Nadie nace río porque humano no sería, acaso es posible que el bebé, con forma de tal, acabe, con el tiempo, licuándose por dentro con el fin de transmitir sus emociones, llenando todos los rincones que encuentre a su alrededor. Ese, ese es Pino. Laudelino Díaz Pino, un torbellino de sentimientos que crece, como la encarnación de su apellido, siempre hacia el cielo.

Laudelino Díaz Pino, que respiró por primera vez en Marquiz de Alba y se empachó de claridad glauca, la que mana en las vegas albarinas, esas que guardan misterios inconfesables de esfuerzo, dolor y besos, se ha tornado en el mejor embajador de Sevilla donde vive desde hace mucho tiempo. Pero jamás ha olvidado su origen. Por eso, por ser bien nacido y agradecido, acaba de ser nombrado Zamorano del Año en Sevilla.

"Soy árbol, raíces de Castilla y León, ramas de Sevilla y vosotros (mi familia, mis amigos y mi Inés) sostenéis este Pino que hoy es Duero desbordado de emociones...". Esta frase, más o menos literal, se coló en su discurso, atropellado de agradecimientos que hilvanó tras recibir el galardón junto al Guadalquivir pinturero y quejumbroso del junio más seminal.

"La gratitud, como ciertas flores no se da en la alturas sino que reverdece en la tierra de los humildes...". Y Pino recordó a sus padres y tuvo que afilar la frase para no perderla. Su Laura primera, la de las benditas arrugas, sigue ahí, pendiente del hilo de la memoria, enmaromada al alma, pura fuerza, ese verdor que siempre resurge tras la lluvia de primavera.

Fue una ceremonia-río, repleta de emociones. La Casa de Zamora justificó el galardón, para que todos los supieran: "Pino ejerce de hombre pacífico, de zamorano de bien, pregonero de las esencias de la tierra que lo vio nacer...". Y el de Marquiz recogió una miniatura preciosa de la cúpula gallonada de la catedral de Zamora. Se la entregó José Luis Bermúdez, diputado de Cultura de la Diputación zamorana. No olvidó el de Marquiz el detalle: "En estos tiempos en que tanto se cuestiona a los políticos que alguien, sin necesidad, haga 1.000 kilómetros para estar aquí no tiene precio...".

El Zamorano del año 2018 en Sevilla no lo es por casualidad. Le han crecido los espolones del saber dando clases en Hispalis. Allí ha dejado un reguero ilimitado de alumnos agradecidos que, aunque ya está jubilado, lo paran por la calle para recordarle anécdotas y agradecerle su esfuerzo docente, su forma de enseñar implicándose hasta las cachas; su empatía (bendita palabra) para entender los problemas de los demás. "Te acuerdas aquel día...". Ese es el mejor premio de un maestro, los alumnos agradecidos.

Pino tiene tanto que dar que ha ido repartiendo cachos de su alma por las esquinas. ¿Cómo? Enseñando con el ejemplo. Creando jóvenes abiertos, dispuestos a comerse el mundo. ¿Y que más? Activando eso tan singular que lleva dentro. Pintor y escultor de luces, crea como respira. Ha parido miles de cuadros que han brotado de lo más íntimo, de ese titileo de emociones salmodiadas que no puede frenar ni dormido, que en sueños platica muchas noches con Rafael, Leonardo, Miguel Ángel, Murillo, Velázquez... Y les ha dicho que el arte es lo único que puede salvar a la humanidad. Es lo que nos hace buenos, capaces de aguantar los pinchazos acerados de la vida y retornar los dolores a su punto de origen, el del sentido de la existencia.

Creador comprometido con su tiempo, sufre con la injusticia y la desigualdad e intenta desarmarlas con el arte. Pinta y pinta, a veces de forma desaforada, hasta reventar lo más íntimo, hasta llorar, hasta sangrar...

Sus cuadros han viajado de un lado a otro. El esportón lo tiene más de a medias de exposiciones. En España y en el extranjero ha aireado su arte en salas blancas de deseos. No es pintor desconocido en Zamora, donde ha colgado sus pinturas en varias ocasiones (la Galería Espacio 36 lo sabe muy bien) y menos en su Sevilla del alma, donde ahora prepara una antológica.

De temática amplia, nada escapa a sus pinceles. Ha intentado inmortalizar el alma de los clásicos a través de sus creaciones, pero también ha mirado a su alrededor y ha pintado la calle, lo que pasa en el mundo. Escupió contra la injusticia con su serie África, un grito de dolor que denuncia la sinrazón, la colonización del continente joven, que saca los colores a los del norte, que siempre se han aprovechado de los débiles.

Pino siempre ha estado muy pegado a Zamora, a su Marquiz del alma, a su familia, a su hermano, del que no se olvidó en el acto de entrega del galardón: "el amigo dado por la naturaleza con el que compartir los sueños de la infancia y la memoria del adulto".

En su pueblo natal tiene un museo, donde guarda su memoria artística junto a su alforja vital. En la localidad de Alba, cargada de historia y repleta de nostalgia, están enterrados sus padres, quienes le enseñaron los valores que ha esgrimido toda su vida, esos que le han servido para llenar los huecos que abre la existencia y que se tornan oscuros cuando crecen.

"La palabra nunca alcanza cuando lo que se quiere decir desborda el alma...". Y Pino se calló un instante tras mirar a Inés. Y hubo emoción entre la cincuentena de personas que acudió al acto celebrado en la Casa de Soria en Sevilla (Zamora aún no tiene sede en la capital hispalense).

José Luis Bermúdez glosó lo méritos del galardonado y de la tierra donde nació, con un capítulo especial para Castillo del Alba, que guarda en su barriga una parte de la historia de Zamora y también de Laudelino Díaz Pino. El artista aprendió allí a soñar en colores. Y a sentir que la vida es ese hueco que llena lo que sobra.