No quiero escribir de nada. El mundo mana tantas noticias que se ha inundado. Las noticias, que no son lo mismo que los hechos, duran el tiempo que hacen remolinos, después se van corriendo por la gatera que desagua en la nada. Es mejor pasar por todo de puntillas. Los análisis duran el tiempo de escribirlos, no hacen carne. Ni tan siquiera las consecuencias de la COVID-19 parecen hacer temblar a la humanidad. Aquí, en España, ya ven: el país con más muertos por habitante, el de más sanitarios contagiados, el de más ancianos fallecidos en residencias, se ha puesto de moda llevar en las camisetas la imagen escarolada del relator de la pandemia, como si fuera un ídolo del pop y no quien, cómplice del Gobierno, nos dijo que las mascarillas no eran imprescindibles. Lo cacareó, claro, con la intención de salvar el culo de quien, incompetente, no las encontraba en el mercado.

No quiero escribir de nada. Instituciones y particulares llevamos más de cuarenta años intentando que las -muchas- bondades de Zamora sean conocidas en el exterior y no lo hemos conseguido. Cuando alguien lo logre, si es así, no quedará nadie para enseñar la provincia. Permanecerán las estatuas, eso sí, que aquí las más visibles son las de los perdedores y esas no interesan a la turba iconoclasta que ha vendido la cabeza a la moda revisionista aireada por las televisiones que están llenando el país de mamelucos.

No quiero escribir de un mundo que vive del revés, donde está permitido ocupar casas y edificios y también acumular bienes que no caben en ningún palacio. Los del medio, esos, la mayoría, son los que pagan el pato, la mesa, el restaurante y los sueldos de los políticos, los susodichos, los que se dedican a emponzoñar la vida pública para que nadie descubra su zafiedad a través de los cristales.

Ni tan siguiera quiero escribir de esa cosecha amarilla y reluciente que enseña las orejas en el campo no siendo que venga una mala nube y se la lleve sin sueldo a escarbar cebollinos en los regatos. Y si nos salvamos de la tormenta, de lo que no nos libra ni Dios es de especuladores y chupatintas que ya se han encargado de bajar los precios en origen. Y es que es así: el que la pilla se la queda. Pregunten, pregunten si no a nacionalistas catalanes y vascos.