El campo zamorano vivía ayer un día de san Isidro completamente diferente a cualquier otro año hasta la fecha. Los agricultores no dejaron el tractor aparcado por un día para honrar a su patrón, y en ningún pueblo se sacó de la iglesia al santo labrador para que bendijera los campos. Otra fiesta aguada por la pandemia del COVID-19. Al menos, esta vez los agricultores tienen la tranquilidad de que en 2020 no será necesaria la intercesión del santo madrileño para que traiga agua, ya ha caído bastante y las espigas están más verdes y altas que nunca. El problema no está en los cielos, está en los mercados, por eso en lugar de rezar a san Isidro los agricultores y los ganaderos se dirigen a la sociedad y a los políticos para pedir unos precios justos por su trabajo.

Da igual que el coste de la cesta de la compra suba mucho o poco para el consumidor, al final el sector primario siempre es el que se lleva el trozo más pequeño del pastel a pesar de funcionar los 365 días del año para dar de comer a las ciudades. El lema de las protestas del pasado mes de enero -"Si el campo no produce, la ciudad no come"- se hizo evidente en marzo, cuando la histeria colectiva por la crisis sanitaria vació varias estanterías de los supermercados y los agricultores y ganaderos seguían saliendo al campo cada mañana para llenarlas, mientras el grueso de la población se refugiaba del virus en sus hogares.

"En estos dos meses el consumo de la carne de ternera ha subido, pero el ganadero sigue cobrando una parte ínfima del precio final que paga el consumidor. Eso sí, cuando el mercado va mal y bajan las ventas, entonces sí baja lo que cobra el ganadero", ejemplifica Eduardo González, de Andavías, uno de los profesionales de la nueva generación de agricultores y ganaderos que ha tomado las riendas del campo en este municipio de la Tierra del Pan. En 2018, a sus 28 años, Eduardo dejó un trabajo estable en el sector ferroviario para hacerse cargo de la explotación familiar de vacuno de leche, con 160 reses.

"Para dedicarte a esto tiene que gustarte de verdad el ganado. Hoy en día es una profesión totalmente vocacional. Nadie se mete a ganadero o a agricultor para hacerse rico, si lo haces bien puedes sacarte un sueldo, un sueldo normal, y hay que trabajar todos los días del año, aunque sea un rato", explica el joven ganadero desde las tierras que ayer estaban segando para ensilar y disponer de forraje para alimentar a sus vacas el resto del año. A Eduardo le apasionaba la profesión desde bien pequeño y ahora se ha hecho cargo de la explotación familiar tras desembolsar una fuerte inversión para adaptarla a los nuevos tiempos y poder producir de forma competitiva. "A veces la gente piensa en lo que ingresamos, pero no piensa en las letras que tenemos que pagar todos los meses, que son el principal gasto". Por eso, hoy en día la única vía de entrada en el sector para los jóvenes es la de este andaviano, construir el negocio a partir de una explotación familiar ya existente.

Es la misma historia que la de José María Prieto, de 26 años, que cuida un rebaño de 1.000 ovejas y pertenece a la tercera generación de ganaderos de su familia. El subsector más castigado por los mercados hoy en día se encontró en el mes de marzo con una nueva amenaza: el cierre de los restaurantes, el principal canal de venta de los corderos. Tras unas primeras semanas de incertidumbre, la congelación de producto y un incremento del 40% del consumo de cordero en los hogares ha permitido estabilizar los precios que perciben los productores y darles un respiro. Lo cual no significa que sea un precio justo. Esta semana el lechazo cotizaba a 3,15 euros el kilo, en la Lonja de Zamora "prácticamente las mismas 500 pesetas de hace 30 años", apuntan José María y su padre. Lo que perciben por su trabajo no ha subido en toda una generación, pero la luz, el diesel y el resto de gastos suben cada año.

Al consumidor la carne que produce José María le costará entre 16 y 20 euros el kilo, aun con los restaurantes cerrados. El precio se ha multiplicado por 6 por el camino de la granja a la nevera. Las grandes superficies suelen jugar con la opción de importar corderos más baratos de otras zonas del mundo.

