Fermoselle es una villa ligada a la agricultura y a la ganadería desde los primeros pobladores, y además transfronteriza, con sectores como el vino, el aceite, el licor, la fruta y la horticultura enraizados desde siempre, de modo que pocos otros núcleos de población pueden mantener vivos o arrinconados tantos objetos y aperos de labor, o de trasiego de animales o de caldos, de recogida, de transporte, de medición, de conservación o de almacenaje de productos. Si a ello se suman los domésticos, los académicos, los relacionados con un territorio de guerras y ciscos, los recreativos, los taurinos, los cinegéticos e incluso recursos proporcionados por la naturaleza, como los minerales, el resultado es un impresionante Museo de la vida y de la historia.

Si se añade que los promotores del acopio de tal arsenal de aperos y guías son dos enamorados de la tierra, de la tradición y de la palabra, como José Montero y Roberto Fariza, el visitante que cruza las puertas de esta macroexposición sale de las salas con la impresión de que ha contemplado y comprendido en una clase la trayectoria del mundo rural desde la época de los castros, pues también los molinos de piedra, movidos a mano, tienen aposento en los adentros de la copiosa galería.

Todo está colmado de piezas, el suelo y las paredes, y hay cabida para medios de transporte, herramientas, útiles y artes de toda dimensión. Más artilugios de caza, juegos y lo impensable. Fueron seis meses de intenso montaje en lo que fuera un gran almacén de vino. Lleva año y medio abierto y sigue recibiendo elementos que son rescatados del olvido para seguir presentes y en la memoria.

Si todo tiene su identidad y valor, son llamativos un tractor con motor Barreiros, un surtidor de combustible de hace 125 años, una máquina de radiografías del año 1904, la colección de medidas de peso y de capacidad y, para los detallistas, una diversidad y pluralidad de utensilios que dan fe del sello de Fermoselle. También llama la atención del visitante la cuna de llevar al bebé a la viña, la máquina de hacer chorizos de madera, los cascos de trabajar en los saltos, una lanza romana, grilletes y hachas de la edad media, la urna donde se votó la segunda república, las rocas y minerales de la zona y que los geólogos gustas de ver y tener tan a la vista y a mano. Una mirada serena a la muestra revela el modo y la forma en que las generaciones salieron adelante que, vistas las herramientas, lo hicieron con sudor. Por estas piezas se entiende que la fraguas y los comercios de mil cosas formaran parte de los pueblos.

Todo está ordenado por secciones: agricultura, ganadería, el hogar, los juegos infantiles, la bodega, la siega, las medidas de capacidad, las de peso, la iluminación, la guerra civil, la carpintería, la caza, las llaves que abrieron y cerraron puertas de viviendas y bodegas durante generaciones. Hasta uno puede retrotraerse a un salón de los abuelos y ver la humildad con la que vivían.

Montero y Fariza, que ven cumplido un sueño, explican el pasado a través de elementos presentes cuyo desgaste evidencia que rindieron cuentas sobradas a mano de sus dueños.

El Museo Etnográfico es este verano uno punto de visita más en Fermoselle, con una media de 25 personas diarias, pero que han llegado hasta casi un centenar.

Visitantes en verano una media de 25 personas, llegando un día a entrar 85 personas.