“Cada vez que se cierra un negocio en El Puente me da mucha pena”. Con estas palabras definía el sentir uno de los clientes del supermercado “El Negresco”.

José Rodríguez Gordo y Josefa Sánchez Hernández, Pepe y Pepita, echaban este miércoles el cierre del popular establecimiento después de 43 años al frente de este comercio, de nombre tan popular y reconocido entre los clientes. Del matrimonio era Pepe el que aún no se había jubilado y mantenía de alta, ya que Pepita llevaba unos años retirada del negocio.

El COVID-19, o más exactamente la imposición de las normas para evitar contagios, ha adelantado el cierre no ya por la edad sino por cansancio de “tener que decirle a la gente que se ponga la mascarilla, se eche gel y guarde la distancia”. Repite en varias ocasiones “lo que hemos trabajado”. Con siete años “salía del colegio para ir con el ganado y luego a la carnicería” de sus padres Gerardo y Carmen. Sirva como homenaje, el recuerdo a su padre Gerardo Rodríguez, fallecido recientemente a los 103 años, y a su madre Carmen Gordo, también fallecida hace unos años, que regentaron una de las populares carnicerías de la Plaza.

“El Negresco” debe su nombre a un bar que regentaba un tío que se marchó a Cuba. Fue el primer bar de madera y con calefacción de carbón, con una caldera y tres radiadores repartidos por el local. Es Pepita Sánchez quien tiene vivos los recuerdos y “lo mucho que trabajamos aquí”. Con 16 años dejó el colegio en La Milagrosa de Zamora y se puso a trabajar con su padre en el bar. Su madre atendía en Ilanes una tienda de alimentación. Lo peor era en invierno “con una nevada impresionante tener que volver andando desde el bar a casa”.

En el bar paraban en los años 50 el Autocar de AutoRes y tenía una cabina de madera de pasos para cobrar las conferencias. En los años de auge del turismo, “en verano hacíamos 50 ó 70 tortillas. Contratabas por días, no como ahora”. La cafetera “hacía hasta 8 cafés al mismo tiempo”.

El bar El Negresco era “el buzón de las quinielas”. Lo de las quinielas tiene un largo recorrido. A uno de los clientes “Puga” le tocó una quiniela “y nos dejó el dinero para hacer toda la obra, que siempre se lo agradeceré”. Del bar pasaron a un comercio con los padres de Pepita donde, al principio, la mercancía se compraba a granel y se pesaba por kilos que se vendían en bolsas de papel. En este sentido fue taxativa Pepita quien se plantó y dijo “no voy a criar a mis hijos en un bar” y, con esa misma decisión, cambiaron de actividad.

Al trabajo no le faltaron las estrecheces económicas “una vez mi padre se presentó en casa con una lavadora y a mi madre fue corriendo a devolverla”, cuenta Pepita. Vacaciones, al principio, no muchas. Más tarde con un 127 que le regaló su padre iban todos en septiembre pero al otro extremo, al Mediterráneo.

El local se dividió en 1978 para hacer una droguería de la que se encargaban Pepe y Pepita, mientras que los padres de ella Pepe Sánchez Pérez “Pepón” y María Fernández Núñez seguían con el comercio. En 1993 se hicieron las últimas obras para unir los dos locales y hacer un supermercado, el que ha abierto diariamente, domingos incluidos, en las tres últimas décadas.

Pepe se muestra realista, “los negocios van mal porque no hay población” y en estos momentos “somos cada vez más establecimientos y menos clientes”.

A escasas horas del cierre, este matrimonio sigue haciendo gala de vender los productos de la tierra, en especial los habones sanabreses, que todos los años adquieren a los pequeños cultivadores de los pueblos, frente a la picaresca de vender habones de importación. Con envasado propio, en bolsa de tela, cada año salía la cosecha local. Y quien dice habones de Sanabria, dice nueces de la tierra.