Miles de puntadas, kilómetros de hilo, incontables horas amarrada a la aguja, buscando retales o reinventando trajes, y una inestimable porción de buena voluntad han armado un singular proyecto de filantropía que allá donde va consigue fondos para buenas causas. La obra empezó hace más de 50 años, cuando Pepita Martín Almeida, por aquellas una joven madre, aprovechó sus conocimientos de corte y confección para hacer ropa a sus hijos. Y ya no paró de coser.

El trabajo de esta voluntariosa costurera a lo largo de los años ha conseguido crear un gigantesco fondo de armario hasta reunir una colección de cientos de prendas de época. Del Rococó al Renacimiento, inspiraciones árabes y orientales, modelos campesinos, cortesanas y toda un despliegue de creaciones para los más pequeños en múltiples colores y tejidos.

¿Cuántos trajes tiene?, "cuando llegué a los seiscientos dejé de contar" contesta Pepita Martín mientras, con ayuda de sus amigas, recoloca los más de doscientos conjuntos que trasladaron a Fuentesaúco para el último desfile protagonizado por la Pasarela Solidaria de Moraleja del Vino. Tan envidiable tesoro textil empezó a desempolvarse hace unos quince años con motivo de un acto benéfico en el Instituto de Alcañices, con alumnos y profesores vistiendo algunas de las creaciones de la colección de Pepita Martín Almeida.

Después fueron las águedas de Moraleja del Vino las que lucieron las vestimentas de época. Y así empezó a cocinarse la idea de poner el formidable vestidor a disposición de pasarelas benéficas. Distintas ONGs como Cáritas, el Banco de Alimentos, ayuda para proyectos en Guatemala, programas de educación, asociaciones de enfermos como Alcer (de riñón) o enfermedades raras.

Los desfiles de trajes se han convertido en todo un catalizador para recaudar fondos en favor de proyectos altruistas, el último en Fuentesaúco para PAAT (Perros de Asistencia y Animales de Terapia), donde 45 saucanos voluntarios desfilaron con 250 trajes de época. "Salió fenomenal, todo el mundo se volcó; aunque esto lleva mucho trabajo cuando encontramos colaboración todo es mucho más fácil" cuenta la promotora.

"Si nos llaman, allá vamos" y detrás siempre una legión de colaboradores y modelos que hacen posibles los fastuosos desfiles en los más imprevisibles escenarios, desde iglesias a plazas pasando por castillos como el de Zamora.

Nada amiga de protagonismos, esta voluntariosa sastra encuentra su pequeño paraíso en la sala de costura, junto a sus incondicionales amigas. Solo ante la insistencia de la periodista cuenta algo de su historia. Que aprendió "el corte" de jovencita "porque no me gustaba estudiar". Y que después, cuando los hijos eran pequeños "empecé a hacerles trajes y ya no he parado, a mi me ha dado por esto".

Con la ayuda de dos amigas Pepita Martín Almeida continuó dando puntadas y agrandado el improvisado museo del traje, a base de horas interminables de corte y confección. La mejor habitación de la casa guarda la máquina de coser, la plancha, los vestidos, sombreros, botones, puntillas, canillas de hilo, perchas.... "Veo que me tengo que salir de casa para meter todo esto" cuenta medio en broma.

Pese a lo afanoso y hasta fatigoso del empeño, a Pepita le sirve "de expansión, me distrae". La tarea no se limita a las miles de puntadas, al ingente trabajo con la aguja y la máquina; antes hay que hacerse con telas, puntillas, encajes, hurgar en los mercadillos en busca de retales baratos, reaprovechar viejos vestidos. Aún así "es un pin pin de dinero, pero también cuando vas al bar o sales a cualquier sitio gastas. A mi esto me sirve de respiro, es la cuenta que me echo".

Viendo la cantidad y variedad de modelos sorprende el torrente de imaginación y creatividad que ha desplegado esta mujer. "Las ideas salen sobre la marcha, aunque también me paso muchas horas viendo cosas" confiesa Pepita Martín plena de vitalidad a sus 76 años.