Los once personajes que componen la mascarada de Los Carochos de Riofrío de Aliste (Zamora) salieron en Año Nuevo a la calle para interactuar con el público, en una cita que cumple 46 años desde su refundación en 1973.

Organizada por la asociación Cultural Amanecer de Aliste, fue jornada cargada de símbolos, como manda la tradición, en la que cada actor se enfrenta a sí mismo desde su propio mundo imaginario. Los dos personajes principales, los diablos, ofrecen una potente imagen plástica con sus singulares máscaras, envueltos en humo y los gritos desgarradores del Diablo Chiquito o las tenazas que extiende el Diablo Grande en un derroche de fuerza física encomiable.

El carro tirado por dos burros, al mando de El Molacillo, presenta una versión totalmente amable de la fiesta donde predomina la elegancia de las formas, la solidaridad, la sátira y hasta la crítica social llegado el caso. Alrededor de esta figura siempre ronda El Gitano con sus chascarrillos, su descaro y sus ocurrencias con o sin el asno que le acompaña en la primera parte de la manifestación ancestral.

También La Filandorra con su traje voluptuoso de papeles de periódico y la inseparable cesta de ceniza, como diosa de la fertilidad, llenan de actividad los corros de gente que huyen nada más intuir su presencia para no verse señalados con la cernada que derrama con generosidad.

Los Guapos, cuatro figuras vestidas con la indumentaria tradicional alistana son la nota simpática de la ceremonia de Riofrío ya que tocan el tamboril, las castañuelas y recogen el aguinaldo desentendiéndose de los visitantes o de los lugareños.

Mención aparte merece la interpretación del personaje de El del Lino. Porta una máscara de piel de conejo y en silencio recorre calles y plazas, molesta lo mínimo con suaves formas y llama la atención de propios y extraños por sus ademanes inesperados.

Uno de los aspectos más característicos de esta celebración festiva, declarada de Interés Turístico de Castilla y León en 2002, como en el resto de rituales, es su amplia simbología. Enmarcada dentro del llamado ciclo de los 12 días, que va del 26 de diciembre a Reyes, guarda relación con el cambio del ciclo agrario, el despertar del campo, la variación de la luz solar, el rito de iniciación del paso de los jóvenes a la vida adulta, la fertilidad y, por añadidura, la crítica social. La tradición se remonta a siglos atrás aunque no hay constatación escrita sobre su origen exacto si bien los estudiosos la sitúan en la época romana. Zamora, y especialmente la comarca de Aliste, concentra junto a la región portuguesa de Trás-os-Montes el mayor número de mascaradas de la Península Ibérica.