Entierro del cura don Miguel en Bercianos de Aliste, 1971. | Rafael Sanz Lobato

Ramo de la Noche de Ánimas de Pobladura de Aliste, de otro año. | Ch. S.

La festividad de Todos los Santos ha sido históricamente una de las fechas más importante y llenas de sentimiento para los devotos en la antigua Vicaría de Aliste del Arzobispado de Compostela y el hoy Arciprestazgo Alistano de la Diócesis de Zamora, cuna de cientos de misioneros por África, Asia y América.

Noviembre era y es el mes de los difuntos y nadie como los alistanos recuerdan y honran la memoria de su antepasados profesando devoción y culto. Los pastores solo bajaban a cenar y a actos religiosos al pueblo tres veces al año: Miércoles Santo (confesarase), Noche de Ánimas porque no era día de andar sólos y el 24 de diciembre para ofrecer “La Cordera” de Nochebuena.

Uno de los rituales más importantes, propio de los entierros y que se mantienen hoy día tanto en los cortejos fúnebres como en Todos los Santos es “encordar” el toque de difuntos. Sencillo pero contundente, hiela la sangre en las venas, a ritmo lento, sin prisas pero sin pausas, con dos toques en alternancia, primero la campana grande, luego la chiquita, y simultáneamente las dos a coro cerrando el rito.

La “lumbre de ánimas” era la costumbre más extendida para mantener la luz en la noche de tinieblas más triste del año en “el sagrao”, la plaza de la iglesia.Los mozos (solteros de más de 14 años tras pagar la “media”) la hacían por la tarde con el ritual de “arrecadar la leña”. Dependiendo lo que había en cada pueblo se cortaba una encina, fresno, aliso o roble o en su caso se arrancaban cepas de urz (brezo), piornos, escobas y jaras. Ellos mismos montaban “la carruna”, con una salvedad, los carros no llevaban vacas, sino que eran arrastrados por una pareja de mozos tirando de la iceda y el resto empujando detrás. La concesión del árbol por el concejo era un privilegio otorgado por encordar durante toda la noche de ánimas, hasta el amanecer.

En Riofrío solían ir a los parajes de Tozalfreno, Vaderrodrigo o Las Carrasqueras a buscar el roble o encina. Las ramas se utilizaban para hacer la lumbre y el tronco se subastaba. En Valer la mocedad recibía dos alisos de la ribera del río Frío para la subasta, sin embargo para la lumbre se iban a buscar jaras a “Reta Moldones” y urces al “Serrico”.

En Nuez, según recuerdan las abuelas, “se colocaba el tumbo y los hombres en la tribuna cantaban las epístolas. Los mozos traían la leña del Carbayal y hacían la lumbre. En la procesión, cada noche de novena se llevaba una cesta con velas o farol y se ponían en las sepulturas mientras se rezaba”, esto cuando el cementerio estaba junto a la iglesia.

Camino ya de los 94 años, nació el 29 de enero de 1926, es Tomás Castaño Fernández, uno de los últimos testigos vivos de los años 30 y 40 del siglo XX con la superstición y la Santa Compaña en pleno auge. Recuerda hoy al calor de la lumbre su infancia de pastor en Alcorcillo: “Yo solo era un rapaz que se dedicaba a cuidar las ovejas de mi padre, me sobraba tiempo para mirar y observar. El 1 de noviembre los mozos de Alcorcillo salían con los carros, pero sin vacas, al monte La Solana para recoger cepas de urz y leña gorda de robles que le había dado el ayuntamiento. Llevaba dos o tres carros y una vez cargados de leña volvían para el pueblo, dos tiraban delante enganchando un palo cruzado a forma de yugo en la iceda del carro, los otros iban empujando detrás, cantando y dando voces para anunciar su llegada”. Según recuerda Tomás Castaño: “El día anterior los mozos, habían comprado cuatro o cinco castrones. De ellos uno se mataba y se vendía en libras, más o menos medio kilo, a los vecinos del pueblo y los otros se asaban para comerlos juntos junto a la lumbre, hombres y mujeres, niños jóvenes y mayores juntos. Con lo que se sacaba de la venta de uno y las pieles de todos daba para pagarlos todos”.

Recuerda Tomás la sobrecogedora Noche de Difuntos: “Desde las 12 de la noche hasta la mañana siguiente las campanas estaban encordado sin parar. Los pastores estábamos durmiendo en el chiquero con las ovejas y se oían encordar a la vez las campanas de Alcorcillo, Tola, San Juan del Rebollar, Sejas, Santa Ana y Alcañices. Daba miedo, se te ponían los pelos como escarpias, pues desde niños nos habían dicho que esa noche las almas en vela andaban por los caminos”.

El día 2 de noviembre (día de Difuntos) la procesión iba desde la iglesia hasta el cementerio, al oscurecer, los hombres con la capa parda alistana y las mujeres con mantón de paño negro y negro pañuelo, portando cada uno un hacha encendida tras el mayordomo y el juez de la cofradía de la Santa Vera Cruz que abría la comitiva con la cruz parroquial y la pendonilla de luto utilizadas en los entierros.

La creencia popular alistana estaba llena de supersticiones y de leyendas en la “Noche de Ánimas”, pues se creía que bajaban las almas de los fieles difuntos y vagaban errantes por los caminos, por lo cual se evitaba salir. Se temía a la Santa Compaña.

En la Noche de Ánimas la familia se sentaba a la mesa y una vez terminada la cena se colocaba sobre ella un mantel de blanco lino y sobre él la hogaza de pan de la que habían cenado los familiares, una cazuela de barro con lomo, jamón y chorizo y junto a ello una vela. Si las almas de los familiares fallecidos regresaban se marchaban contentos al ver que se les recordaba, de lo contrario se iban tristes.

La novena se iniciaba el 24 de octubre y finalizaba el 2 de noviembre con con la Licencia y Ramo. Las licencias más antiguas que se conservan datan de cuando se enterraba dentro de la iglesias. Uno de los pocos pueblos que ha mantenido viva hasta los últimos añoS ha sido Pobladura de Aliste.