Entre los túneles de A Canda y Padornelo, apenas rebasado el cartel que despide Galicia y da la bienvenida a la Comunidad de Castilla y León, abandonamos la autovía A-52 para serpentear entre la N-525 o la ZA-106 que nos adentran en Lubián, tierra de lobos con su propio "cortello" en piedra de mampostería, pueblo enclavado en un valle regado por los ríos Pedro y Tuela, perfilado por hileras de molinos de viento que sustentan su economía, administrativamente zamorano pero gallego en casi todo lo demás. Tanto, que la señalización está en el idioma de Rosalía que su alcalde, el socialista Felipe Lubián, habla perfectísimamente, defiende y promueve como miembro de la Real Academia Galega, o que de algunos balcones cuelgan carteles reclamando "non ao peche do paridoiro de Verín", donde reciben atención médica y viene al mundo la escasa descendencia que amortigua su decrecimiento vegetativo.

"Tal vez fue por aquella atracción de adolescencia que en el verano de 1978, recién terminado el Magisterio en Pontevedra, decidí presentarme a las oposiciones en Zamora, y tras aprobarlas, escogí destino en Sanabria", confiesa, mientras desteje la madeja de la memoria, Xosé Manuel Pazos, que estrenó trabajo como enseñante en la "Escuela Comarcal de El Puente de Sanabria", donde se agrupaba alumnado de los pueblos de alrededor del lago, como Galende, Ribadelago (por entonces aún "de Franco") o San Martín de Castañeda, y aún algunos otros más apartados como Trefacio, Castro o Vigo de Sanabria.

En Puente de Sanabria, o Mercado del Puente, como también se conoce, trabajó durante dos cursos y, aprovechando que estaba relativamente cerca de Puebla, "vivía en una pensión de la capital y cumplía mi sueño infantil de conocer a fondo la villa que me había llamado tanto la atención", desgrana. Y en el tercer año de profesión, en la que les tocaba "penar" como provisionales de escuela en escuela antes de ganarse el destino definitivo, eligió Porto, en la zona gallega de Sanabria conocida como "As Portelas", pueblo de montaña que entonces sumaba medio millar de habitantes, regado por el Bibey, apartado de la carretera principal, pero a una distancia "aceptable" de A Gudiña "que lo hacía apetecible". Sin embargo, algo se torció en el asunto y pocos días antes de tomar posesión, en agosto de 1980, le comunicaron por telegrama el traslado forzoso a Escuredo, un pueblo de poco más una veintena de habitantes, situado en plena Sierra de la Cabrera entre Zamora y León y en el nacimiento del río Negro.

"Entre Escuredo y el pueblo más próximo con bar, estanco, farmacia y cualquier otro comercio, que era Palacios de Sanabria, había 30 kilómetros de montaña por una carretera sinuosa y que exigía casi una hora recorrerla", rememora. Ese curso lo vivió en la aldea por la semana, en la casa-escuela situada entre la iglesia y las casas del pueblo, y los fines de semana, si la nieve le dejaba, regresaba a Cangas o se iba a Puebla. El pueblo, "con seis o siete niños en la escuela", sin bares, televisiones ni periódicos, sin cobertura radiofónica ni telefónica, "donde el pan venía una vez por semana, el butano cada uno o dos meses y la Guardia Civil nos visitaba a caballo de cuando en vez" vivió dos episodios que le impactaron. El primero, en febrero de 1981, el intento de golpe de Estado de Tejero, tal día como hoy: "Pasé la noche del 23 al 24 con otros compañeros en la 'raia seca', lejos de allí", relata. Y el segundo fue la caída de un rayo que derribó la torre y el tejado de la iglesia y puertas y ventanas de su vivienda mientras estaban debajo, en la escuela, y le obligó a pedir ayuda a Rosinos de la Requejada, cabeza del municipio. "Ni que decir tengo que era el único maestro de Escuredo y prácticamente, con los niños, el único habitante casi toda la semana, porque los adultos subían con el ganado a la montaña. Creo que también fui el último, porque me parece que en el nuevo curso cerraron la escuela y mandaron a los tres o cuatro chavales que quedaban internos a un lugar mayor".

Amistad y Cultura en Lubián

Para los tres años siguientes, el profesor Xosé Manuel Pazos encontró "el mejor destino posible" en la provincia:Lubián, pueblo gallegoparlante situado entre Portelas, la de Padornelo y la de A Canda, en la ladera de una montaña y bien visible desde la carretera general, que también le había llamado la atención en sus viajes entre Cangas y anteriores destinos. En aquel paraje de medio millar de habitantes "encontré el hábitat perfecto para ejercer la profesión y desarrollar a un tiempo mis ideas y aficiones", reconoce. Y parte de culpa la tiene Felipe Lubián Lubián, también maestro que lleva como apellidos, por partida doble, el pueblo del que es y ya entonces era alcalde y cuyo bastón no aparcó en cuatro décadas más que para ejercer una legislatura como diputado en Cortes. "Felipe tenía, y mantiene, unas inquietudes culturales que pronto nos unieron, y además allí había una juventud comprometida que no existía en lugares más grandes". Con estos mimbres, desde el curso 1981/82, "revitalizamos una asociación cultural que ya existía, Xente Nova, fundamos un grupo de teatro, Matamoura, dimos vida al cine-club, que proyectaba casi siempre un día a la semana, y celebramos muchos actos culturales que dinamizaban la vida de Lubián y de lugares vecinos" con gran implicación social, recapitula.

Aquella etapa en tierras de Sanabria concluyó en el verano de 1984 al lograr plaza definitiva en el colegio de San Roque, donde ha transcurrido el resto de su carrera como profesor. "Abandoné Lubián no sin tristeza, por la gente magnífica que dejaba", reconoce, y por allí regresó varias veces para refrescar la memoria y rendirle homenaje. La más reciente, hace apenas diez días, para reencontrarse con Felipe Lubián, antiguo compañero y aún alcalde;con Tere Silva, su mujer, enfermera en la zona, exalcaldesa y actriz en todas sus obras;con Felicísimo Sánchez (Félix), el practicante, también actor y compañero de vivienda anexa a las escuelas;y con gentes del pueblo con las que ha vuelto a compartir recuerdos, testimonios y abrazos.

"Sigo extrañando, tanto tiempo después, aquella vida y aquella camaradería", reflexiona Pazos en el viaje de regreso a Cangas, y celebra el "paseo por las entrañas de Lubián como no había vuelto a dar desde entonces, una inmersión en la memoria, en las sensaciones nunca olvidadas, aunque sí adormecidas en una parte de mí". Fue un regreso emotivo "a las amistades, a la escuela, al teatro y al cine, a la nieve del invierno, al calor de las brasas, las comidas en la casa-escuela o en bares de A Gudiña, de Requejo o de Puebla. Un reencuentro con la energía de entonces, una vuelta al pasado desde el presente, sin nostalgias, sino cargada de alegría y gratísimos recuerdos revividos".