“En aquellos veranos en el pueblo las horas muertas acababan siendo pura diversión y la escasez se convertía en riqueza a base de ingenio...”. Sergio Aguilar apenas necesitó 15 minutos para escribir un evocador relato sobre su vivencias de niño en Carbellino y a la vez sintió la necesidad de contar al mundo por qué está orgulloso de sus raíces rurales y por qué “es un lujo tener un pueblo”.

Entonces hizo un vídeo, lo transportó a la web (a través de su cuenta en Instagram @buenajera) y fluyó como la espuma (en poco más de un día más de 1.700 visitas). “No creo que haya muchos lugares donde uno pueda tener tantas experiencias genuinas como en un pueblo... Si lo cuidáramos bien y lo potenciáramos sería la bomba” cuenta Sergio.

Porque tras esa imagen idílica late una realidad de la que este sayagués no huye. “En la práctica hay mucho por mejorar porque los pueblos han sido olvidados por las administraciones e incluso abandonados en dotaciones y servicios que son imprescindibles para poder sobrevivir en el siglo XXI”.

La realidad es incontestable, con un servicio tan preciado como la sanidad en el punto de mira o deficiencias con las nuevas tecnologías que frenan los intentos de instalarse en el pueblo o el paso cada vez más distanciado de los carteros. “Nuestros políticos a nivel nacional no pueden lamentarse por la España vacía y consentir a la vez la desigualdad de oportunidades en el mundo rural; los pueblos han sido abandonados en servicios y discriminados respecto a las zonas urbanas” cuestiona Sergio Aguilar.

Ahora que la pandemia del COVID 19 gira la mirada hacia la tranquilidad, los espacios abiertos y la naturaleza, huyendo de la masificación, “la gente se empieza a dar cuenta del lujo que es tener un pueblo, pero no debemos caer en el idealismo y el postureo porque los pueblos están muy devaluados y la calidad de vida tiene carencias inconcebibles en el siglo XXI, a pesar de que el patrimonio rural es una de las cosas de mayor valor que podemos dejar a nuestros hijos”.

Aguilar defiende que es totalmente compatible “el valor de las cosas sencillas con una buena cobertura de teléfonos móviles e Internet, porque eso permitiría dinamizar la vida de los pueblos más allá de un periodo vacacional y favorecer el asentamiento de familias que se plantean un cambio de vida. Está muy bien que los políticos planteen proyectos estrella y miren a Europa, pero no se pueden olvidar de la base y de cubrir necesidades básicas para la sociedad rural como educación, sanidad y servicios en general”.

Por encima de todo emergen unos valores que como padre de dos niños, este sayagués siempre ha querido regalar a sus hijos experiencias “como las que yo viví, en la medida de lo posible”. Por eso en el vídeo los pequeños son protagonistas, y a ellos les cuenta cómo en su niñez “se era testigo de la vida en nidos y corrales, y de la muerte en las matanzas... Se olía el perfume de las jaras y tomillos, y de la tierra humedecida por la tormenta. Y también se olfateaba la realidad del ganado, del sudor que daba ganarse el pan y de la podredumbre del bicho atropellado en la cuneta. Salíamos con el sabor de la breva madura, de la mora aún roja, del tomate de la mata, del pan caliente, de la sabanilla de nata de la leche recién ordeñada...”.

El relato quiere “invitar a la reflexión ahora que estamos acostumbrados a adornar los veraneos con demasiados accesorios y postureo. El verano antes estaba hecho de esencia pura; aparentemente había muchas carencias materiales, solo teníamos vida y ganas y con eso construíamos vivencias inolvidables”.Nació en San Sebastián pero se siente “genéticamente” cien por cien sayagués. Carbellino es el pueblo donde hunde sus raíces este médico y profesor de Instituto, que vive en Valladolid con la mirada permanente en Sayago. Sergio Aguilar Vázquez, casado y padre de dos hijos, escapa a Carbellino con la familia “en cuanto puedo” y no vive allí “porque no es posible; si estuviéramos a media hora del trabajo puede que sí”. El verano, en el pueblo. No por la pandemia sino por convicción.