Es verdad eso de que los humanos nos pasamos media vida anclados en el pasado y la otra media soñando con el futuro. ¿Y el resto, el presente? No hay. Lo hemos consumido en las dos ¿fases? anteriores. Ese hilo conductor que nos hizo diferentes a los demás seres porque somos capaces de actuar hoy en base a lo que nos ocurrió ayer y teniendo en cuenta lo que puede suceder mañana hipoteca nuestro comportamiento, lastra nuestra capacidad de sentir. Sí, sí, yo también lo estoy notando: estoy metido en un jardín atascado de photimias, azaleas y rododendros y por eso voy a poner en marcha la desbrozadora a ver si me aclaro.

Estamos viviendo una situación única que va a dejar huellas, cicatrices y costurones en el calendario de cada uno; de hecho ya ha cerrado para siempre miles de almanaques, ha deshumanizado la muerte. Los que aún andamos por aquí tenemos que afrontar un nuevo universo emocional, hemos de pasar por la gatera de la realidad y allí, en ese tránsito, vamos a dejar muchos pelos, que lo sepamos.

El estar aislados nos ha servido para pensar y también para sentir. Pero, sobre todo, para notar los pinchazos que dan la incertidumbre y el miedo. Hemos sido recluidos a la fuerza y eso siempre incomoda. Aun así tenemos que ser positivos e interiorizar que el confinamiento ha servido para salvar vidas y prepararnos para los cambios que van a venir. Pero no podemos pasarnos encerrados media vida, no somos eremitas convencidos, no somos delincuentes.

Por eso hay que retornar a la realidad, al grupo, al contrato social de Rousseau, hay que reforzar el riesgo de vivir y empezar a caminar de nuevo. Y hacerlo, ahora sí, dejando que el presente cobre protagonismo, aparcando los malos pensamientos del pasado y afrontando sin miedo lo que está por venir, que será aquello que queramos todos juntos. Lástima que los grandes líderes se quedaran pululando en la borra del pretérito y que ahora nos conduzcan los asesores de los asesores. Es una pena, pero no queda otra que hacer de la necesidad virtud y tornarnos más humanos.