"¿Y el pueblo siempre está así, tan lleno?". La pregunta la hizo hace tiempo Victorina Folcini, una argentina que llegó a Sanzoles buscando sus raíces y coincidió con una celebración popular en verano, cuando este pueblo de Tierra del Vino y todas las localidades zamoranas se llenan de gente, de vida, de niños, de jóvenes. La escena se repite todos los años, sobre todo en el mes de agosto. Siempre hay quien se interroga de idéntica manera ante el gentío y el alboroto de una fiesta popular, que rompe los esquemas previsibles. O sea los de un pueblo apagado, dormido por los muchos años, casi muerto, de los que entran en la estadística del INE como de menos de 1.000 habitantes, 500 o 100, que de todo hay en la viña zamorana del señor.

Pues no Victoria, pues no a quien lo pregunte. La imagen de los municipios zamoranos en agosto no tiene nada que ver con la que proyectan el resto del año. En verano regresan algunos emigrantes (en muchos casos, sus nietos), sobre todo coincidiendo con las fiestas, también llega algún turista buscando la sorpresa y los ayuntamientos y asociaciones de todo tipo se vuelcan en programar actividades en la calle. Llega incluso a ser agobiante -bendito agobio- la cantidad de actos que se suceden día tras día. Las semanas culturales ya son un clásico y también las programaciones que duran todo el mes de agosto. El trasiego es continuo y los trípticos de Caja Rural están repletos, no cabe ni una gincana más.

Un ejemplo: Sanzoles. En las últimas semanas se han programado actuaciones del grupo Santarén, el dúo Fisarmónica, murgas del Carnaval y del coro local, representaciones teatrales, dos mercadillos, juegos infantiles, un homenaje a García Lorca, cenas populares, una marcha solidaria para adquirir una bombona de oxígeno y recaudar fondos para la Asociación de Fibromialgia y Fatiga Crónica, un master clas de zumba, exhibición de motosierra, torneos de frontenis y paseos familiares en bici, la noche de exaltación del Zangarrón, el Día del Jubilado, con concurso de tortillas incluido, una velada flamenca, una charla sobre elaboración de vinos blancos y tintos, el encuentro de la generación Ramsés, concurso de paellas y de vinos caseros, un festival de pelota, petanca, una gincana nocturna... Y no sé cuantas cosas más.

En la organización de los distintos actos se han implicado, además del Ayuntamiento, las asociaciones culturales Melitón Fernández, Asociación de Jubilados y Pensionistas San Zoilo, Amigos del Zangarrón y la Asociación de Águedas. También numerosos vecinos, a título particular, han colaborado de manera especial en la organización de las actividades. La asistencia ha sido masiva y la animación de diez.

Ha sido muy destacable la participación en la marcha solidaria, con más de cuatrocientas personas inscritas. Número que superaron los comensales del almuerzo nocturno de huevos con chorizo del colectivo Amigos del Zangarrón, donde los vecinos volvieron a unirse en torno al símbolo festivo del pueblo, la mascarada que se celebra los días 25 y 26 de diciembre.

La velada flamenca merece un capítulo especial por su transcendencia artística. La amenaza de tormenta llevo el concierto a la iglesia parroquial, un templo de una acústica a prueba de megafonía, que sonó como los ángeles cuando los cantaores dejaron a un lado los micrófonos. El "Lámpara Minera" Raúl Montesinos se arrancó con una granaína -"el pintor que pintaba la tristeza"- que puso al público, que abarrotaba el santuario, en sazón. Mágico fue el momento en el que desgranó la minera con la que ganó el festival de la Unión en 2004. Hasta el Cristo gótico, recuperado por el párroco Manuel San Miguel, lloró, que yo lo vi.

Esther Merino, que tiene en su esportón el Melón de Oro del Festival de lo Ferro y el premio a la interpretación de tarantas de La Unión, sacó a relucir su cuajo y su voz que mece el sentimiento. En la malagueña habló con Dios y lo hizo de forma coral, transmitiendo el sentir líquido de los espectadores que se vaciaron en aplausos. Fue una noche para no olvidar, que los buenos aficionados guardarán muchos años en la caja de sus recuerdos.

Nada nuevo que decir de Antonio Carrión. Es un puntal en la edad de oro que vive en estos tiempos la guitarra flamenca. Volvió a lograr que el sonido punzante, acerado de la fibra de carbono, el ciprés y el palosanto, se fundiera en mil manantiales de sierras escarpadas, donde el tacto de la uña brinca de piedra en piedra hasta convertirse en monasterio. Un genio.

Sanzoles, como tantos otros pueblos de la provincia, acaba de cerrar su programación cultural que da paso a las fiestas de San Sebastián. La cultura, el deporte, la música y mil actividades de ocio han conseguido que Zamora resucite al menos por un mes.