Inconsistente, etérea, de belleza natural efímera. Así es Zamora. Como el campo de amapolas del Campo de la Verdad, donde las lágrimas de la derrota se tornaron hace casi mil años sangre de amargura e impotencia. ¿Pero saben por qué la imagen bucólica del paisaje moteado de pecas bermellonas se ha hecho famoso en el mundo entero en tiempos de arrugas del alma y cementerios en carne viva? Porque al fondo de ese erial untado de hierro líquido, hermano de las Aceñas de Gijón, surge imponente la piedra caliza-arenisca de las murallas del Cerco, del Castillo vendido a la luz del Duero y de la Catedral, símbolo de un tiempo en que la grandeza se vestía por los pies, lo mismo que la miseria y la oscuridad más luminosa. Naturaleza y arte, así es Zamora, tan vaporosa como una crisálida de mariposa blanca, esa que vuela triste, acobardada, sobre el Puente de los Poetas y mira, evanescente, la isla mínima que ha parido allí mismo el río Duradero para dejar constancia de que aún no ha dejado colgado en los negrillos, picados de grafiosis, su carácter seminal.

Zamora quizás tiene ahora, cuando la muerte se desayuna por las mañanas y el dolor se vende en los mercados vacíos, su última oportunidad de sacar la cabeza, de reivindicarse. Una provincia donde la armonía del paisaje se funde en verde con un patrimonio artístico y una historia de raíces profundas y retorcidas no puede tumbarse a la primera para dejarse ir al tiempo de la nada. Ha de mostrar sus cartas orondas y relucientes que se crían en tierras de labor atemperadas con restos de un sentir amarillo, el del trabajo y el sufrimiento. Tiene que sacar a relucir su pasaporte que es el de la buena gente. Que nadie se dé por perdido, que aún queda sedal en el carrete.

Inconsistente, etérea, de belleza natural efímera. Así es Zamora, la de las amapolas. Pero también es la de los muros de piedra, la del agua, la de la energía eléctrica, la del patrimonio artístico, la de los alimentos de luz. Llegarán tiempos en que nos pedirán cuentas y entonces no podremos mentir: estuvimos allí y no hicimos nada.