"El buitre leonado no se censa de forma completa ya que esta especie goza de un estado favorable en el Parque Natural Arribes del Duero" asegura el Servicio de Medio Ambiente en la memoria correspondiente al pasado año sobre la gestión del espacio protegido y Reserva de la Biosfera.

No es el caso del buitre negro, que el pasado año solo contaba con una pareja en el espacio protegido y tuvo la desgracia de perder el único pollo salido del huevo a consecuencia de los incendios que sembraron la alarma en la zona.

El buitre leonado, cuya imagen es vista a diario por los habitantes del Parque Natural porque planea en los cielos como una patrulla de cazas en un conflicto bélico, es una especie que sobrevive gracias a la existencia de muladares y a que no se le escapa un cadáver tendido en el campo. Y según algunos ganaderos, a que también ataca reses vivas en situación vulnerable, como son animales en parición o recién nacidos. Y coinciden los ganaderos en señalar el hambre que castiga a la especie por la falta de alimento, tras la recogida de los cadáveres, como uno de los motivos de la modificación de sus hábitos, convirtiendo en predador a la mayor o más rápida máquina carroñera del mundo avifaunístico. Las hormigas también lo son, pero más finas, de ahí que algunos trofeístas elijan un hormiguero para utilizar a estos laboriosos seres como depuradas limpiadoras.

"Un animal muerto no sangra. Estoy convencido de que atacan a animales vivos" expresa el ganadero de Tudera, José Luis Pascual, que en las últimas fechas ha tenido a bandos de estas aladas moles dando cuenta en su explotación de ovino. Del mismo parecer es el también ganadero de Palazuelo de Sayago, Manuel Ríos. "¿Si uno no tiene para comer qué haría? ¡Robar! Es lo que hacen los buitres. A mí me da pena de ellos. En cuantos ven que una oveja o una vaca se pone de parto van a por ella" expresa Ríos.

"La recogida de animales muertos ha llevado a que los buitres terminarán por atacar y por ser aves de presa. El ganadero no odiaba a estas aves antes, porque limpiaba el campo de cadáveres, ahora le tiene una rabia que no lo puede ver" manifiesta el ganadero Manuel Bárbulo, de Fornillos de Sayago.

Existen las especulaciones sobre el modo de encontrar los buitres el festín: que si la aguda visión, que si la presencia previa de otras aves carroñeras como urracas, cuervos o milanos, que poco más consiguen que degustar los ojos y extraer unos pellizcos en partes blandas. Pero una vez que entran en acción los buitres bastan unos minutos para que sobre el terreno no queden más que los tristes huesos.

Tienen un modus operandi asombroso. Se desperezan con pesadez en los cantiles, donde reposan como estatuas. Saltan al vacío del Tormes o del Duero y, sin gastar muchas energías en batir alas, van tomando altura de un modo circular aprovechando las corrientes de aire. En ocho o diez minutos surcan a gran altura la orografía sayaguesa en formaciones que escrutan el campo como aeronaves espías. Cualquier cuerpo inerte llama su interés y los lleva a detener su ruta sin descender ni un solo piso del cielo. Con una serie de vueltas sobre el cuerpo tenido en punto de mira analizan los peligros y las posibilidades. Pronto un avanzado desciende y se posiciona en las cercanías para observar de cerca la atmósfera. Llega con un zumbido de alas que amortiguan su estacionamiento. Sin tardanza le sigue otro compañero. Y a éste otro y otro más. Miran el entorno y, sobre todo el cadáver, con unos ojos de avaricia. Percatados de la ausencia de personas y mastines (que los hay que defienden a la res muerta como si estuviera viva) llegan al fiambre de tres saltos y comienza el banquete. Esta apertura de la comida acelera el descenso del resto de la formación de buitres que ronda las nubes, y que cae sobre la oveja con toda su corpulencia y agresividad.

El banquete es una guerra de empellones, de picotazos y de pisotones. Los que llegan caen sobre el cuerpo de los comensales que defienden sus posiciones extendiendo sus enormes alas para impedir la entrada, pero los buitres tiene el cuello largo y el hambre les empuja a meter la cabeza por todo resquicio. El enjambre de carroños desgarra pedazos de carne de forma brutal. Cada segundo desaparecen del cuerpo tajadas y más tajadas porque los cortes llegan por todos los sitios y en medio de unos sonidos guturales inquietantes.

De la vorágine salen buitres con el rostro y el cuello lleno de sangre, con grandes trozos de pulmón, de corazón o de intestino en sus poderosos picos. Tragan el bocado con ansiedad y vuelven al tajo haciéndose hueco en una melé de plumas y patas que tratan de anclarse en el suelo para afirmarse. Es un revoltura de decenas de individuos que, en parte, no se saben de donde llegan, pero bajo cuyos cuerpos desaparece de la vista la presa.

No quieren perderse su hueco en la gran meringolla, y eso que están entre los primeros autoinvitados, los milanos, que esgrimen todas sus habilidades para alzarse con algo más que migajas o restos en medio de tanta voracidad.

Cuando la masa de leonados abandona el puesto y la carnicería llevan en sus buches una carga considerable que no les impide, sin embargo, alzar el vuelo tras unos pasos de aceleración, si previamente no han elegido el altozano de una cerca. Y se van sanguinolentos e impresentables del todo, pero con la limpieza hecha.

El sector ganadero apuesta por dar de comer a la fauna los animales muertos por accidente, malnacidos, por vejez y no enfermos para así amortiguar la hambruna y los ataques. "Están clavados a los muladares pero, cuando no los echan de comer, andan por aquí esperando a que los animales se tumben o se pongan de parto. ¡Es increíble cómo dan con los animales! Se me metió una vaca en la cuneta y allí la comieron. Vete a buscarla, que está viva, me dijeron. Cuando fui ya la habían comido" dice Manuel Ríos, que sostiene que se imponen incluso a los mastines. "Tengo un mastín que es bastante bueno. Hubo unos días que se me venía para casa y le reñí. Lo hacía por los buitres. En una ocasión, al verme el perro y sentirse respaldado intentó hacer frente a los buitres pero se iban a por él. Tuve que ir con el coche a espantarlos" manifiesta el ganadero.

Existe, empero, una corriente contraria a la habituación de la fauna a los comederos por su negativa incidencia en el instinto salvaje y cazador o necrófago de las especies.

Bárbulo expone que "la enfermedad de las vacas locas no afectaba a los buitres debido a la acción de sus jugos gástricos". Asegura que es una especie que cambia sus hábitos necrófagos por hacerse de presa "por cuestión de que están muertos de hambre". Subraya que "antes quedaban placentas y corderos muertos de la parición y todo lo limpiaban. Era una fuente de alimento. Ahora con el ganado estabulado e intensivo hay poca paridera en el campo".

Fuentes de la Guardería Medioambiental dicen mostrarse "sorprendidos de que la población de buitres salga adelante por la poca aportación alimenticia que hay", y se muestran partidario de que la Administración "abra la mano y permita que los ganaderos dejen en el campo los animales muertos de forma natural".

No faltan los que consideran que en la recogida de los animales muertos existe "un negocio". "Nos están metiendo costes por todos los lados. Pago 200 euros de seguro sin entregar ninguno animal porque tengo autorización para dejar las reses muertas en un muladar. Los buitres tienen que comer y no se dejarán morir de hambre. Veo una regresión en la especie, y es por la falta de alimento" comenta un ganadero ribereño. Lo planeadores constituyen una fuerza de limpieza agradecida en Arribes.