La lista de quejas es amplia para los vecinos de Ribadelago: "no se puede pescar, no se puede cazar. Todo son prohibiciones", denunciaba uno de los vecinos. Las familias hubo épocas en que para vivir iban a pescar al Lago y al río. "Ahora no podemos pescar ni bogas en el río, ni peces, ni barbos hasta junio". Antiguamente se sacaba un permiso por 25 pesetas para poder pescar con red. La pesca, preferentemente las bogas, se vendía por todos los pueblos, hasta en Cobreros.

Al Ayuntamiento le reclaman la limpieza del hielo de calles como la de Guadalquivir en el pueblo nuevo, donde una escorrentía de agua procedente de un muro vierte a la calle donde hay una pista de hielo de alto riesgo para los vecinos del barrio, de edad avanzada y que temen caídas.

El desaparecido Manuel Fernández González era uno de los administrativos de Moncabril que se encontraba el día de la rotura en el pueblo de Prada. Sus familiares evocan sus recuerdos. Se había casado el 22 de noviembre de 1958 y estaba de permiso de bodas en Ribadelago, pero unos días antes había ido a la oficina a pagar las nóminas.

Esa mañana los jefes llamaron "a los de Ribadelago". Los trabajadores estaban pensando "ya verás la bronca que nos van a echar porque nos hemos dormido". No fue una bronca, fueron las peores noticias. Rápidamente se buscó trasporte para esos trabajadores que tenían familia en Ribadelago.

Al llegar a la carretera, de donde no podían ni les dejaban pasar, a Manuel le comunicaron que su mujer, su madre y sus hermanos estaban bien. A otros compañeros les anunciaban los peor: "a tu mujer y a tus hijos los embarcaron".

Los nervios y la ansiedad que podía sentir Fernández con su familia se vivía de una manera, mientras que su mujer y su madre se encontraban en medio del desastre. Su esposa había levantado a su madre de la cama al sentir las campanas "no es fuego, es agua". El agua barrió la casa y las dejó colgando "no es ni fuego, ni agua, es el fin del mundo" afirmó la mujer.

"Esto no es una fiesta"

El vecindario está dolido. Cuando se conmemoró el medio siglo de la muerte de los vecinos "algunos vieron esto como una fiesta". No hubo ni una palabra de recuerdo y agradecimiento "a vecinos como los de El Puente que acogieron a la gente, que les dieron ropa y comida, o a todas aquellas personas que pusieron sus coches a disposición de las víctimas".

Los "jerifaltes" nunca estuvieron a la altura de las víctimas de la tragedia, ni los días antes a la rotura, ni en el 50 aniversario, ni ayer. Manuel Fernández oía por teléfono, una y otra vez y de manera insistente, a los comporteros de la presa avisar a los responsables de las obras que estaba saliendo agua de la pared de la presa.

La respuesta de esos jerifaltes fue "¡qué queréis que la recojamos con cestos!". Por no recoger el agua a cestos o a cubos hubo que poner nombre a 144 vecinos muertos.