De vez en cuando Pepe Ramos coge el coche, recorre las calles de Gema, Madridanos o Caseseca de las Chanas y pasa por las casas donde, siendo un chaval, iba dejando la hogaza con la bicicleta cargada de 25 ó 30 kilos de pan. “Me gusta recordar” cuenta este arquitecto del Estado, testigo excepcional de la Transición y benefactor de su pueblo, Moraleja del Vino, por el que no dudó en utilizar su influencia para mejorar el bienestar de sus vecinos. Bajo su responsabilidad se llevó a cabo el gigantesco programa de modernización de edificios oficiales en la recién estrenada democracia, la gran reforma de embajadas en todo el mundo, la construcción de la aduana cuando se levantó la verja de Gibraltar o la apertura del testamento de Dalí. 

El “eterno” subdirector general de Patrimonio del Estado (sobrevivió a gobiernos de todos los colores), nunca se olvidó de los suyos y Moraleja reconoció su generosidad dando su nombre a una avenida y al frontón municipal. Hijo de Felicísimo y Catalina, panaderos, José Ramos Illán (1939) era el pequeño de seis hermanos. Un brillante estudiante que, a base de becas y esfuerzo, llegó a lo más alto de la Administración del Estado.

–No se antoja fácil la salida del pueblo para estudiar una carrera en aquellos complicados años de la posguerra.  

–Hasta los 14 años estuve en la escuela de Moraleja y me examinaba como alumno libre en el Claudio Moyano para hacer los cursos de Bachillerato. Dejé de estudiar porque no había posibilidades económicas en mi familia para desplazarme a Zamora y trabajé en la panadería de mis padres vendiendo pan por Casaseca de las Chanas, Gema, Madridanos ... Estaba predestinado a ser panadero como mis hermanos, pero el maestro decía, hay que hacer algo con este chico. Por fortuna, con la ayuda de un familiar me pude ir a Zamora y reanudar los estudios. En tres años simultaneé Bachillerato y Magisterio y a los 18 terminé las dos cosas porque hacía los cursos de dos en dos.

–Ya apuntaba maneras hacia su brillante trayectoria profesional, ¿cómo fue el salto a Madrid?

–A los 18 años conseguí una beca del Ministerio de Educación y me fui a Madrid a estudiar aparejador. Oposité a Hacienda y me destinaron a Gerona. Allí empecé a trabajar y a estudiar Arquitectura en la Universidad de Barcelona, y cuando terminé oposité de nuevo al Cuerpo de Arquitectos de la Hacienda Pública. Obtuve el número 1 de mi promoción y me destinaron a la Dirección General del Patrimonio del Estado en Madrid, donde empecé mis primeras obras.

–Una carrera prometedora en un momento trascendental en la historia de España como era la Transición.

–Sí. Yo estaba en el momento oportuno en el sitio oportuno porque la Constitución del 78 creó nuevos órganos constitucionales, que no existían y era preciso también ampliar los existentes, como el Congreso de los Diputados. Entonces se elaboró el más gigantesco programa de construcciones oficiales, un plan de diez años que me tocó dirigirlo a mí. Esa ha sido la fortuna de mi vida, poder estar al frente de proyectos majestuosos como la ampliación del Congreso, el Senado, la construcción de la sede del Defensor del Pueblo, el Consejo General del Poder Judicial, la restauración del Tribunal Supremo, la Audiencia Nacional, la Intervención General del Estado o el Organismo Nacional de Loterías.

–Una responsabilidad enorme, lidiando con las más altas autoridades del Estado y prácticamente en los inicios de su carrera.

–Sí. Estas grandes obras cuentan con equipos multidisciplinares y yo era subdirector general de Patrimonio del Estado, el máximo cargo administrativo no político. Yo tenía jefes políticos, empezando por la época de Adolfo Suárez pasando por Felipe González o José María Aznar, generalmente con los ministros de Hacienda.

–¿Cómo llega a alcanzar esa enorme responsabilidad?

–Creo que llegar a ser el número 1 de mi promoción debió de ayudarme mucho porque cuando pensaron en ese gigantesco plan me lo ofrecieron inmediatamente. Todo empezó con Miguel Boyer como ministro de Hacienda, era la primera etapa del PSOE y a la Constitución había que dotarla de todos los mecanismos. Eran obras faraónicas de 5.000 ó 7.000 millones de pesetas en una época de una bonanza presupuestaria. El programa de modernización fueron unos 100.000 millones de pesetas.

