Sanzoles ha vuelto a echarse a la calle en el mejor estado, el festivo. Acaba de celebrar su patrón, San Zoilo, mártir cordobés del siglo IV que murió en plena persecución de Diocleciano, con un programa de actividades donde no faltaron algunas de sus señas de identidad más conocidas: el vino, los productos de la tierra y el flamenco. Hubo más claro, como una exhibición de campaneros, una misa oficiada por el párroco Manuel San Miguel, con ecos de Luis Pardeza, y un convite para los vecinos.

La cata maridaje demostró que el vino de la tierra, el de la DO Toro y el casero (vino de bodega de piedra podría llamarse) casan a la perfección. Embutidos y productos derivados del porcino, en general, más algunas otras exquisiteces, demuestran que en este pueblo no solo se producen materias primas de una gran calidad sino que también se trabaja muy bien la transformación.

A destacar la gran calidad de los vinos elaborados en el pueblo bajo el paraguas de la DO Toro. Sorprende la elegancia de los tintos que manan en la bodega La Presa, que acaba de estrenar calificación.

La cata fue un éxito y sirvió, como no, para hacer comunidad y pueblo. Junto al vino y los alimentos de calidad es más fácil distendirse y comentar las últimas noticias. Entre ellas, como no, la del pedrisco de la tarde del lunes, que afectó, sobre todo, el área del casco urbano, con los huertos muy dañados.

El acontecimiento del día fue, sin duda, la velada flamenca en la Plaza Mayor. El cantaor local Carrasco de Venialbo, que aunque vive en la localidad que lo identifica, sus raíces son sanzolanas, y Luis González Puga, nacido en la localidad de Tierra del Vino, demostraron que son capaces de engatusar al público con el único artilugio del flamenco más cabal, el jondo en estado puro.

Los palos más descarnados y afilados brotaron en la Plaza Mayor como el agua del Colón en el viejo caño. Tonás, soleás, alegrías, bulerías, fandangos, tientos?, el cante fluyó suave a ratos, a veces imponente, descarado. Carrasco echó mano de lo que tiene, una voz poderosa y dúctil, que se agarra al compás y que no lo suelta. Luis condujo a la perfección la velada, con un toque ajustado, marcando los tiempos y haciéndoselo fácil al cantaor.

Los vecinos, como siempre, respondieron y asistieron en buen número al recital que apenas dio concesiones a la galería. Solo una, Los Campanilleros que Carrasco interpretó como sabe, con gran maestría y sentimiento.

El cantaor de Sanzoles y de Venialbo, que se puede ser de dos sitios a la vez y no estar loco (como decía Machín, refiriéndose a otra condición), tiene unas facultades enormes y una voz que se ajusta a los palos más emblemáticos del jondo. Tiene proyección y un futuro prometedor si se emplea a fondo en un arte que es extremadamente exigente.

Sanzoles volvió a celebrar la fiestas de su patrón, que vivió según algunas hagiografías en el sur de la península, aunque según algunas otras referencias, estuvo también por tierras hoy salmantinas y, como no, en la localidad de Tierra del Vino, de ahí su patronazgo.