La pila para lavar la ropa que tiene en el patio de su casa es el tunel del tiempo que conecta a Dolores Tobal Cabrero con su juventud en la Jambrina de principios del siglo XX. Entonces el lavadero era el foro en el que las mujeres del pueblo socializaban: "Hablabamos de nuestras cosas; de la ropa que nos ibamos a poner para la misa de la Purísma", rememora Dolores.

Ahora la pila es casi una reliquia que, como tantas otras, fue sustituida hace no tanto por la lavadora de centrifugado rápido. Las comodidades que sus hijos le han conseguido imponer con el paso del tiempo parece que sobran e incluso molestan a Dolores, quien a sus 100 años recién cumplidos disfruta de unas condiciones físicas realmente extraordinarias. Sin necesidad de garrota para asegurar sus paseos, sin emplear gafas para leer todo lo que está a su alcance -desde revistas del corazón a prospectos farmacéuticos- y sin mácula en el historial clínico, solamente alterado por una reciente caída que apenas requirió una revisión médica para comprobar que todo estaba en su sitio.

Su supervivencia tras el parto ya supuso un hito porque ese mismo año de 1918 fueron varias las criaturas y madres del pueblo que fallecieron "por una fiebre" después de dar a luz. La infancia pasó entre las lecciones de la escuela y las de su abuelo, quien le enseñó las oraciones que todavía hoy recuerda. En homenaje a esos tiempos se atrevió Dolores a recitar un poema a la Virgen en la misa que acogió la Iglesia de Nuestra Señora de la Concepción con motivo de su centenario cumpleaños.

"Trabajadora, como las de antes", así se define y no es para menos. A los 14 años dejó la escuela y comenzó cuidando los niños de una familia acomodada de Zamora. Sus padres Pedro y Claudia eran labradores y cualquier ayuda que entrara en casa era bienvenida. De cuidar niños pasó a servir en tareas diversas, con un duro esfuerzo para su corta edad. "Limpiabamos alfombras hasta que nos salían ampollas", explica Dolores sentada al calor del brasero. Aquellas condiciones de necesidad forjaron una actitud firme que mantiene a día de hoy. De los primeros en notar su carácter fue Jesús, el que por aquel entonces todavía era un novio de juventud, pero que acabaría casandose con ella pasada la Guerra Civil. "La tierra no daba nada y uno de esos años perdimos toda una cosecha de lentejas. Había mucha necesidad y yo le dije que hasta que no puediesemos mantenernos, no nos casabamos", explica la "abuela de Jambrina" sacando el carácter.

Una vez casados empezaron a llegar los hijos, siete en total, que a su vez le dieron 11 nietos y ahora cuenta ocho bisnietos. Lamenta que casi ninguno vaya ya a misa y desconfía de la libertad que se les da ahora a los niños para quedarse hasta tarde en la orquesta de verano. Pero ella es la primera que reclama esa libertad para que sus propios hijos le dejen comer lo que quiera -"de todo menos purés"-. Y para volver a lavar la ropa a mano en su pila particular "porque el blanco de ahora no es el mismo". La explicación a esa fobia a la modernidad la resume así: "Los tractores fueron los que dejaron sin trabajo a la gente, que se tuvo que marchar del pueblo". No fue el caso de su matrimonio que a pesar de la crudeza de la posguerra pudo mantenerse gracias a las tierras que poseían en Jambrina.

Viuda desde hace 38 años, su vida no ha sufrido grandes sobresaltos. Se enorgullece de su pasado y de su presente, y si tiene que explicar la receta para llegar a la centena en semejante estado de salud, ella lo tiene claro: "No acobardarse y no contar los años que van pasando".