La historia que aquí se relata comenzó hace más de diez años, recorre más de 23.000 kilómetros y finaliza en el primer chino de la historia de Corrales. Una de las protagonistas principales de esta historia nos recibe en este municipio de la Tierra del Vino junto al club de jubilados. Nos saluda de lejos (de hecho, nos vocea), con un deje en el que intuye una mezcolanza entre el clásico canturreo zamorano y el acento chino tradicional. Una mixtura que define a nuestra anfitriona, Leo Shuo Fang, en todo su ser. Toda ella es como una galería anticlichés. Cada pequeño prejuicio, idea preconcebida, estereotipo o tópico (esos que ninguno reconocemos, pero en los que todos caemos) es derrumbado de forma incuestionable. Su historia, o mejor dicho la de su familia, merece ser contada ya no tanto por lo original de la misma -que también-, sino por lo amable y esperanzadora que es para nuestra provincia, aquejada de ese odioso mal conocido como la despoblación, un triste fantasma que amenaza con poner fin al futuro de esta tierra.

Nuestra anfitriona nos da paso al bar del club de jubilados de Corrales, regentado por su marido Javier (la españolización de su nombre, Haibin en chino, no es más que el anhelo de integración que toda esta familia destila constantemente) Wu, donde corretea el pequeño Arturo (Jiayan) mientras su madre le persigue para sonarle los mocos y lo presenta alegre: "Aquí está el primer corralino chino", relata divertida y extática. Mientras tanto, Javier nos muestra su centro de trabajo. "Él es más tímido porque no maneja bien del todo el idioma", se apresura a explicar su mujer mientras intenta retener entre sus brazos al pequeño Arturo.

Para entender esta estampa familiar hace falta remontarse más de una década atrás en el tiempo, cuando Leo ingresa en la universidad de Pekín para estudiar filología hispánica. Esta vecina de Corrales se trasladó desde su ciudad natal, Shijiazhuang (una gran metrópolis industrial de más de 10 millones de habitantes), a la capital de la República Popular para estudiar castellano: "Siempre se me dieron bien los idiomas y como tenía buenas notas pude elegir la carrera que quise". Tras cursar varios años en la facultad, Leo viaja a Cuba (he aquí donde comienza el periplo hasta Corrales) donde vive un año completando su educación en la lengua de Cervantes. La ambición por seguir aprendiendo la lengua castellana hace que nuestra protagonista decida embarcarse en un nuevo viaje de estudios, una vez más un lugar cercano al gigante asiático: Murcia.

Curiosamente, sería en esta bella tierra de España donde conocería a su futuro marido. Leo, que vivió y estudió hasta pasados los 21 años en un país con más de 700 millones de hombres chinos, fue a encontrar a su marido de origen chino en tierras murcianas, donde tan solo un 0,4% de la población es originaria del país más grande de Asia. Seguramente afirmar o dejar caer que Leo recorrió más de 22.000 kilómetros (una cifra tan abrumadora que no merece la pena hacer comparativas entre ciudades) para encontrar a Javier sería rizar demasiado el rizo, ser excesivamente cursi; sin embargo ahí estaban, una china de la ciudad más importante del norte de su país y su compatriota de una de las zonas rurales del sur de ese semicontinente conociéndose y enamorándose -"nos echamos de novios", como recuerda sonriente Leo- en Murcia (qué hermosa eres).

Fue entonces cuando ella regresó a China a finalizar sus estudios mientras Javier permanecería en Murcia trabajando como hasta entonces. Afortunadamente, su actual empresa (trabaja en el departamento de importación y exportación de una empresa de material de maquinaria pesada ubicada en Corrales) le ofreció un puesto en el municipio de la Tierra del Vino que a posteriori se convertiría en su profesión y en su anclaje a este pueblo de Zamora.

Durante los primeros años, la pareja se instalaría en Salamanca y Leo se desplazaba cada día hasta la que acabaría siendo su casa. Pero hace tres años, cuando ella se quedó embarazada de Arturo, convencidos de los beneficios que les facilitaba la villa castellana, decidieron comprar una casa en Corrales y probar suerte en ese pequeño sitio que les brindaba una vida muy diferente de lo que ellos habían conocido.

"Desde un primer momento apreciamos la tranquilidad de poder vivir en un lugar como este. No nos importa que sea un lugar con poca gente, ya que hemos sido acogidos muy bien y poco a poco nos hemos acabado integrando totalmente en la vida diaria del pueblo", justamente dice esto Leo cuando por el bar entran varios de sus compañeros de trabajo, ataviados con monos azules y bromeando sobre "la fama" de nuestra protagonista cuando ven al cámara realizar varios disparos sobre el pequeño Arturo, sentado sobre las rodillas de su madre.

Entre los aspectos que Leo y Javier gustan de destacar -aunque sea solo la primera la que nos los cuenta- es la "enorme diferencia en el trato diario con las personas de tu entorno". Esta corralina de corazón explica que de donde ella viene el trato cercano entre conocidos o la expresión de emociones son prácticamente son una entelequia, sin embargo, en estas tierras castellanas han logrado una conexión "muy especial" con casi todos los habitantes de la localidad. Un aspecto de la idiosincrasia zamorana que en un primer momento a ellos también les costó adoptar, pero que actualmente -como ellos mismos precisan- es una de las virtudes que hacen que sientan a Corrales como su hogar. Un pensamiento refrendado por los padres de ambos, los cuales ya se han acercado por estos lares y se han congratulado con la decisión de sus hijos: "Nuestros padres nos animan a que hagamos vida aquí, les gustó mucho la tranquilidad del paisaje".

La realidad es que la integración nunca ha sido un problema, sino un proceso natural que se ha dado en un corto periodo de tiempo. De hecho, esta familia de origen chino ya ha participado en algunas de las costumbres más arraigadas de la cultura local. Ejemplo de ello es la festividad de las Águedas, donde Leo fue protagonista absoluta; no tanto por sus obvios rasgos asiáticos, sino porque al no disponer de un traje tradicional corralino (ella promete estar trabajando ya en uno de cara a la festividad de 2020) decidió incorporarse a las celebraciones con un Xiuhe, un traje tradicional de la etnia Han (a la que pertenecen Leo y Javier) que visten las mujeres chinas durante el día de su boda. Y en esas salió a la calle, vestida de novia entre las faldas y los pareos clásicos de las Águedas.

En el intercambio cultural los corralinos también han aprendido cosas de sus vecinos de oriente. La propia Leo nos relata entre risas que los vecinos de este pueblo zamorano han aprendido de muy buen grado lo que es "ganbei". Esta expresión, según nos cuenta nuestra anfitriona, es como una especie de "¡salud!" que se dice al tomar una bebida en China. Pero además de celebrarse el trago, es una especie de invitación a acabar la bebida de un trago, lo que por esta zona se conoce como hacer un "Hidalgo".

Todo parece indicar que a la familia que componen Leo, Javier y Arturo -el primer chino de Corrales- todavía le quedan muchas tradiciones que intercambiar y muchos "ganbei" que gritar.