Fuentesaúco es un pueblo grande y lo fue más en tiempos en los que la vida agrícola y ganadera estaba en su apogeo. Su mercado semanal de los viernes es de los más concurridos de la región. Pero sin duda es el de La Feria de los Santos el de más tradición. Se celebra el primer martes después de la festividad de Todos los Santos. En sus tiempos de esplendor debió adquirir proporciones comparables a los que se celebraban anualmente en distintos lugares de España, como Tordesillas o Villalón. El de Fuentesaúco se centraba principalmente en aperos de labranza y animales para las labores agrícolas. De diversos puntos de la comarca, y también de Salamanca, acudían gentes para vender y comprar en una incesante caravana de carros y caballerías, y últimamente con vehículos a motor.

Honorio, con su modesto puesto de venta de objetos antiguos, se ponía los viernes en el mercadillo de su pueblo y también los domingos en el Rastro de Salamanca. Lo poco que tenía para vender era auténtico, porque se lo adquiría a sus paisanos o a gentes de pueblos cercanos por los que pasaba regularmente. Cuando alguien quería deshacerse de algo que ya no le servía se lo guardaba para Honorio, pues sabían que no les iba a engañar en el trato.

Otra de las fechas más renombradas son Los Espantes, celebración que reúne a miles de personas a principios de julio. En ella se forma una barrera humana impidiendo que los toros bravos salgan del prado. Honorio participó desde niño en estos festejos, pero también acudía a otros pueblos de la provincia destacándose como bailarín. Incluso los grupos musicales le dedicaban sus actuaciones, como los Mayalde.

Se le podía ver feliz echando la partida en el bar Varillas de Fuentesaúco o tomando un vino en la Plaza, siempre acompañado, pues raramente se le veía solo.

En los últimos años, cuando despertó la enfermedad que se lo ha llevado, se le veía sentado junto a otros vecinos en el cruce de la carretera a Toro, en Los Parros. Ya no acudía a los mercadillos. Al hablar de su enfermedad se le saltaban las lágrimas y emocionaba ver así a este hombre recio que, desde muy joven, había trabajado en el campo como segador o en cualquier otra labor que le salía. La última vez que hablé con él quedamos en vernos "cuando pase esta pesadilla de la pandemia"; pero esto no ha sido posible, sorprendiéndonos por lo repentino del desenlace. Sus viajes a Zamora para esos tratamientos agresivos presagiaban lo peor. Y así su voz, junto con el amor por su pueblo, se han apagado. Honorio ha sido ejemplo de una vida sencilla en la que la amistad fue su principal adorno.