Miles de historias de vidas quebradas durante la guerra civil han quedado enterradas en la memoria de madres, hermanas e hijas. Mujeres de luto que sufrieron en silencio las consecuencias de la represión en sus familias por el único delito de sentirse libres y pensar distinto. Y con esa pena se fueron.

Una nueva generación, la de sus nietas, ha querido levantar ese muro de silencio y reparar la justicia de tantas mujeres anónimas que vivieron el drama de la guerra civil. Es la esencia de "Nietas de la memoria", un libro coral escrito por diez periodistas con relatos conmovedores sobre quienes fueron "las perdedoras de la contienda, las aplastadas por los vencedores, las olvidadas de la historia: nuestras abuelas". Así lo describe la también periodista Carmen Sarmiento en el prólogo de este libro nacido de las conversaciones e inquietudes de un grupo de periodistas feministas en busca de memoria, deseosas de reparar el olvido y el "injusto silencio" al que fueron sometidas tantas heroínas sin nombre. Diez crónicas en clave femenina, una de las aristas menos tratadas de la historia de la guerra y la posguerra en España.

Entre las protagonistas Juliana, la hija del chocolatero de Casaseca de las Chanas. Su nieta, la periodista zamorana Concha San Francisco, escuchó desde niña "las cosas tan reales y crudas" que contaba esa abuela enlutada, "austera y práctica que no se andaba por las ramas ni se perdía en frases melosas". A diferencia de tantas casas donde el drama de la guerra quedó entre las cuatro paredes, en la familia de los chocolateros "había necesidad de relatar y dejar bien impresa su huella". Por eso Concha San Francisco absorbió como una esponja tantas horas de conversación con la abuela, que ahora narra sin remilgos, desde la serenidad, pero también movida por el deseo de contar la amargura que marcó a su familia desde que el 19 de agosto de 1936 Baltasar Villaseco, el hermano de Juliana, fuera detenido, torturado y pasado por las armas junto a otros seis vecinos de Casaseca de las Chanas.

El relato nace de la infancia dulce de Juliana en el pueblo de la Tierra del Vino, "donde no faltaba el aroma del chocolate ni de los confites". El padre, Baltasar Villaseco, se asentó en Casaseca de las Chanas donde levantó un próspero negocio -Chocolates La Favorita-, con toda la familia remando. El trabajo en el obrador, el runrún de máquinas y poleas, una proeza insólita en aquella Zamora rural de principios del siglo XX. En ese ambiente se criaron Juliana, Baltasar y Betsabé, la tercera hermana que murió muy joven después del parto, algo muy común en aquel tiempo.

San Francisco recrea, por boca de su abuela, el devenir de una familia inquieta y emprendedora que pagó con sangre y lágrimas su indisimulada condición de republicanos y laicos. El extrovertido Baltasar "hacía gala de sus opiniones libres", frecuentaba el café Iberia de Zamora (bautizado en el franquismo como Restaurante España), donde se juntaban las gentes de izquierdas. Pequeños profesionales y comerciantes preocupados por lo que pasaba a su alrededor, ansiosos de información, grandes lectores de periódicos.

A partir de 1933 el ambiente se hacía irrespirable, empeoraba la convivencia y Casaseca de las Chanas no era ajeno a los enfrentamientos entre la Asociación Patronal y la Agrupación Socialista. Llegó a ser tan preocupante que la hija mayor de Juliana sugirió a su tío Baltasar que se marchara del pueblo. "Yo no he hecho nada malo, no tengo por qué ocultarme" era su respuesta. Hasta que llegó la orden de detención el 19 de agosto de 1936. Al día siguiente Juliana y su marido Prudencio solo llegaron a reconocer el cadáver del hermano en una fosa del cementerio de Zamora junto a otros muchos que habían corrido el mismo destino.

"El desconsuelo, la rabia y el luto se apoderaron de mí a partir de entonces. Nunca más volvería a vestir otro color que no fuera el negro. Porque a nosotros nos hicieron pagar el haber pensado libremente, pero también el haber ganado dinero, el vivir sin penuria" expresa Juliana en el relato en primera persona escrito por su nieta. Tras el asesinato de Baltasar llegó el tiempo del miedo, de la depuración de vecinos y amigos; años terribles en los que había que seguir abriendo cada día las puertas de la tienda de chocolate y soportando insultos y hostilidades, hasta del mismo púlpito. No había paz, se sucedieron las denuncias, registros en casa, detenciones del marido de Juliana siempre puesto en libertad por falta de cargos.

"Durante aquellos años oscuros perdí las ganas de reír, de cantar, de trabajar incluso... Tardamos tiempo en superar aquella negrura" le confió a su nieta Concha. Llegaron a pensar en vender todo e irse a Valencia, pero no lo hicieron. Dos de sus hijos se quedaron con la fábrica de chocolate, frustrando sus deseos de estudiar y obligados a convivir con los mismos que les habían denunciado.

Juliana Villaseco moría el 14 de abril de 1977, día de la República. Cuenta su nieta que en su semblante "había sosiego al fin y cierta dulzura en aquel último gesto".

Como Juliana, Isabel, Coronada, Juana, María, Angelines, Luz, Lola, Benita, Vicenta, María Cristina... Mujeres silenciadas que pelaron contra mil dificultades desde diversos territorios, clases sociales, ideas u orígenes son las que transitan por el libro "Nietas de la memoria" (Editorial Bala Perdida), cuya presentación en Zamora estaba prevista para mañana en la Biblioteca Pública. El COVID 19 ha impedido el acto, al igual que el de Madrid, el pasado 14 de marzo con la presencia de las diez periodistas autoras de los relatos. Junto a Concha San Francisco, Carolina Pecharromán, Cristina Prieto, Isa Gaspar, María Grijelmo, Isabel Donet, Noemí San Juan, Sara Plaza, Marian Álvarez y Carmen Freixa.

La infatigable reportera Carmen Sarmiento escribe el prólogo de esta "magnífica narración que reconstruye como en un espejo roto la historia de las vencidas". "Nietas de la memoria" ya está en las librerías zamoranas.