Por eso, en este día de san Isidro, José María pedía a los zamoranos procurar "comprar en las tiendas de toda la vida, en la frutería del barrio, en la carnicería de confianza o en los puestos del mercado, que es donde suele estar nuestro producto, el de aquí". Un producto de calidad garantizada y que además es la base de la economía zamorana: "En esta provincia no hay otra cosa. En el campo trabajamos los que trabajamos, pero esto es como una cadena, y si nosotros tuviéramos que cerrar Zamora ciudad se quedaba aún más desierta", razona este profesional del ovino. Por eso anima también a mirar el etiquetado y tener en cuenta la procedencia de los alimentos a la hora de hacer la compra. También con los quesos, pues al fin y al cabo la leche de oveja es el principal negocio de esta explotación de ovino. En este caso, la venta se hace a través de contratos con una industria quesera para asegurar la recogida de la materia prima a lo largo de todo el año. La adecuada alimentación del ganado y su bienestar emocional son la principal preocupación de José María en su día a día para conseguir una leche óptima para la producción de queso.

El lado positivo de la situación -una de las pocas cosas buenas que trae un negro 2020- es que un invierno y una primavera muy mojados garantizan una cosecha abundante para estas familias, que también trabajan la agricultura. Unos campos verdes y bien altos garantizan alimento de calidad para la cabaña, y puede que unos ingresos extra, aunque la lógica del mercado hará que "el precio de la cebada bajará bastante", señala José María, que también cultiva y vende este tipo de cereal.

Entre las ventajas de trabajar en el campo -que también tiene sus cosas buenas- está que a diferencia de lo sucedido en otros sectores profesionales más propios del mundo urbano, los agricultores y los ganaderos apenas han tenido que introducir cambios en su rutina laboral con motivo de la crisis sanitaria. No trabajan en oficinas llenas de gente, sino al aire libre con sus animales o con su tractor, ellos solos o con las personas con las que ya conviven, en el caso de las explotaciones familiares, las más abundantes en esta provincia. "Hay determinados momentos en que sí te tienes que poner protección, si viene el veterinario, o el repartidor que recoge la leche, pero durante la mayor parte de la jornada no hay riesgo", detalla Raúl Malillos, otro ganadero de vacuno de leche, de 45 años de edad, con una explotación de 90 cabezas.

Pero ningún día del estado de alarma ha dejado de trabajar. "El ganado come siempre y hay que ordeñarlo siempre, no entiende de pandemias, pero tampoco de sábados, de domingos o de vacaciones. Tienes que conocerlo y estar seguro de que es una forma de vida que te gusta antes de meterte aquí. Aunque también descansamos, durante buena parte del año solo ordeño una hora y media por la mañana y una hora y media por la tarde, suelo decir que tengo las vacaciones prorrateadas", bromea el ganadero.

No obstante, el estado de alarma sí ha tenido algunas consecuencias indirectas en esta explotación, como la dificultad para reparar maquinaria por la falta de disponibilidad de piezas, sobre todo durante las dos semanas de confinamiento total entre marzo y abril, cuando la mayor parte de la industria cerró.

Por otro lado, la imposibilidad de celebrar reuniones presenciales ha hecho que la industria láctea prorrogue los contratos con los ganaderos que se deberían haber negociado en el mes de abril, y en los que "esperábamos conseguir cierta mejora en el precio", relata Raúl, una mejora económica que de momento no ha llegado, y que cuando se negocie se hará en un contexto de crisis económica. Esta situación hace que la leche de vaca que sale de la explotación no valga más aunque las ventas de este producto sí se hayan visto incrementadas en los supermercados durante estos dos meses de cuarentena.

Conseguir unos precios justos por su trabajo es la principal preocupación que todos los agricultores y ganaderos de Zamora quieren trasladar a la sociedad, y sobre todo, a los políticos, tal y como gritaron durante las tractoradas del mes de enero. Un reparto más equitativo de los ingresos entre productores, intermediarios y distribuidores, y ayuda con los gastos que no dejan de subir. "Necesitamos un Gobierno que valga la pena, como yo digo, y que de verdad se preocupe por el campo. Hasta ahora solo hemos recibido promesas, pero ningún hecho", sentencia Eduardo González.

José María Prieto recalca que "en teoría no pueden intervenir los precios, siempre se escudan en eso, pero cuando quieren intervienen los sectores que les da la gana y lo hemos visto ahora durante el estado de alarma. Todo es cuestión de voluntad para cambiar las cosas, los políticos y también los consumidores, dando prioridad al producto de su tierra", defiende.

Mientras eso llega, José María, Raúl, Eduardo y otros cientos de ganaderos y agricultores se seguirán levantando con ilusión cada mañana del año para dar de comer a las ciudades.