Este mes de febrero nos trae una celebración centenaria. Este mes, en Villalpando, nuestra querida tía atraviesa el tiempo y entra en la leyenda de aquellos afortunados que pueden presumir de haber vivido un siglo. Impresiona a quien escribe esta humilde reseña pensar en todas las experiencias que has tenido que vivir y todas las personas que han formado tu particular dramatis personae.

¡Ay, Manuela, cómo capturar en un día, en un instante, cien años con sus miles de días! Naciste en 1919 en el pequeño pueblecito de Cunquilla de Vidriales del que ahora apenas queda un recuerdo de lo que fue tu casa en la que pasaste tus primeros años. Como el abuelo Gabriel llevaba la pesada carga del servicio como guardia civil os tuvisteis que mover por España. Así llegasteis a Figueras, en Gerona, donde tuviste una hermana. Pero la vida nos reparte alegrías y tristezas a la par, y la pobre niña no pudo superar, años más tarde, las heridas de un inesperado accidente. De vuelta a Zamora, la familia se incrementaría con tus dos hermanos Gabriel y Pilar.

Siendo veinteañera, te tocó vivir una guerra, y una larga posguerra, ya instalados en Benavente. Y como muchos de los jóvenes de la época te echaste al monte a buscarte la vida y emigrar. Tu primera estancia fue a orillas del Atlántico, en la elegante ciudad de La Coruña. Allí empezó a forjarse tu espíritu indómito, que los sobrinos te hemos conocido tan bien. Una estancia de la que hemos oído tantos relatos sobre tus compañeras, la ciudad, el hospital en el que trabajabas, siempre cargados con una emoción y nostalgia; recuerdos que encierran verdaderamente la ilusión y la felicidad vivida.

Volviste a Benavente ,ya a finales de la década de los cincuenta, pero el regreso fue breve. Nuevamente te pusiste en marcha, esta vez a Alemania. Hoy nos asombra a los que no hemos tenido que vivir esto, la decisión de toda esa generación de buscarse una vida mejor en un país que apenas conocíais, tan solo por lo que os contaban otros paisanos que ya habían pasado esa experiencia, y cuyo idioma era un mundo por explorar; fíjate, habíais tomado lecciones de francés porque ibais a ir a Suiza, y, ¡mira tú acabasteis en Colonia!

Estabas en los cincuenta cuando regresaste a España; es decir, te quedaba aún otra vida como la que habías vivido, por lo menos. La vida seguía en lo bueno y en lo malo: los abuelitos se iban despidiendo y tus sobrinos, nosotros, aparecíamos en tu vida. Desde entonces, siempre has estado presente en nuestras vidas y en las de nuestros hijos, que andando el tiempo han ido incrementando la familia. Todos estos años, en los que cada uno hemos hecho nuestra vida fuera de Benavente, teníamos como referencia la casa de la calle Santa Clara, la casa de los abuelos Gabriel y Paula. Siempre que podíamos, volvíamos y encontrábamos nuestros recuerdos de infancia: el patio, el corral en el que corrían las gallinas, la cocina de carbón, o la mesa camilla con su brasero de cisco (¡qué peligro!) y claro, la abuela Paula, la tía Jacinta y tú, Manuela.

Pasados estos primeros cien años, una vez más, nos hemos reunido toda la familia en la residencia de Villalpando para dedicarte este día de emoción y recuerdo. Estamos todos, también los que se nos han ido, que seguro que hoy se están emocionando con nosotros.

¡Feliz cumpleaños Manuela! ¡Felices cien años!