha quedado más remedio, hay pueblos donde el único que va es el cura. Colegios, sanitarios, instituciones, tienden a reorganizarse y a centralizarse, los curas no. Vamos a seguir apostando por los pueblitos, por supuesto, la iglesia no se cierra. La presencia del cura seguirá mientras haya un cristiano. Además la iglesia siempre apuesta por lo pequeño.

–El gran inconveniente es que cada vez son menos.

–Nos multiplicamos, por eso no hay problema. Es verdad y la realidad se impondrá seguramente, pero estamos ahí a la expectativa. Esperamos al obispo nuevo, iremos viendo, pero mientras estemos curas que vivimos y creemos en el mundo rural y en lo pequeño seguiremos dando el callo con toda la energía.

–¿Aunque sea sustituyendo una misa por un agradable rato de conversación?

–Sin duda. Hay veces que aunque no tengo misa sigo yendo al pueblo a visitar a personas, aunque ahora es más complicado. Pero la conversación o un paseo por el pueblo también es tarea del cura, que te vean, que te preocupas y te interesas por sus cosas. No soy de los que llego, celebro y marcho.

–Especialmente cuando hay tantas personas mayores solas.

–La soledad es un hecho y hay algunos casos con mucho drama, hay muchísima gente sola y estamos pendientes, por supuesto. Para intentar controlar a esas personas vamos haciendo redes de colaboradores; yo cuento con vecinos en cada pueblo que me dicen, vete a ver a esa persona, llévale la comunión o a fulanita le han ingresado, pues coges el teléfono o te acercas por si necesitan algo. Y en el confinamiento igual. Mi coche está disponible si alguien necesita una compra, lo que sea.

–¿Y ha sido necesario?

–Sí, hacer la compra, encargos, sin problema. En mis años de cura he hecho de todo, hasta llevar dentaduras a arreglar.