Aliste, Tábara y Alba, esta, nuestra comarca natural, -la mayor en extensión geográfica de la provincia de Zamora-, vive por desgracia los momentos más duros a nivel sanitario y humano desde la "gripe española" de 1918 y 1919 que diezmó a nuestros pueblos.

Vaya por delante en mi nombre y en el de todas las gentes de mi tierra, nuestro reconocimiento, agradecimiento, apoyo y ánimo, de corazón, al personal sanitario, Fuerzas de Seguridad del Estado y a cuantas personas están trabajando sin descanso para frenar al coronavirus y así salvar nuestras vidas, también a los hombres y mujeres de Aliste, Tábara y Alba que aportan su granito de arena quedándose en casa y así ayudando al prójimo. En un mundo y unos tiempos donde todos éramos necesarios, ahora hemos pasado a ser todos imprescindibles.

Me dice la abuela de la comarca, la señora Pascuala Bermúdez Ratón, nacida el 28 de agosto de 1911 y entonces solo una niña, recordar cómo llegaba su madre a casa y les decía: hoy hemos tenido hasta cinco entierros. Por eso no podemos bajar la guardia.

Y nos ha llegado el coronavirus: no se trata de un juego, ni un problema ajeno y lejano de China, Madrid, Vitoria o Milán, es también nuestro problema, el de todos, con la desventaja añadida de que nuestros pueblos son carne de cañón al contar con una mayor parte de la población de la tercera edad: 1.321 personas de 76 años o más y 904 de 65 a 75. Ahora mismo no nos estamos jugando el presente y el futuro, ese que se valora en cuantos euros hay en la cartilla del Banco de Castilla o en sembrar patatas y cebollas los primeros: nos estamos jugando la vida.

Tras treinta años trabajando en esta tierra alistana, tabaresa y albarina, día a día, y más de un millón de kilómetros recorridos para informar de los aconteceres por nuestros 102 pueblos, si algo pude comprender y comprendí, -aunque la verdad, ya lo deducía y lo sabía pues aquí nací y aquí me críe-, fue que fuimos, somos y siempre seremos, gentes sencillas y humildes, sí, pero a la vez, coherentes y solidarias, poniendo alma, corazón y vida siempre, más aún cuando las cosas vienen mal dadas y tenemos que arrimar el hombro para salir adelante, juntos, que no revueltos, luchando unidos por nuestro bien y el de los demás, no dejando nunca jamás solos a quienes más lo necesitan.

El Gobierno de España ha declarado el estado de alarma y está, meridianamente claro, que si nos atenemos a la evolución del coronavirus en China, a los consejos y directrices de los científicos y sanitarios, la mejor manera de poner freno a la crisis sanitaria global y lo que es lo mismo, salvar muchas vidas, es el confinamiento en nuestras casas. El "Yo me quedo en casa" no es una alternativa, es la única solución.

Mientras casi la práctica totalidad de los alistanos, tabareses y albarinos, quizás un 98%, hemos tomado conciencia y nos recluimos en nuestros hogares, unos pocos, inconscientes y desalmados, -se cuentan con los dedos de una mano en cada pueblo-, literalmente se toman el estado de alarma a cachondeo y al coronavirus con una soberbia y chulería que roza la indecencia, la insensatez y la temeridad, poniendo en peligro sus vidas, -allá ellos, de tontos está el mundo lleno-, y también, esto es lo peor, a alistanos, tabareses y albarinos que hemos unido fuerzas en un frente común, coherentes, para salir de ésta cuanto antes y evitar un contagio masivo que, seamos realistas, podría acabar con los pueblos.

En la mayoría de los hogares de nuestra tierra tenemos alguna persona mayor, muchos octogenarios y nonagenarios, con enfermedades y patologías crónicas, leves o graves, corazón, alzhéimer, párkinson y unas muy bajas defensas, donde un contagio poco menos que supondría una muerte casi segura. Por eso, quienes aparte de nuestro trabajo, dedicamos las 24 horas del día y los 365 días del año, a luchar con cariño y sin descanso por nuestros padres y madres, abuelos y abuelas o hermanos y hermanas ofreciéndoles todo, la mejor calidad de vida, nos hierve la sangre al ver a esa panda de insensatos que más pronto que tarde van a convertir lo que es un problema en una tragedia.

