Cien años atrás, a las 11 de la mañana del 11 de noviembre de 1918 las campanas de media Europa anunciaban el final de la Primera Guerra Mundial. Ayer, a la misma hora, en varios pueblos de Zamora sonaba el toque de fiesta desde sus emblemáticos campanarios. El repique de La Molinera fue el eco de la paz, el homenaje de la Asociación de Campaneros de Zamora al final de una guerra dolorosa y brutal.

Desde la propia capital a Formariz de Sayago pasando por Tábara, Morales de Toro, Burganes de Valverde, Sanzoles, Otero de Centenos, Pajares de la Lampreana, Monfarracinos o Cerecinos del Carrizal, los campanarios evocaron los toques de hace un siglo anunciando el armisticio. Aquellas campanas que en muchos pueblos de Europa no pudieron sonar porque se fundieron para fabricar armas, ayer se transformaban desde Zamora en el icono de la paz del mundo.

Lejos de la pomposidad de un París repleto de jefes de Estado, Cerecinos del Carrizal, en el corazón de la Tierra del Pan, era uno de los escenarios de un singular y sencillo acto de recuerdo, pero con un mismo sentido de respeto y alegría por la conmemoración del fin de una guerra. Antonio Ballesteros subía a la torre de la iglesia de San Salvador para recuperar la vida de las dos campanas, una romana y otra gótica, fundidas en 1800 y 1962 respectivamente.

Durante media hora ininterrumpida este nieto del campanero José Ballesteros, de Pajares de la Lampreana, que con apenas cuatro años empezó a aprender los sonidos con los cencerros de las vacas, hizo sonar el toque de fiesta. Desde todos los rincones de este pequeño pueblo sus apenas 130 habitantes escuchaban el inconfundible eco provocado por los dos gigantes de bronce cobre y latón. Faltaba una hora para la celebración de la palabra -la escasez de sacerdotes obliga buscar estos recursos cuando no es posible la misa dominical- cuando Antonio comenzaba un dinámico repique.

Con sus aproximadamente 300 kilos cada una, "estas no son de las campanas más grandes" comentaba Ballesteros, presidente de la Asociación de Campaneros Zamoranos. Pero sin duda el manejo de estos primitivos avisadores que durante siglos han acompañado la vida de los pueblos, requiere de mucha habilidad y largas horas de ensayo. Sin posibilidad de relevo porque otros miembros de la asociación estaban repartidos por las atalayas de las iglesias, Antonio asumió en solitario el toque de 30 minutos, moviendo ininterrumpidamente los pesados badajos de unos 20 kilos de peso. Con semejante envergadura se entiende que termine con los brazos tocados. "Estoy muy acostumbrado" concede al término de este singular concierto en el corazón del mundo rural y envuelto en sudor.

"Las campanas han sido toda la vida el medio de comunicación en los pueblos, con toques tanto civiles como eclesiásticos" explica el presidente de la Asociación de Campaneros. Ya fuera la fiesta, la muerte de un vecino, un incendio o una nube de pedrisco, sonaba repique, arrebato, alborada, oración o nublo; el instrumento cuenta con un variado repertorio que es todo un lenguaje.

Su enseñanza es el objetivo de la Escuela de Campaneros, promovida por la asociación, con unos 30 alumnos que garantizan la permanencia de la tradición "durante al menos 15 ó 20 años" considera Antonio Ballesteros. "Estamos sembrando una semilla importante para que no se pierda este oficio que nos han ido transmitiendo nuestros abuelos".

Actos como el de ayer dan valor al papel desempeñado por los tocadores de campanas, valedores de un lenguaje universal que si hace cien años anunciaron el alto el fuego, el 11 de noviembre de 2018 conmemoraba el fin de la Primera Guerra Mundial desde un rincón del mundo como Cerecinos del Carrizal.