El doctor zamorano en Ciencias Biológicas, Javier Morales Martín, hace una exposición sobre la pandemia que mantiene al país y al mundo en estado de alerta sanitaria. La historia del coronavirus COVID-19 no es nueva en ecología planetaria. Otras pandemias causada por virus como SARS y MERS hace unos años, anteriores como el HIV, la fiebre del Nilo, el Hantavirus, el Ébola y otros más clásicos como el sarampión, también se han iniciado en la transmisión desde la fauna silvestre a los humanos. Esta actual pandemia es por lo tanto únicamente el síntoma y no el problema, que en realidad es el aumento de nuestras enfermedades infecciosas de origen animal. Se estima que el 75% de las epidemias emergentes, lleguen o no a pandemias, tienen relación con este proceso de contagio. Y en cuanto a las causas de fondo más importantes que magnifican el problema están la degradación de los hábitats y la pérdida de funcionalidad ecológica de los ecosistemas y su biodiversidad. En pocas palabras la degradación de la naturaleza por acción de las actividades humanas.

Aunque se sabe que es de origen animal todavía no se ha encontrado una secuencia silvestre suficientemente parecida a la de COVID-19 como para identificar su origen; si bien, se viene acusando de forma injustificada primero a algunos murciélagos de herradura y luego a los pangolines. No es seguro, quizá haya otras. Acusaciones que además poco aportan a la conservación de estas especies, en grave peligro de extinción e imprescindibles en sus hábitats. En concreto la carne y las escamas de los pangolines forman parte de numerosas recetas de cocina y ungüentos sanadores de la medicina tradicional asiática; entre las que parece resaltar la sopa de embriones de pangolín. Una imagen tan atroz que es mejor borrar rápidamente de la mente. Esta presión socioeconómica ha llevado tanto a las especies asiáticas (por caza intensiva y pérdida de los bosques donde habitan), como a las africanas por tráfico en el mercado negro (se estiman en varios cientos de miles de animales), a situación de peligro inminente de extinción. Lo cual además también tiene repercusión sobre la funcionalidad de los ecosistemas que habitan; tanto sobre predadores como sus presas, por ejemplo. Un efecto oculto pero no despreciable, y que suele producir cambios encadenados trascendentes y/o irreversibles.

Si analizamos con suficiente detalle los mecanismos por los cuales los humanos acaban infectados veremos que están directamente relacionados con los cambios ambientales provocados por la actividad antrópica, tales como la deforestación, la expansión e intensificación industrial de la agricultura, la industrialización de la ganadería y el aumento de la caza y el comercio de especies silvestres. Estos cambios favorecen el aumento del contacto, en ambos sentidos, entre humanos ↔ fauna silvestre ↔ humanos ↔ fauna doméstica; y abre vías de transmisión de estas enfermedades infecciosas muy difíciles de controlar y de catastróficas implicaciones sanitarias.

Y ése es otro vehículo de llegada de infecciones, el paso desde los “animales de granja” hacia los humanos. Así fue en las epidemias desarrolladas a partir de cepas de virus típicos de las aves de corral o cerdos, por ejemplo la famosa gripe A, la gripe aviar (cepa H5N1), la gripe porcina (cepa H1N1) o también el SARS-Cov02.

Cuando los agentes discurren por los ecosistemas y las especies que allí habitan, habituadas a su presencia, existen mecanismos naturales de control ecológico que evitan la sobredimensión del problema; y esta es la clave del proceso: cómo los ecosistemas afectan a los agentes infecciosos. Cuando rompemos ese equilibrio dinámico de control entrando en el sistema o sacando elementos de forma irresponsable hacia la sociedad humana se rompen las reglas, y la enfermedad se descontrola porque las primeras especies que desaparecen son las que mayor efecto barrera hacían. Este proceso es un servicio ecosistémico básico, y es despreciado habitualmente por las Administraciones cuando permiten que el agronegocio esté centrado en el lucro de las multinacionales, por lo que se considera un “riesgo aceptable” la selección de estas infecciones con potencial de matar a millones de personas. En palabras del biólogo del CSIC Fernando Valladares “Tiene que ocurrir una catástrofe para que refresquemos la hemeroteca y encontremos razones más allá de la ética para conservar la biodiversidad”.

