"Aquí tenéis un tesoro de 2.000 años". Con esta afirmación el arqueólogo navarro Román Rodríguez destacó la importancia de las construcciones castreñas de Ferreras de Arriba, y de manera especial el castro del Castillán, en el transcurso de las dos visitas guiadas realizadas al enclave serrano, desarrolladas esta semana.

La participación de vecinos y veraneantes de Ferreras ha sido masiva y el interés suscitado ha sido aún mayor con los primeros datos de las investigaciones encargadas por el Ayuntamiento de Ferreras de Arriba. El proyecto que ha comenzado con la limpieza y la documentación del yacimiento tiene como cometido la declaración de Bien de Interés Cultural y poner en valor los castros de la Sierra de la Culebra. Los yacimientos castreños de la Culebra son los grandes olvidados de los estudios arqueológicos por la falta de voluntad de las administraciones, salvo las municipales que tienen el problema de la falta de recurso. De hecho, salvo el inventariado de los castros, no hay ni una sola investigación sobre ellos.

Rodríguez que realiza su investigación sobre la Edad del Hierro en la Cuenca del Duero, entre el río Pisuerga y el río Valderaduey, ha incorporado el estudio de los Castros de Ferreras de Arriba a instancias del Ayuntamiento que abre, tal vez, la primera investigación para profundizar en el conocimiento de estas construcciones de la Edad del Hierro, que abarca desde el año 800-900 antes de Cristo hasta la ocupación romana.

Las incógnitas son muchas, desde quiénes eran los pobladores y su actividad -posiblemente ganadería y la madera- hasta el cometido de estos castros para defensa o control del valle del arroyo Castrón. Lo mismo que las incógnitas son muchos empiezan a aparecer los datos de un emplazamiento amurallado de claro control del territorio en conexión con los otros dos castros La Lleira y Peña Valdemera, situados correlativamente en una distancia de tres kilómetros. Los pueblos astures que pudieron habitar la zona eran zoelas o superatios, dos de las 20 etnias diferenciadas en el conventus Asturicense. La ocupación intramuros abarca unas 5 hectáreas.

En estos pueblos era común una sociedad matriarcal, común a toda la zona septentrional de la Península, como recogió el historiador Estrabón. La ocupación de los castros era generalmente de grupos familiares interconectados. En este castro se han conservado pared de muralla en su estado original con una altura de dos metros y un espesor que llega a los tres, construida piedra a piedra en la técnica de mortero seco. Román Rodríguez incidió en que no se puede andar sin ningún control por el yacimiento por el problema de derrumbe que presenta por un paso masivo. Las prospecciones realizadas, como el electromagnetismo, han revelado que en el interior del castro hubo ocupación habitacional, es decir que estuvo habitado, localizando las estructuras en dos áreas concretas. La topografía rebela la disposición en terrazas dentro del castro y los pronunciados desniveles que apuntan a las zonas de paso entre los diferentes niveles. Se detallan hasta 11 puertas, si bien en este número se incluyen tanto las entradas principales como los portillos.