Hasta hace unos días, muchos españoles que nos encontrábamos fuera vivíamos la crisis del coronavirus desde la distancia y con relativa calma. Algunos pensábamos que en países como Colombia la pandemia no llegaría próximamente y que si lo hacía, no se expandiría a la velocidad que lo hizo en China o en Italia y España€hasta que nos despertamos de golpe del letargo y nos topamos de bruces con la dura realidad.

Las informaciones circulan tan rápido como se extiende el virus. De pronto, se multiplicaron los mensajes de familiares y amigos, cargados de preocupación. Coincidían con el mensaje lanzado por el Gobierno español: lo mejor en estos momentos de incertidumbre era volver a casa, ante un posible cierre de fronteras aéreas y las dudas sobre la eficacia de los sistema sanitarios de otros países.

El miedo empezó a crecer debido a la internacionalización del problema, así como la preocupación por nuestras familias. En pocas horas vimos cómo la aventura de nuestras vidas en el caso de algunos, podía acabar de manera abrupta e inesperada ante una situación inédita.

Xenofobia injustificada

Xenofobia injustificadaTomar la decisión de regresar a España en esas circunstancias no fue fácil. Muchos intentamos agotar todas las posibilidades para encontrar una alternativa que pudiera prolongar un poco más nuestra estancia. Pero en el intento de buscar un plan B apareció un factor inesperado e injustificado: la xenofobia.

Los hoteles, hostels y campings colombianos empezaron a cerrar sus puertas a los no nacionales: "En estos momentos solo estamos admitiendo a colombianos. Disculpe las molestias", anunciaban algunos establecimientos. Otros, decidían cerrar a cal y canto hasta nueva orden.

Incluso las opciones recomendadas por embajadas, colgaban directamente al oír al otro lado del teléfono un acento distinto, como pudo constatar una pareja de franceses en Bogotá.

El rechazo por parte de hoteles provocó la desesperación de los que no tenían otra alternativa de alojamiento. En mi caso, el rechazo, rotundo, vino de la mano de un familiar de una amiga, en cuya casa me estaba hospedando durante mi estancia en la capital colombiana.

Ante la aparición de algunos síntomas de resfriado, la madre de mi allegada pensó que la opción más prudente era "que la chica española se fuera de casa lo antes posible", pese a haber llegado al país el 1 de febrero, un mes antes de que el virus empezara a propagarse por España.

Además, los departamentos colombianos (equivalentes a las comunidades autónomas españolas) empezaron a cerrar fronteras terrestres, negar el acceso a extranjeros (independientemente de la fecha de su llegada) y decretar toques de queda.

Pese a que en aquel momento (tercera semana de marzo) en Colombia solo se habían detectado unos 50 casos de Covid-19, la población del país latinoamericano empezó a contagiarse de manera estrepitosa de un pánico generalizado, una desconfianza y un temor irracional, especialmente ante el contacto de cualquier persona procedente de fuera de sus fronteras.

En este momento (14h CET del jueves 26 de marzo) hay en Colombia 470 casos y 4 muertes, y el país se ha blindado ante el virus con una cuarentena similar a la española.

Abandono por parte del consulado español

Abandono por parte del consulado españolLa consecución de episodios de xenofobia, la incertidumbre y la desesperación, precipitó nuestro regreso, por lo que muchos recurrimos a los representantes de nuestro Gobierno en el extranjero. Desde el consulado español en la capital colombiana, ni siquiera atendían directamente a la gente, como medida de precaución por la pandemia.

Del otro lado de la reja, un guardia civil protegido con mascarilla y un par de guantes informaba de que "volver a España o quedarse en Colombia era una decisión personal (algo evidente), que si decidíamos quedarnos en Bogotá no iba a pasar nada (¿con qué certeza?) y de que desde las instituciones no nos iban a proporcionar más información", concluía.

Pese a estar inscrita en el Registro de Viajeros del Ministerio de Exteriores del Gobierno español, tampoco recibí ningún mensaje, notificación, recomendación. Lo que me llegó desde las instituciones españolas fue un silencio sepulcral.

Un retorno brusco, frustante y desesperado

Un retorno brusco, frustante y desesperadoSentirse tirada en la otra punta del planeta en un contexto tan delicado hace cambiar el orden de prioridades. Volver a casa se convirtió en una emergencia. Ante los precios desorbitados y la desconfianza generada por otras compañías, la aerolínea nacional (Iberia) era la única vía de escape, el medio que podría poner fin a nuestra pesadilla.

Personalmente, los algoritmos de internet y el azar se pusieron de mi parte: en un intento desesperado por comprar un billete, en la pantalla de mi móvil apareció una opción para volver a Madrid el domingo 22 de marzo por menos de 300 euros; vuelo que afortunadamente pude cambiar para regresar el miércoles 17, para poner fin cuanto antes a tal situación.

Ya en el aeropuerto, sufrimos hasta el último momento: dos horas de retraso, ambiente de desasosiego al que algunos se enfrentaban meditando; otros refugiándose en el humor. Cuando conseguimos montarnos en el avión (repleto de gente, lo que impedía respetar la distancia de seguridad), sentimos una salvación, al saber que por fin podíamos estar en casa para unirnos a nuestras familias a la lucha contra este virus.

Aunque lo que no sabíamos era que el miedo y la desesperación estaban más presentes y en mayor medida en nuestro país.