El nombre de Rafael Romero Rodríguez de la Devesa está ligado al conjunto urbano de Villardeciervos desde el último tercio del siglo XIX. Este benefactor del pueblo nace en 1874 en pleno esplendor contrabandista que reportó importantes beneficios a familias y pueblo. El biógrafo de Rafael Romero, Faustino Gallego Rodríguez, reconoce que de esta figura entre real y legendaria de la villa cervata "me atrajo todo. Para su época era un cerebro electrónico y un luchador que emigró con los zapatos rotos y regresó 20 años después con dinero. Lo primero que compró en el pueblo fue el panteón, en 1916".

Faustino Gallego es autor de la biografía de Rafael Romero Rodríguez de la Devesa y autor de "En un pueblo de buena piedra" y "Siete Casas, siete historias" que contextualizan la intrahistoria de Villardeciervos. La vida de Romero gira alrededor del éxito en los negocios nacionales e internacionales y la generosidad con su pueblo. La falta de conservación de documentos en el Ayuntamiento de Villardeciervos ha obligado a este investigador a sondear en archivos tan dispares pero tan ricos en información como el Ayuntamiento de Vergara.

Fruto de esa generosidad, en 1916 decide emprender los grandes proyectos que actualmente aún se conservan en pie. Durante casi dos décadas irá aportando proyectos y obras públicas para Villardeciervos. Obras que dieron trabajo a sus paisanos y adelantos como la llegada del teléfono en 1920 a su villa natal. Quedó en proyecto la construcción de una presa hidroeléctrica en el río Valdalla para proporcionar electricidad a Villardeciervos, Cional, Valparaíso y Manzanal de Abajo (anegado por el embalse de Valparaíso).

Hasta 21 donaciones hizo contando como obra más emblemática el salón de la juventud -inaugurado en 1919- y el cuartel viejo de Villardeciervos de 1926, las escuelas de los niños y niñas su equipamiento y la biblioteca. Las escuelas también recibieron un pequeño laboratorio, como bien ha podido recopilar Faustino Gallego. Fuente en la Plaza Mayor, el reloj de la torre de la iglesia, el altar de San Antonio, y hasta fincas de castaños y pinos del Caño Grande y Valdelcoso. Fue inspirador hasta del puente para sortear el río Valdalla. La primera infraestructura de alcantarillado se construyó con sus donativos y todavía se conserva algún tramo.

Su casa, de 1928 y una de las más señoriales, se conserva ajena a las miradas por la proliferación de los árboles del jardín. No está alfombrada de duros, como relataba la leyenda. En 1933 se llevan a cabo sus últimas contribuciones al pueblo, los nuevos lavaderos del Caño Pequeño y Caño Grande.

El principal negocio de Romero, como ha podido rastrear su biógrafo, fue la exportación de carbón en el periodo de la primera guerra mundial a Francia y a la mismísima Inglaterra. Exportación que unió a la invención y patente del oxigenante de carbón, un tratamiento físico-químico que aumentaba el ahorro y duración del mineral tan preciado. Se convirtió en proveedor del Estado suministrando desde la marina de guerra hasta las grandes industrias y compañías de navegación y ferroviarias.

Gallego sospecha que la amistad con Largo Caballero le abrió las puertas primero a las cuencas mineras y luego a los ministerios. Del trasiego de carbón al puerto de Gijón se beneficiaron los propios cervatos, porque se empleaban más de 600 carros de transporte y 1.200 mulas. Levantó una fábrica en el Pueblo Nuevo de Barcelona y contó con centros repartidos por toda España.

Diversificó sus empresas hasta el punto de fundar una fábrica de maniquís y muñecas de arte en la calle Aragón de Barcelona, y Paseo de Gracia, además de las oficinas en la calle del Consejo del Ciento. Promovió incluso una fábrica de jabones.

De los ingentes ingresos de sus múltiples negocios y empresas, surgió parte de la arquitectura urbana y etnográfica que actualmente se puede ver en las visitas turísticas a Villardeciervos. Y aunque la primera adquisición de Romero fue el panteón, sus restos no reposan en él.