La cocina de Navidad comenzaba a dar su frutos el día de Nochebuena. Era esta una de las tres noches del año, junto a la Noche de Difuntos y Miércoles de Ceniza, en que los pastores no dormían en el campo, "chiqueros" y "pariciones" y regresaban a su pueblo y a su casa.Tras la cena de gallo pedrés el patriarca y el pastor de la familia elegían la mejor y longaniza, la descolgaba del varal y la guardaban en la morrala: ya en la iglesia, durante la misa de gallo y la pastorada de La Cordera era la ofrenda particular de cada pastor al Niño Jesús. El 1 de enero la "cayata de longaniza" era y es el presente que abuelos, abuelas, padrinos y madrinas entregan a sus nietos y ahijados cuando van a felicitarles en Año Nuevo.

Chorizo y tocino formaban parte de la "vela" que le daba cada familia con ovejas al pastor comunitario del pueblo contratado en San Pedro (de 29 de junio de un año al 29 de junio del siguiente). Se le daba una "pina" de tocino y una "cuarta" de longaniza, más tres libras de hogaza de pan casero, ademas la comida y la cena.

En cuanto a los botillos en muchos pueblos se seguía la tradición de que el primero a degustar se hiciera en la comida de Año Nuevo, cocido en el pote con patatas y berzas. Su parte más preciada y sabrosa era la del rabo del cerdo. Antaño no había un plato por comensal sino una cazuela común y los mayores respetaban la costumbre de que la parte más apreciada fuera para los niños.

La "espalda" (paletilla y tocino), que se curaban unidas, era para muchas familias otro manjar. Durante las épocas de escasez los jamones ni se cataban pues había que venderlos. Fueron afamados lo jamoneros de San Juan y Tola. Cuando no había nada que vender los jamones ayudaban a obtener ingresos para pagar los impuestos, unas veces del marqués de Alcañices y otras de la Iglesia o del Estado.

Durante la Guerra Civil y tras ella, la mayoría de las familias cambiaban a pelo un jamón por un tocino, solo porque el tocino era más grande y daba a las familias para más días. Eran tiempos difíciles y se veían obligados a cambiar calidad por cantidad, mientras los jamones eran degustados por los ricos de las ciudades que podían pagar su coste.