–Habla de obras que asustan, ¿tuvo ofrecimientos tentadores al margen de la ley?

–Creo que lo gestioné bien, sobre todo con muchísima honestidad porque lo llevaba inculcado de mis padres y por eso dirigía los grandes equipos. En mi conciencia el control del dinero con honestidad era la regla de oro.

–Hemos conocido tantos casos de corrupción en el ámbito urbanístico que tranquiliza mucho su declaración.

–No se si me di a conocer con tanta claridad que creo que ni lo intentaban. Los proyectos y direcciones de obras eran de todo mi equipo, con concursos absolutamente transparentes. He sido muy escrupuloso en mi trabajo, me siento muy orgulloso por lo que me enseñaron mis padres. El dinero público para mi era sagrado. Y esa convicción me permitió hacer todo esto.

–También dio el salto a Bruselas, ¿qué trabajo desempeñó?

–La Comunidad Europea había nacido con una pequeña sede en Bruselas que se amplió, pero cuando se sumaron más Estados había que construir otro gran edificio. Cada uno de los países hacía una aportación y se nombraba un representante para controlar el gasto, y por España fui yo. Cada país aportaba una cuota en función de su PIB y en Bruselas se hizo un edificio gigantesco presupuestado en unos 250.000 millones de pesetas.

–Es revelador que sobreviviera a todos los gobiernos en un puesto tan fundamental.

–A todos. Los primeros trabajos fueron con Adolfo Suárez. En esos primeros años de la democracia la presidencia del Gobierno estaba en Castellana 3, pero había muchos problemas de seguridad y se consideró el traslado a La Moncloa. Hubo que acondicionar aquello como nueva sede de la Presidencia del Gobierno y el Consejo de Ministros. Luego vino Calvo Sotelo, que fue muy efímero, y después Felipe González con el ministro Boyer, que es el momento en que se implanta el IVA. Al principio fue como un tiro, sobraba el dinero por todas partes. El gran desarrollo y la modernización de los edificios del Estado se produce con Miguel Boyer y luego con Carlos Solchaga. También trabajé con Rodrigo Rato, ya con el gobierno de Aznar.

–Con Calvo Sotelo, en el año 1982, fue testigo directo de la apertura de la Verja de Gibraltar, ¿cómo fue su intervención?

–Sí, el poco tiempo que estuvo me hizo el encargo de la aduana porque negoció con Margaret Thacther la apertura de la Verja. Nadie lo esperaba. No había aduana ni nada. Iba todos los jueves a Gibraltar porque era una obra urgentísima debido al pacto.

–Un periodo esplendoroso para un arquitecto al frente del patrimonio del Estado.

–Era una época de una gran bonanza presupuestaria. También el Ministerio de Asuntos Exteriores desarrolló un gran programa de modernización de embajadas porque muchas se habían quedado obsoletas. El plan lo dirigían ellos, pero el dinero era de Hacienda y había que controlarlo; pues ahí estaba yo también. Viajé por prácticamente todos los países del mundo y mi función era el control económico. Fue un trabajo muy gratificante. Yo era el eterno subdirector general de Patrimonio del Estado. Se sucedían los políticos y yo seguía.

–¿Qué recuerda de ese gran programa de las embajadas?

–Fue Francisco Fernández Ordóñez al frente del Ministerio de Asuntos Exteriores quien se dio cuenta del mal estado en el que se encontraba la representación diplomática de España. Era un hombre de mucho prestigio y muy listo que afrontó grandes obras de mejora en las embajadas. Para ello nombró director general de Servicio Exterior a un interventor de Hacienda y a mi para controlar cómo se gastaban el dinero los diplomáticos.

–Si tuviera que destacar algún político o colaborador, ¿con quién se quedaría?

–Cuando me quiero dar a mi mismo un baño de vanidad pienso que fui cinco años la mano derecha de Pablo Isla, actual presidente de Inditex, un crak mundial. Abogado del Estado, número 1 de su promoción, apenas tenía 30 años cuando Rato lo nombró director general de Patrimonio del Estado y yo ya estaba de subdirector. Él era un gran jurista y yo un técnico, hicimos un tándem maravilloso.

