"O TÚ O TU HIJO". Así, con mayúsculas y escrita la frase a lápiz. Es una de las amenazas de muerte dejadas sobre la mesa del brigada Justo Alejo en el Ministerio del Aire, en Madrid. Otras veces la huella dejada era la fría, pero expresiva figura de una bala. A los militares no les molestaba la inactiva pistola de Justo Alejo sino su fulgurante pluma, no el reservado brigada sino el operativo escritor y poeta, no el cauteloso castrense sino el sagaz humanista y sus ideales. De ahí las presiones soterradas y clandestinas de compañeros que llevaban el valor en las guerreras y la cobardía en el alma.

Otros compañeros de letras no escondieron sus inquinas y las anunciaron, pero en boca de personajes ficticios, como Ramón Zulaica y su Trispashoika. A unos y a otros los vientos de la democracia -que para Alejo era una esperanza- les sobrepasaba porque la libertad da muchas alas al pensamiento, a la palabra y a las acciones, y el sayagués Justo Alejo era un hombre inquieto, incómodo y crítico. Como buen observador, y fino lector, un denunciador de realidades opresivas y encadenadas, y de sangrantes desigualdades y subdesarrollos como los imperantes en la Raya hispanolusa, que recorrió para difundirlos y constatarlos urbi et orbi.

Estas amenazas plasmadas en letras, en munición y en artículos, grabadas en los ojos y expresadas con la mirada de los autores, son el cimiento de su muerte, trágica como la de tantos poetas inconformistas, forzada como la de tantos reputados de la pluma que a lo largo de la historia lucharon contracorriente, contra el despotismo o contra el rocoso inmovilismo.

"La amenaza de muerte del frente militar fue en aumento después de la Operación Galaxia (destapada por la Unión Militar Democrática), y eran realmente aterradoras" expresa su mujer Silvia Herberg. El furor militar contra la apertura democrática que conllevaba la ratificación de la Constitución, con gritos en la calle al presidente Adolfo Suárez y de "traidor" al general Gutiérrez Mellado, tuvo entre sus episodios la llamada Operación Galaxia, una intentona de golpe de estado, con participación de Antonio Tejero (que lo intentaría de nuevo el 23-F de 1981) y Ricardo Sáenz de Ynestrillas, previsto ejecutarse el 18 de noviembre, asaltando el Palacio de la Moncloa.

En ese clima militar imperante, y ni siquiera dos meses después, ocurrió la trágica muerte de Justo Alejo. Fue 11 de enero de 1979, en torno a las 12.20 horas de la mañana, cuando el intelectual nacido en Formariz el 18 de diciembre de 1935 aparece estampanado sobre las baldosas, en el exterior del Ministerio del Aire. Es un grandioso edificio situado en Moncloa, en un punto de vivo trasiego estudiantil, y cae desde un ventanal situado en el último piso. Viste el formaricense traje militar de gala. Tiene 44 años y su pluma es un manantial de versos y renglones expuestos con un lenguaje y una diversidad de formatos que solo comprenden los que leen entre líneas. Sus caligramas, sus collages, sus juegos visuales y sus descomposiciones de palabras, para redoblar o remarcar su doble concepción, identifica a una persona multidisciplinar, de sentimientos íntimos lanzados a la sociedad con ilegible, pero puntillosa caligrafía. Su muerte, con signos de asesinato o suicidio "inducido", truncó una vida del mundo de la Cultura.

"Cuando me enteré de la muerte de Justo Alejo vine clandestinamente, porque estaba en Roma, y fui directamente al hospital del Aire y fotografié su cadáver, que le tenían amortajado. Allí me entregaron el traje. Presentaba unos desgarros en la manga y en la parte delantera que no se sabe a qué se deben, pero no a un vuelo" expresa Miguel Herberg Hartung, hermano de Silvia Herberg, esposa del poeta y escritor.

"Uno de sus compañeros, con el que pude hablar después del entierro en Formariz, al volver a Madrid, que sería un buen amigo y tal vez formara parte de su grupo de UMD (Unión Militar Democrática), me sacó un papel donde estaban escrita las amenazas. Lo recuerdo perfectamente porque me lo dio y, lo tendré en los archivos de Italia. O TÚ O TU HIJO, decía. Le tenían amenazado de muerte" añade Herberg. Este amigo es otro militar, natural de Granja de Moreruela, ya fallecido.

