El invierno es la época ideal para la poda de multitud de plantas leñosas, ya que permite dejar que los cortes cicatricen a lo largo de la primavera dando lugar a una recuperación rápida y efectiva en la que las ramas vuelvan a brotar con vigor. Uno de los árboles que se debe podar en estos meses es el roble. Antiguamente, se solía "dirigir" el crecimiento de estos árboles con 3 o 5 ramas principales a una altura suficiente para que los brotes quedaran fuera de la boca de los herbívoros terrestres, se trataba de una técnica que permitía compatibilizar con la producción de leña, fundamental para calentar los hogares en invierno, con el pastoreo.

El retroceso de la práctica de la ganadería extensiva y las nuevas y modernas calefacciones han llevado en muchas zonas al abandono de los robles, que en algunos casos precisan de podas para asegurar la mayor longevidad del árbol. Sin embargo, una nueva normativa aprobada hace menos de dos años que prohibe cortar ramas más anchas de 15 centímetros ha provocado la confusión de algunos dueños de robles y encinas, ya que eso difiere de algunas de las prácticas tradicionales llevadas a cabo en distintas provincias.

Hasta hace pocos años, había conservacionistas que trataban de fomentar técnicas como la del trasmoche hasta el punto de que Medio Ambiente llegó a editar una guía para poner en práctica esta técnica de forma adecuada.

La principal norma a tener en cuenta es que la poda se debe ejecutar siempre a savia parada, hacia el final del invierno, y que el árbol tiene que ser suficientemente vigoroso.

Para provocar la reacción del árbol a la poda y generar una nueva copa de "árbol trasmocho" es necesario eliminar al menos el 80% de la superficie foliar y cortar en primer lugar las ramas de fuerza -los brotes verticales- y dejar sin cortar algunos de los potenciales tirasavias -rama horizontal o inclinada hacia abajo que parte de un brazo principal- que no hayan sido dañados por el trabajo de poda. Es necesario que quede al menos un tirasavias por brazo, preferentemente hacia el final, y en el lado de la umbría. Todos los cortes deben ser limpios, sin desgarros, para que el labio cicatrizante se forme correctamente, y en bisel para que no se acumule agua, a cinco centímetros de altura de la base de la rama en la parte más baja del bisel.

El argumento que desaconseja la labora de la poda de ramas superiores a los 15 centímetros es que las heridas más grandes de ese diámetro no cicatrizan bien y permiten la entrada de agua y plagas que acaban pudrir las ramas del árbol, aunque los efectos pueden tardar décadas en aparecer y ya no los ve la persona que llevó a cabo las podas.

Paradójicamente, las guías oficiales para recuperar árboles trasmochados y posteriormente abandonados incluían la recomendación de cortar ramas bastante más gordas, pero solo cuando las verticales habían crecido demasiado y podían llegar a comprometer la estabilidad del conjunto del árbol. En estos casos, si la rama tenía un diámetro superior a los 50 centímetros, se aconsejaba elevar la poda hasta donde se alcanzara un diámetro de 40 centímetros, siempre que el corte no quedar a más de un metro de la base, o incluso de 45 centímetros, siempre que quedara un tirasavias adecuado en el extremo del brazo.

Sin embargo, indicaban, el mayor inconveniente del trasmocho es que supone una forma de masa artificial, una vez que un árbol se ha trasmochado está condenado a que tenga que ser regularmente podado el resto de su vida. Es una técnica muy concreta que se empleaba con determinados fines y que puede llegar a resultar agresiva incluso en ocasiones obliga al árbol a desarrollar mecanismos de defensa.

Además, generalmente no hay garantía de que las podas se sigan ejecutando a lo largo de las generaciones, pues cada vez hay menos costumbre en los pueblos.

El abandono prolongado en el tiempo de los trabajos de desmoche en estos árboles suele conllevar un envejecimiento acelerado de su fisiología. Esta intensa reducción de la vitalidad está especialmente relacionada con la estructura que los árboles tienen después de haber sido gestionados mediante desmoches periódicos.

Por eso, ya antes de la aprobación de la nueva normativa se desaconsejaba trasmochar un árbol que no había sido podado de esa manera con anterioridad.

En cualquier caso, la poda de cualquier árbol requiere la desinfección de herramientas y utensilios para evitar el contagio de enfermedades entre ejemplares.

A ser posible empleando herramientas afiladas de alta calidad para facilitar un corte limpio que permita al árbol suna recuperación más rápida y eficaz de las heridas. Las herramientas viejas y desgastadas pueden dañar y arrancar fibras sanas de la rama. Para un resultado óptimo, es aconsejable hacerlo entre enero y marzo, y siempre es aconsejable recabar información sobre los cuidados específicos que precisa cada variedad.

La poda de ramas más bajas y pequeñas es más fácil que la de aquellas más altas, que entrañan un mayor peligro y una perfección de la técnica que puede hacer necesario recurrir a un profesional con suficiente experiencia.

Los guantes y las gafas protectoras pueden servir para evitar un accidente a la persona que realiza la poda, o incluso para otras que se encuentren cerca del árbol con el fin de evitar que se vean afectados.

Una mala labor de poda puede perjudicar en gran medida el desarrollo del árbol, que no deja de ser un ser vivo, debilitar su proceso de crecimiento y en última instancia, provocarle una enfermedad o conducirlo a la muerte.