Primer sábado de julio, la mañana más esperada del año en Fuentesaúco. Un buen rato antes de las diez el paseo de acceso a la localidad ya era un hervidero de personas llegadas desde todos los puntos de la provincia, y desde las vecinas Valladolid y Salamanca, que se agolpaban tras los muros del prado de la Reguera esperando el inicio de uno de los festejos taurinos más singulares de la región: los espantes saucanos.

La bomba que marca el inicio oficial del encierro fue respondida con júbilo por el público, que a partir de ese momento seguiría con atención cada movimiento de los encerradores. Los caballistas realizaron hasta cuatro intentos de espante a lo largo de hora y media, desde el entrante de la parte alta del arroyo de San Pedro, pasando por el centro de la pradera, hacia la salida a las calles.

Mientras los espantadores esperaban a pie firme en el prado los encerradores lograron conducir la manada de bravos y mansos tres veces hasta la línea de espantes, y los mozos pudieron hacer volver a los toros al menos en dos de las ocasiones.

En la cara negativa del festejo, la velocidad de las cuatro carreras y la elevada temperatura que iban creciendo a lo largo de la mañana acabaron por provocar la fatiga de los toros de Montecillo, hasta el punto de que uno de ellos acabó muriendo como consecuencia de un golpe de calor sin siquiera haber participado en el tramo urbano del encierro.