Familias de pueblos del “Rincón de Aliste”, muchas de ellas de personas de la tercera edad, denuncian una oleada de robos y destrozos en las huertas. Aparte de hortalizas y frutas se causan daños en las propiedades privadas.

Los propietarios piden a la Subdelegación del Gobierno que incremente la vigilancia en los pueblos con patrullas de la Guardia Civil “diurnas y nocturnas para evitar unos actos de vandalismo por unos pocos que llenan sus neveras sin ir al supermercado ni gastarse un euro, mientras la mayoría casi ni salimos de casa por miedo a los contagios del coronavirus. No ocultan su profundo malestar y también su miedo a posibles represalias por “quejarse y defender” lo que es suyo y se ganan con el trabajo y el sudor de su frente: “Trabajamos para tener frutos caseros, no haces mal a nadie, vives tu vida, somos gente honrada, y vienen cuatro espabilados por la noche, que no han dado un palo al agua en su vida, te los quitan y no puedes decir nada, porque encima si vas y denuncias ante la Guardia Civil y se enteran igual van a la noche siguiente y te arrasan todo el huerto. ¿En que país vivimos?”.

Hay casos y pueblos concretos donde ya han optado por agruparse en parejas para ir a dormir a la huerta y así disuadir a los amigos de lo ajeno o si actúan descubrir quienes son: “Parece mentira a donde estamos llegando, estamos en pleno siglo XXI, en el año 2020, y volvemos a tiempos de la Guerra Civil donde nuestros abuelos y padres tenían que dormir en la rozada para que no les robaran los manojos de trigo de la morena o en la era para proteger el muelo de pan (grano ya limpio). Es en el mundo al revés, ya ni los pastores tienen que dormir en el chiquero para guardar su ovejas del lobo”.

En todos los pueblos hay muchas huertas pero con las despoblación rural y el abandono de la actividad agroganadera se siembran pocas parcelas, con lo cual se eligen aquellas que son mejores y tienen acuíferos cerca. Es un arma de doble filo ya que en casos se ubican en parajes muy alejados de los cascos urbanos y “favorece que quienes van a robarnos lo hagan sin miedo y con total impunidad porque saben que es casi imposible que les vea nadie”.

El señor José, con lagrimas en los ojos, muestra su pesar. “Vas por la tarde al huerto, lo cuidas y te marchas feliz para casa dejando un vergel verde y bien regado que da gusto verlo, te entretienes y te ayuda. Es la mejor medicina para la ansiedad de estos tiempos. Vuelves a la mañana siguiente a quitar algún fruto por la fresca y te encuentras con un campo de batalla, como si hubiera pasado un jauría de perros o un rebaño de ciervos o jabalíes. Eso es lo primero que piensas, pero pronto te das cuenta que es obra de personas. Los ciervos te comen una lechuga para alimentarse, los humanos se lleva de todo y no un poco, mucho, todo lo que pueden. Ansia pura. Ya no es triste que te roben, su valor económico, que también, sino darte cuenta que quizás alguien de tu mismo pueblo que por el día te saluda por la noche te roba”. Los robos están afectando a toda clase de frutos caseros aunque de una manera muy especial a aquellos que son más fáciles de llevarse en sacos, bolsas o cubos en grandes cantidades, al no pesar mucho, tales como los pimientos, cebollas tomates, lechugas, fréjoles, aunque los robos y destrozos se están notando también en melonares, sandiales, patatales, calabacines y calabazas para purés.

“LA ZORRA COME UNA SANDÍA, EL CIERVO LECHUGAS Y EL JABALÍ ARRASA LAS PATATAS”

“Nuestros melonares, sandiales y patatales están apareciendo diezmados, pisoteados y bastante estropeados, ya que al apropiarse de manera indebida y con nocturnidad de su frutos destrozan sus plantas, dejándolas inservibles” de ahí que muchos días “tengamos que recoger las hortalizas aún verdes para poder comer algo de lo nuestro. No puede ser que los alistanos, que permanecimos confinados en nuestros pueblos, lo llevamos con más o menos tesón, y ahora llegan por la noche cuatro niñatos para tirar por tierra todo nuestro esfuerzo”.

Un hortelano sentencia que “una estampa vale más que mil palabras” mientras mira su desolado huerta. “La zorra viene y te come una sandía, un ciervo una calabaza, un jabalí unas patatas, tienen que comer para sobrevivir y aunque es una faena y sufres lo llegas a entender cuando ves una sandia o una calabaza abierta. Pero es que el que nos viene a robar hace tanto daño con las manos como con los pies. Ni se agachan, optan por arrancar la planta de pimientos o fréjoles para quitarle el fruto y allí te lo dejan todo hecho un desastre”.

Como muestra ramas de judías ya secas tiradas por todas partes, plantas de calabacines a los que le faltan hasta las hojas. “Como se metan entre los pimientos te acaban con ellos pues las plantas son muy quebradizas, están muy cargadas y a nada que le toquen se parten y ahí se acabó su vida”.

El “hortelano alistano es generoso” sentencia un emigrante: “Vienes al pueblo y no te falta de nada porque tu vecino va al huerto y trae para él y para ti. Te dan pimientos, fréjoles, lechugas, cebollas y patatas. No se entiende que haya personas que roben y destrocen su huertos.

El miedo a la pandemia del coronavirus y a nuevas oleadas han incrementado este año la siembra de huertas en Aliste con vistas abastecerse para todo el otoño e invierno de productos que se conservan bien como las patatas, las cebollas y los pimientos: de alubias en verde que se envasan al vacío o se congelan. De ahí que las familias temen poder recoger sus reservas. “Hay frutos como las cebollas que tienen sus tiempos y no se pueden quitar hasta septiembre. si vas ahora y las arrancas verdes no se conservan hasta noviembre”. No se le pueden poner puertas al campo y muchos huertos son fincas abiertas, pero propiedades privadas.