Estos días, por mi trabajo, estoy en contacto con todos y cada uno de los pueblos, autoridades, agentes sociales y residentes y, no sé si por suerte o por desgracia, conozco la realidad, y me preocupa ver que para unos pocos el coronavirus es una gripe del que dicen nadie se muere. Pues sí, y aunque sea un dato perdido en los informes oficiales, que dan las cifras de los fallecidos allí donde se producen, la realidad es que el primer zamorano fallecido fue un alistano, nacido en esta tierra, residente en el País Vasco al que sus familiares por las circunstancias que vivimos no han podido ni dar aún cristiana sepultura o realizar el funeral en sus añoradas y amadas tierras alistanas.

Me contaba el otro día la señora Prisca Domínguez Ramos de Mahíde un refrán alistano que es sentencia y que los inconscientes de esta nuestra tierra deberían aplicarse: "Ni que me siembres en abril, ni que me siembres en mayo, hasta que no lleguen los calores de junio no nazco".

Ánimo a los agricultores y ganaderos de esta tierra, porque ellos sí tienen y deben seguir con su actividad porque, aparte de vivir de ello, como sector primario, con su trabajo y sacrificio, producen los que a los demás nos permite alimentarnos y vivir.

A partir de ahí, no es ni de recibo, ni normal que, mientras unos estamos en casa haciendo lo que hay que hacer, confinados, por el bien de todos, unos pocos, por divertimiento o manías que ahora no tocan, se crean Dios o seres superiores y sigan su vida normal al son de tractores, desbrozadoras, motosierras y mulas mecánicas, para desgracia y malestar de esas personas que sí han comprendido que nos estamos jugando la vida.

Patético, de Juzgado de Guardia, para hacérselo mirar, esas pocas personas, no todas, que llegan desde lugares de alto riesgo como Madrid, País Vasco y Cataluña saltándose el estado de alarma y, cuando deberían guardar una cuarentena voluntaria, -yo creo que obligada-, han tomado las calles, plazas, caminos y carreteras para sus paseos y tertulias grupales, de solana y abeseo, como si los pueblos fueran suyos.

Tan listos que cuando llegan a la tienda o al vendedor ambulante, parece ser, ellos no saben o no quieren saber que hay que entrar de uno en uno, pedir y esperar la vez, y mantener una prudente distancia. Alguna y alguno creyendo que los de pueblo estamos necesitados de sus besos (ahora todos de Judas) y abrazos capitalinos. Presumiendo de mascarilla, que ellos, de gran ciudad, sí tienen, pero la llevan en la mano, porque tienen que darnos la tunda de su vida y amargarnos la mañana con su tremebunda manera de dar ánimos: "En Madrid estamos mucho mejor que aquí, ni comparación, pero en cuanto vi que la cosa se ponía mal cogí el autobús: si me muero quiero morir en el pueblo". Y se quedan tan anchos.

El COVID-19 acecha y los pueblos tienen en nuestros abuelos y abuelas al eslabón de oro, a la piedra angular, que durante siglos han garantizado el recambio generacional y la supervivencia, convertidos ahora en el eslabón más frágil de la cadena que entre todos debemos preservar.

Más incongruente, y mira que ya es difícil, quienes aprovechan para traerse a su amigos a conocer el pueblo. Que no insensatos, que no, que no es Semana Santa, ni el verano, que esto es un estado de alarma, que no hay procesiones ni verbenas, hay miedo y soledad al color de la lumbre.

Estamos hablando de vida o muerte y por ello ha llegado la hora de asumir la realidad, y viendo que los consejos no son asumidos por algunos, se acabaron las contemplaciones con ellos. El Gobierno de España y las Fuerzas de Seguridad del Estado tienen que comenzar a aplicar la ley si queremos que en los pueblos esto no se nos vaya de las manos. En los pueblos sabemos que ir cada uno por su lado es el camino hacia el fracaso. Todos unidos vamos a lograr salir de esta y, para ello, solo nos piden y debemos cumplir algo quizás atípico pero sencillo, quedarnos en casa. Aunque solo sea por nuestras personas mas vulnerables, para nuestros seres mas queridos, familiares y amigos quedémonos en casa y ayudemos a aquellos que más lo necesitan.

Ayer, vosotros, abuelas y abuelos de mi tierra, algunos llorando, me pedíais ayuda y esto que ahora término llamando a la sensatez y la humanidad. Ánimo paisanos, nunca os vamos a dejar caminar solos. Se os quiere: por vosotros daríamos la vida, os lo merecéis.