Fue un carrusel, un no parar; la tarde-noche de ayer en Sanzoles fue de las que quedan pintadas de rojo en el calendario de cada cual. Fue una jornada singular y un poco nostálgica, porque uno no puede por menos que pensar en el mañana, en ese invierno, sí, sí invierno, no otoño, que llegará después del seis de septiembre. El pueblo, a rebosar, voces, gritos, risas, alegría, vida. En el centro, ocupándolo todo, la fiesta del Zangarrón. En torno a ella se movieron vecinos y visitantes, muchos. Inauguración del Museo, hermanamiento con Venialbo para hacer piña y demandar con fuerza a la Unesco la declaración del Baile del Niño como patrimonio inmaterial de la humanidad, la escenificación de este baile por danzantes de los dos pueblos de Tierra del Vino y la cena de huevos con chorizo que puso fin a la celebración con el postre de la música al uso y que organizó la Asociación de Amigos de la mascarada.

"Hoy no inauguramos un Museo ni un Centro de Interpretación del Zangarrón. Ni tan siquiera un espejo festivo de las últimas décadas vividas por Sanzoles. Lo que descubrimos hoy es la memoria sentimental de este pueblo". Lo dijo la alcaldesa María Mulas en el acto central de la fiesta, la apertura al público del Centro de Interpretación del Zangarrón, mascarada que cuenta con la declaración de fiesta de interés regional. Y es verdad. "Hoy inauguramos un espacio que une el presente con el pasado y que, de alguna manera, también atisba el futuro. La fiesta del Zangarrón desprende desde siempre un espíritu benéfico que une, que nos hace mejores".

Fue emocionante el momento en el que los vecinos se encontraron con los elementos expuestos en el museo, toda la parafernalia que hace posible la celebración, que revive todos los años el 25 y el 26 de diciembre. Hubo lágrimas al inspeccionar a fondo las muchas fotografías expuestas, donde aparece todo el mundo, muchos vecinos ya desaparecidos, la fiesta en blanco y negro, repleta de recuerdos, abrazada al pretérito, pero abierta siempre a la actualidad.

Homenaje perpetuo

María Mulas lo dijo muy claro: "Homenaje perpetuo a esas familias sanzoleras que se han volcado en la organización de la parafernalia de la mascarada, especialmente en épocas difíciles, cuando la fiesta no lucía como ahora. Gracias eternas". Y acabó la alcaldesa reconociendo "la labor y el impulso del pueblo de Sanzoles en su conjunto, porque si toda la comunidad vecinal no hubiera apostado desde siempre por la mascarada hoy sería un recuerdo más o menos lejano".

La interpretación del Baile del Niño de Sanzoles y Venialbo fue brillante. El sonido ancestral de la flauta y el tambor y los danzantes culebreando abrieron hueco entre la multitud apiñada, sintiendo la magia de la tradición, de los antepasados. El chascarraschás de las castañuelas marcando el compás. Danza guerrera, de avance. En la penumbra, las legiones romanas, otros tiempos. Vestigios de la música greco-romana. El estudioso José Manuel González Matellán, tan cerca siempre de esta celebración, insiste e insiste en la singularidad del legado.

Para conseguir que el Baile del Niño sea patrimonio inmaterial de la humanidad se hermanaron ayer los municipios de Venialbo y Sanzoles. La iniciativa es tan ambiciosa como difícil, pero todo empieza en el principio y las bases se empiezan a poner. Ahora se necesita paciencia y hacer muy bien las cosas: un buen informe y promoción, mucha promoción. Y dinero, ese es el problema, pero todo se andará.

La fiesta terminó, como casi siempre, en la mesa. Huevos con chorizo para cientos de personas. El almuezo del Zangarrón, otro guiño a la celebración inmortal.