Esto es lo que lleva pasando décadas con la agricultura petroquímica que nos han impuesto y más recientemente pasa con las macro y megagranjas de ganado, bien que lo conocemos en toda Castilla y León. La extensión de estos “monocultivos genéticos” de animales domésticos, elimina cualquier cortafuego inmune que pueda estar disponible. Los tamaños y densidades del ganado aumenta las tasas de transmisión, y las condiciones de hacinamiento del ganado deprimen la respuesta inmune ya que los animales están expuestos a la toxicidad permanente de sus excrementos y la degradación bacteriana que emana amoniaco, cianhídrico y sulfuro de hidrógeno. Animales ya de por si de reducida vigorosidad debido al confinamiento, la mono-selección de razas, los tratamientos veterinarios y la alimentación completamente artificial.

Agroecologia

La alternativa se llama “agroecología”, que conecta la producción de alimentos y la salud, algo que sobra decir en estas semanas de crisis sanitaria que tenemos que conseguir con urgencia. Existen sistemas de producción ganadera, como los sistemas silvopastoriles (los clásicos de nuestros pueblos hace décadas), que basados en principios agroecológicos aseguran una producción animal sana, restauran paisajes y son menos conducentes a propiciar epidemias. Esto debe quedar claro en estas semanas mientras todo se centra en la lucha para controlar la salud de miles de personas infectadas por COVID-19. En resumen, los patógenos confinados en sus hábitats naturales se están extendiendo a las comunidades ganaderas y humanas debido a las perturbaciones causadas por la agricultura industrial, sus agroquímicos e imprudencias biotecnológicas; y otras actividades antrópicas insostenibles que agravan los problemas o aceleran la velocidad del contagio: comercio, aviación, turismo, ...

La pérdida de hábitat y biodiversidad aumenta a un ritmo vertiginoso en todo el Planeta y este brote de coronavirus nos avisa de puede ser sólo el comienzo de pandemias masivas que nos esperan, según muchos expertos en ecología planetaria.

Ahora lo más urgente es superar esta, pero la pregunta a corto plazo no es si habrá otra, si no cuándo ocurrirá. Es muy importante entender que la sostenibilidad de la sociedad humana está ligada a la salud de los animales, los ecosistemas y todo el Planeta. Por ello en un marco macro-ecológico los Objetivos para el Desarrollo Sostenible (ODS) de Naciones Unidas para 2030 incluyen la protección de la vida en los ecosistemas, lograr la seguridad alimentaria y la mejora de la nutrición promoviendo la agronomía ecológica, y garantizar una vida saludable y el bienestar universal. Cualquier acción dirigida a conservar la biodiversidad y fomentar el desarrollo sostenible tendrá un impacto positivo en la sociedad y en la salud humana. Y eso no sólo es posible por acción internacional, también lo es a escala local; aquí , en mi pueblo, también.

Es el momento de pedir que se valore para el futuro próximo este conocimiento científico adquirido sobre el funcionamiento ecológico de los ecosistemas y el valor de la biodiversidad, y exijan a las Administraciones dotar a los biólogos y ecólogos de los medios precisos para conocer y detectar los mecanismos negativos e implementar las soluciones. Será además un inversión y una fuente de empleo local en el mundo ruralEmpezar por Zamora

Hay que arreglar todo el Mundo, pero nosotros deberíamos dar un pequeño paso y empezar por aquí, por Zamora. Recambiando el modelo de agricultura intensiva hipertecnificada a otro basado en agrosistemas biodiversos (producción y consumo local); eliminar las prácticas antiecológicas que impiden la formación de parches de vegetación (linderos, setos, herbazales, etc.) en el paisaje y la de esparcir enormes cantidades de excrementos por los campos para favorecer el desarrollo de un suelo orgánico; cambiar la lucha biocida contra las plagas por métodos de control biológico; y finalmente también eliminar todos los vertidos sin depurar a los cauces de agua. Reclamar la depuración de las aguas residuales urbanas por métodos biológicos y sostenibles era el objetivo de algunas actividades de divulgación ambiental que no pudieron ser desarrolladas este pasado domingo 22 de marzo por culpa del confinamiento. Todo esto entre otras muchas tareas aumentaría nuestra salud, la lista es muy larga y el tiempo para reaccionar se agota. Este sábado 28 de marzo a las 20.30 horas es la próxima cita, la hora del Planeta.