–¿Y entre los políticos de primera línea cómo era la relación?

–Para empezar nunca supo nadie a quien votaba. Yo respetaba hasta las últimas consecuencias al político que estaba de jefe, siempre que trabajáramos con honestidad, limpieza y transparencia.

–Tampoco se libró de los más grandes eventos organizados por España, como la Expo de Sevilla y las Olimpiadas de Barcelona.

–Creo que saber gestionar el dinero hizo que el gobierno me nombrara representante en la Expo de Sevilla y la Olimpiada de Barcelona para controlar el gasto. Siempre he tenido grandes colaboradores.

–A esos años de bonanza se siguió la gran crisis de los 90, empezaron a saltar escándalos de corrupción en asuntos de construcción y urbanismo, ¿cómo vivió la emergencia de los espabilados?

–Los espabilados vinieron después. Era muy difícil colarle un gol a Fernández Ordóñez o a Boyer. Luego vinieron épocas peores, pero esos gigantescos programas ya estaban terminados.

–Otro momento histórico que vivió en primera persona fue la apertura del testamento de Dalí.

–Cuando muere Dalí hay que abrir el testamento en Figueras y el Gobierno nos designó a un abogado del Estado y a mi como representantes. Aquello fue un shock porque en Cataluña, con Jordi Pujol, estaban convencidos de que la heredera será la Generalitat y resultó ser el Estado español. Aquello fue un cataclismo, cómo veríamos de tensa la situación que esa noche llamamos a la Guardia Civil para que custodiara los bienes porque sospechábamos que podía ocurrir de todo aquella noche. Y para superar aquella situación se creó un patronato para que algunas obras quedasen en depósito en Cataluña. Y se hicieron dos pequeños museos en Cadaqués y Púbol donde depositar las obras.

­–En la recta final de su vida profesional dio el salto a Radio Televisión Española, ¿por qué ese cambio?

–A un amigo mío lo nombraron interventor de RTVE y me ofreció ser Director de Patrimonio, Obras e Infraestructuras de la Corporación. Me apetecía el cambio, estuve 7 años, de 2002 a 2009, y faltando un mes para jubilarme estábamos haciendo una obra para el Instituto Oficial de RTVE y vi una cosa rara. Me negué a firmar una revisión de precios salvaje que se había pactado sin mi conocimiento. Aquello era una cacicada que no pasé. Después de haber controlado obras faraónicas me encuentro con esta chapuza de dos amiguetes. Me fui.

–En esa etapa de televisión conoció a la actual reina Letizia, cuando era periodista.

–Sí, me pareció muy lista desde que me la presentaron. El contacto fue porque había que hacer una mejora de la zona de Servicios Informativos. Hice el proyecto y se lo pasé al director de los Servicios Informativos, Fran Llorente, para que reuniera a los periodistas y analizaran los aspectos funcionales. Con el proyecto dado por definitivo se lo fuimos a enseñar al director general; saco los planos, los empiezo a exponer y de repente Letizia toma la palabra y se pone a explicarlo con una brillantez y un conocimiento que me dejó perplejo. Me comió el terreno de una manera ... (Risas).

–Y Moraleja siempre en su memoria y echando una mano en lo que pudo por su pueblo.

–Es verdad que utilicé mi poder para ayudar a mi pueblo. ¿Había que hacer campo de fútbol?, pues a buscar la subvención del Consejo Superior de Deportes; ¿una residencia con plazas concertadas?, al Imserso, la obra del Ayuntamiento, el tejado de la Iglesia, el servicio. He puesto mucho “tráfico de influencias” por mi pueblo y eso me ha hecho muy feliz, especialmente por mis padres, Felicísimo y Catalina. Mi madre era analfabeta, sabía a duras penas leer y fíjate si tenía interés en aprender que yo le compraba el ABC para que leyera algo.

–¿Fueron conscientes de donde llegó, de su éxito profesional?

–Supieron que fui el número 1 de la promoción. Una vez un vecino de Moraleja vio que en un enorme cartel del Congreso de los Diputados ponía: arquitecto, José Ramos Illán. Se lo contó a mi padre y se quedó sorprendido. Un panadero con 6 hijos, mi madre casi analfabeta y que yo llegara tan alto. (Se emociona).