El sonido de los cencerros, el temblor sincopado del cobre golpeado por el badajo de madera de encina, se oye por las noches en Sanzoles. ¿Y por qué si no es diciembre? Porque otra vez la "peste" campea a sus anchas por el país y no quiere marcharse. Un vecino de la localidad de Tierra del Vino, Isidro Pérez Garrido, lanzó la idea hace días tras airear una de las explicaciones sobre el origen del Zangarrón, la de que surgió como antídoto contra la enfermedad recalcitrante y traicionera. El pueblo dijo sí y toca los cencerros para espantar el coronavirus y homenajear a todos aquellos que están dando la cara por los demás. Eso sí, el son sale de casas, jardines y corrales, no de las calles, que ahora se sabe que el mal ataca por contacto y hay que estar separados unos de otros.

Dicen algunos en el pueblo que la figura que después daría origen a la fiesta del Zangarrón surgió hace cientos de años, en plena virulencia de una peste que se cebó con la localidad y otras muchas del país. Entonces, se cuenta, el desánimo era tal por no poder frenar el mal que hasta se dejó de confiar en los remedios de la Iglesia. Una parte de los vecinos no quería ya oficios religiosos. Aun así el cura, apoyado por un grupo de parroquianos, organizó una procesión en torno a la figura de San Esteban, patrono de los mozos. No eran tiempos para andarse con contemplaciones y pasó lo que pasó.

El grupo de críticos con la Iglesia se echó a la calle y la emprendió a pedradas con la procesión y la imagen del santo. El enfrentamiento podía haber llegado a mayores si, de repente, no aparece un vecino - o vecina- oculto por una máscara, ataviado con andrajos de colores chillones y con una baraja de cencerros anudada a su cintura, corriendo como un loco y golpeando a unos y otros con un vergajo de toro.

El desconcierto fue aprovechado para devolver, sin desperfectos, la imagen al templo. Los más exaltados siguieron la estela de la figura esperpéntica que recorrió las calles a la carrera y así lo hicieron varios días más. Sea como fuere, el mal se frenó y en memoria se ofició la función del Zangarrón, la mascarada de invierno que se celebra todos los años el 25 y el 26 de diciembre.

Esta leyenda está recogida en un poema de Santiago Esteban, vecino de la localidad ya fallecido, y ha arraigado con fuerza a pesar de su simpleza y de algunas contradicciones. Ahora se ha desempolvado para hacer sonar las barajas de cencerros, que hay en todas las casas, a la misma hora (20:30) con el fin de debilitar al virus que ha paralizado el país y homenajear a todos aquellos que trabajan para controlarlo, principalmente los sanitarios, y para hacer posible la comida diaria, principalmente agricultores, ganaderos y operarios de la industria agroalimentaria.

Sanzoles va a seguir tocando los cencerros hasta que se vaya la amenaza del coronavirus. El sonido, totémico y mágico, del primer localizador inventado por el hombre, siempre ha espantado el mal, ¿por qué no va a hacerlo ahora? Pero, eso sí, en familia y dentro de las viviendas.