Fermoselle muestra una imagen urbana irreconocible. Inconcebible. Que esté deshabitado un estrado tan concurrido como el "Mentirote", que jamás ha conocido el vacío humano, que siempre tuvo sus plazas ocupadas por personas atentas a la actualidad, por seres que plasmaban el pálpito social de la villa con su presencia, y que prodigaban en los eternos aposentos de granito conversación lega e ilustrada, intercambio de impresiones juiciosos y estrambóticos, y chascarrillos de toda enjundia, lo dice todo.

"Hay miedo al coronavirus", señalan en Fermoselle. El "Mentirote", por otros denominado el "Mentidero", o el "Mentadero" por los más finos, es una tribuna medio eclesial donde se cuece tanto rigor como humor. Desde hace una semana es un escaño del mutismo. "El lugar por excelencia de la villa", por decirlo con expresión del regidor José Manuel Pilo, es hoy día un nido vacío, cuya soledad habla por sí sola.

Que la Plaza Mayor de la capital de Arribes sea otro espacio libre o muerto de vida, salvo las fugaces apariciones de quien lo cruza por obligaciones laborales, como el personal funcionario del Ayuntamiento (secretario y auxiliar), que alternan su asistencia uno y otro día porque está limitado al mínimo la ocupación para evitar coincidencias, es otra estampa extraña y desconocida.

Que la calle de bajada del Arco a la Plaza Mayor (Requejo), o viceversa, sea un vial sin alma alguna, sin coche alguno, que deja ver como nunca el tipismo arquitectónico que confiere a Fermoselle una elegancia solo propia de los conjuntos histórico-artísticos, es otra visión sobrecogedora. Muestra un completo desnudo en horas meridianas del día, cuando era imposible no ver a un hombre o a una mujer, con cachava o sin ella, haciendo calle. Solo a cuentagotas aparece un fumador que se acerca al estanco a por provisiones. "Se fuma más o menos como antes" expresa Miguel Ángel Prieto, que ve una quietud histórica en semejante calle.

Tal es la precaución de los fermosellanos que hasta parecen haber marcado "la hora de ir a la tienda" para no coincidir, al decir de Ana Miranda, que sigue a rajatabla las recomendaciones impuestas por la alerta o la emergencia sanitaria.

Que La Ronda carezca de personas que disfrutan del paseo y del espectáculo de las vistas al arribanzo es otro signo de que algo fuera de lo normal ocupa la mente de los fermosellanos. "Un pueblo fantasma" lo define Miguel Ángel Peña.

Que el inigualable callejero de Fermoselle esté en blanco, cuando resultaba imposible no tropezar a alguien con alguna herramienta de campo o doméstica en la mano, o sentado en los peñasquiles de la puerta inmerso en cualquier tarea, porque en esta villa hasta los octogenarios respiran vitalidad, es otra nota chocante.

Que la villa aparezca como un escenario blindado, como si fuera a reconvertirse en un punto del película, es a todas luces impensable. Es raro por demás la ausencia de saludos en Fermoselle. Es como si la población se hubiera soterrado en los nichos de las bodegas y no quisiera tener contacto con el mundo.