De nuevo los bueyes se convirtieron ayer en los directores de la manada de las reses que protagonizaron el segundo encierro de Fermoselle, y de nuevo un novillo (el sábado fueron dos) llegó a la plaza unos segundos rezagado. Pero Fermoselle vivió con emoción el espectáculo que proporciona la marcha medio esprintada y siempre peligrosa de los astados desde el prado de San Albín hasta la Plaza Mayor, por un callejero de admiración.

Recorren el pavimento bajo la atenta mirada de todo lo vivo en la villa, que sigue el paso de los animales desde los balcones, desde las ventanas, tras los barrotes y hasta desde los tejados. Solo el campanario de la iglesia parroquial de la Asunción, alto como ningún otro mirador del casco histórico, permanece deshabitado de aficionados. Como reservado a la divinidad.

El día amaneció nubarroso y pinteante, y los temores de que jarreara y chafara el encierro presidía el ambiente de una capital de Arribes que estas fechas es una colmena de seres. Sin apenas forasteros, las calles y la plaza de madera permanecían inusualmente despejadas una hora antes de la suelta de los toros. El campanero Emilio Díez tocaba la campana que corona el Ayuntamiento con energía, como queriendo sacar de casa y colocar en su sitio a todo el mundo. Poco a poco afloraron a los balcones los moradores y llegaron a poblarse hasta con una veintena de espectadores. Llamaba la atención una criatura de meses, en manos de su padre o un familiar, que atisbaba el frente como un verdadero seguidor del evento. A la hora de la verdad todo se colmó. Y como los tablones rezumaban humedad de la lluvia, muchos echaron mano de cartones y otros recursos para sentarse a gusto.

En Fermoselle "no hay fiesta sin toros y sin campana", al decir de Pilar Barrueco, que, salvo por un imposible, siempre acude a su pueblo por San Agustín. Afirma que a la villa retornan personas de toda la geografía española y también del extranjero. "En mi barrio, que durante el año permanecen varias casas cerradas, ahora están todas las puertas abiertas" expresa mientras aguarda acontecimientos taurinos en un coso que, sin toros, es un hormiguero de individuos.

La suelta de cabestros y novillos fue seguida por un grupo de personas que gusta de contemplarlos en su punto de partida y a la salida del camión. Algunos hacen luego el trayecto siguiendo la estela de los "espioja". En la Plaza Mayor, transmutada en taurina, la llegada es esperada de pie y en hilera por un centenar de aficionados que, nada más estallar el chupinazo a las 11.00 horas, no quita a ojo a la calle Requejo. 2.30 minutos después las carreras embaladas de algunos jóvenes preludian la aparición de unas reses que avanzan como los que buscan la meta. La hilera se hace añicos, los animales toman la plaza y, tras una exposición somera en el ruedo, los bueyes enfilan y arrastran a los novillos al resguardo por un portó abierto de par en par. Entran entre el aplauso del respetable, que ama la limpieza y la ausencia de tragedias, y algún desperdigado silbido de quien ansía arremetidas, derrotes y peligro en la plaza.

Un toro castaño dejó ver un aparente trapío más bravo que el resto en el breve momento que mostró su cuerpo y cornamento.

El coordinador de festejos, José Manuel "Tronito", explicó por altavoz que la corrida de rejones del domingo terminó como el rosario de la aurora porque los rejoneadores se negaron a lidiar la res de collera, justificando su abandono "en el estado del terreno y la lluvia". Otros aficionados vieron la justificación en una posible lesión del caballo de José Miguel Castrejón, ante el tercer toro, y cuyo rejoneador sustituyó en el ruedo a Óscar Borja, anunciado en el programa de festejos. Parece ser, al decir del encargado de vender entradas, que una lesión impidió a Borja acudir a Fermoselle. El empresario leonés, Avelino de la Fuente, apostaba por culminar la tarea y ayer destacaba las características de los toros puestos en plaza. "Eran puros Murube, de entre 500 y 520 kilos, de los que lidian las grandes figura" indicaba, y mostraba orgulloso en su móvil la poderosa figura de los animales.

A los toros suplantaron dos vaquillas "con los cuernos despuntados", porque así lo impone la Ley (para los toros a caballo es el afeitado, y cumplieron su misión con solvencia. Seguidamente Fermoselle se sumió en un general tapeo, que ayer ocupaba interiores y exteriores de bares y restaurantes. Había saludos, pero también expresiones de añoranza porque se hablaba de despedidas.

La tarde fue un espectáculo de recortes, quiebros y saltos profesionales que llenó de aficionados la plaza, con el alcalde José Manuel Pilo entre los que vibraban. La noche fue otra noche de movida musical y verbenera.