Hace hincapié en que "Justo Alejo era un hombre, muy sensible", y parece ser que le afectaban "las historias que habían escrito, totalmente falsas, de que era espía ruso. Él se sentía amenazado o quería defender la vida del hijo".

Para Miguel, mellizo de Silvia, "el suicidio es muy relativo porque a mí me organizaron una escena en el último piso del Ministerio. donde está un bar, que era enorme, y con unos camareros adoctrinados. Me dijeron que el ventanal por el que salió estaba lleno de tazas de café y que entró Justo, tiró las tazas, y se lanzó. Pero es lo que dijeron los camareros, en una hora y un lugar nutrido de militares, que no hablaron".

Justo Alejo dejó en su obra una constante denuncia de la despoblación de Zamora y del medio rural que ahora tanto agita en todos los estratos políticos y administrativos. Fue una cuestión una y otra vez tratada con su fina pluma y sus vocablos, y con referencias que ponían a las claras un hombre culto. "Tierras que van siempre dadas de baja para el hombre y de alta para lobo" expresaba, con mención de Zamora (Aldea rota), en una premonición más que certera. Y es que la despoblación fue una preocupación constante en un hombre que trataba las palabras con sentimiento, y que reparaba en la naturaleza y sus seres, algunos inexistentes en diccionario alguno como el "úvalo" y el "orior", pero que aparecen en los versos porque los poetas llegan donde no llega, en cuanto a lenguaje, ningún otro.

Su imbricación con el mundo de la cultura lo evidencian las amistades, y las reseñas y semblanzas realizadas a los poetas zamoranos y no zamoranos, las lecturas y los viajes por España y al exterior.

Justo Alejo y Claudio Rodríguez mantuvieron una "muy buena amistad" que les llevó a conversar "por los cuatro costados", de ahí que el sayagués reseñara a su coetáneo con profundidad y con elogio de su obra como queda reflejado en sus "charlas sin clausura con el poeta Claudio Rodríguez", forjadas en reuniones "apacibles y amistosas, o en su "El poeta nuestro de cada día" donde afirma haber encontrado a Claudio "callejeando por la Moncloa con ambos libros bajo el brazo (Lorca y Cernuda); entre los escollos de la vida corriente". Era pasado el mediodía de uno de estos de tantos. Marzo de 1973".

La posición pacifista y democrática de un hombre que se mostraba más dado a la pluma que a la espada es un rasgo proclamado en su aplauso literario a la revolución de los claveles en Portugal. "Los soldados, sin emplear la dialéctica de las pistolas cruentas, armados y también "almados", deciden tomar el poder y ofrecérselo al pueblo para su validación" (Sobre la existencia de un pueblo".

Su inquietud está plasmada en prosa y en verso. Justo Alejo pateó "rincones para la justicia" como la Raya hispanolusa, exponiendo la realidad de núcleos que eran aldeas más que pueblos "donde todavía es observable y gozable un grado de humor vital comunicable que jovializa las relaciones entre personas". De su interés por los hechos y los acontecimientos habla su forma de comportarse. "En las ciudades se detenía ante el arte y hasta copiaba las pintadas que las personas dejaban escritas en los elementos" expresa Herberg, que inmortalizó a Justo Alejo en sus viajes por las ciudades más artísticas y culturales de Italia.

Silvia Herberg destaca su inclusión social "en la intelectualidad de la época", y entre los temas que le absorbían, "aparte de la poesía y la cultura en general, eran la opresión, la dejadez , la injusticia, la violencia, tanto en el campo como en la ciudad (anhelaba un mundo mejor, más inteligente, más sabio etc.), y era un hombre que buscaba la democracia siempre". Sus aficiones eran "la poesía, la cultura, la pintura, el campo desde el punto de vista antropológico, búsqueda de valores milenarios, (arquitecturas de todo tipo), sabiduría rural, etc. y los ovnis".

Miguel Herberg trata de rehabilitar a un intelectual sayagués olvidado, con una "Casa de Justo Alejo", en Formariz. Un centro que recogería toda su obra y actividades culturales de todo tipo, con debates literarios, concursos, proyecciones y estudios de saber. Solo el Servicio de Cultura de la Junta de Castilla y León ha ofrecido su apoyo, poniendo a disposición los profesionales para la gestión de archivos; la Diputación provincial y el Ayuntamiento de Villar del Buey optan por la pasividad o las trabas. Justo Alejo es un humanista de un territorio no "almado".