Jesús López Garañeda

Ayer día de San Román se celebró en la ganadería de reses bravas de Fuentelapeña el bautismo de fuego de los becerros de saca de 2018 pertenecientes a la explotación de Santa María de los Caballeros con una extraordinaria animación, buen tiempo, seco y soleado aunque frío, en ese hermoso valle de la Guareña que cobijó desde antaño y aún hoy lo sigue haciendo toros de lidia, ganado bravo, duro y encastado que tan buenos resultados está dando en los sitios en donde los han visto lidiar.

La ganadería del desaparecido y recordado ganadero LuisMa García Fernández, hoy de su viuda Ana Belén Sánchez y de Juan Carlos Encina y Carlos Gutiérrez, sigue siendo un escaparate privilegiado para contemplar una de las tareas camperas más bonitas y atrayentes tras el destete del ganado de lidia. Se trata del bautismo de fuego de los becerros. En esta ocasión 35 animales esperaban inquietos en las corraletas, de los cuales 20 eran machos y 15 hembras para pasar por el mueco de metal y ser marcados con el hierro candente, desparasitados y aliviados con el cicatrizante.

Allí en el garigolo de la ganadería y en los estrechos pasillos de las corraletas se agolpan las personas curiosas, alegres y animosas en una rebujiña que fisgonea y apenas deja espacio para ejercer la labor con amplitud y propiedad a quienes tienen encomendado el ir abriendo y cerrando las portezuelas correderas e ir llevando con temple y seguridad a los becerros.

La veterinaria Rosa Ana Galán da la bienvenida mientras anota en las hojas ganaderas los números de crotal, el año de nacimiento, la capa de pelo y otras circunstancias que conlleva este registro. También están por allí Raúl Nieto y Luismi Ballesteros, viejos amigos de la casa, y colaboradores habituales de las faenas camperas.

El primer animal en pasar, al empezar la faena, es una hembra, becerra de nombre "Decana" y pelo negro a la que aplican sin mayores dificultades el proceso. Sale bufando del mueco y parte como una flecha hacia el cercado en donde tiene su querencia de estancia. Luego pasa "gargantillo", un negro burraco que marca los zurridos y no se deja amarrar hasta que las hábiles manos de Juan Carlos Verdugo y su hijo Carlos lo consiguen. "Comisario", "Divertido" y "extremeño", el último de la mañana con pelo colorado, cierran la saca tras "Borreguita", "Vinatera", "Bandolera", "Divertida" y "Golosa" que le han precedido. Luego, como si se hubiera tocado el clarín, la pausa y a comer tortilla, empanada y carne a la brasa, chorizo y panceta, regado con vino de la tierra, sin faltar licores y dulces almendrados y cubiertos de chocolate mientras se habla de toros.

Luego a la llamada todos se colocan para posar y salir en la foto de recuerdo, la misma que siguen manteniendo Carlos e Iker, hijos de Carlos Verdugo, que han hecho comprar a su madre un libro de toros de 34 euros porque quieren leérselo mañana lunes en el colegio a la monja.