El tiempo se detuvo en Ribadelago a las doce y diez de la noche del 8 al 9 de enero de 1959. Desde entonces, nada volvió a ser igual. El pueblo como era conocido hasta entonces murió en aquel instante, víctima de un torrente de agua que arrasó con todo lo que encontró a su paso y que acabó con la vida de 144 de los 532 habitantes que tenía la localidad.

Hoy se cumplen 60 años de aquella tragedia, la catástrofe de Ribadelago, la noche en la que la presa de Vega de Tera reventó que descendieron por la montaña, arrasaron casas, familias y vidas y solo se calmaron al terminar en el Lago de Sanabria, tumba de más de un centenar de víctimas. Solo se recuperaron 28 cuerpos.

Los supervivientes quedaron marcados de por vida por una tragedia evitable en la que entraron en juego unos materiales defectuosos, una planificación descuidada y, para rematar, unas penas e indemnizaciones ridículas. Una burla para las víctimas, que tuvieron que conformarse con unas migajas de miseria para ocupar el lugar que antes tenía la vida de sus seres queridos.

El Estado franquista despachó como pudo el asunto y tuvo la desfachatez de ponerle al nuevo Ribadelago el apellido del dictador. Allí se instalaron algunos de los supervivientes, otros resistieron en el pueblo; el resto optó por emigrar en busca de olvido y de un futuro más halagüeño.

Ya en el nuevo siglo han proliferado los homenajes, los recuerdos y la memoria histórica. En el pueblo luce una estatua de bronce que sirve para tener presente lo que ocurrió,

Los pocos supervivientes de la catástrofe que aún viven seguirán siendo el mejor alimento contra la desmemoria, para que nadie olvide que una noche como esta, en un pueblo de Zamora, al pie del Lago de Sanabria, un estruendo seguido de un infierno de agua puso fin a la vida del pueblo bajo la montaña.