H ablar de arroz a la zamorana" es poner sabor y color a uno de los platos campesinos más históricos y mejor valorados de la gastronomía popular española. Siglos llevan las cocineras cocinándolo y ofreciéndolo a sus comensales haciendo especial hincapié en su origen humilde y campesino. La humildad no está reñida con la grandeza, la de nuestras madres, abuelas, bisabuelas y tatarabuelas alistanas que fueron quienes dieron vida a tan preciado manjar.

Honradez sobraba en tierras alistanas y muchas veces las viandas escaseaban en las cocinas y así fue como con el pote colgado de las llares del calderizo, a la lumbre de cepa de urce, nuestras ellas se las ingeniaron día tras día para poner la cazuela de barro sobre la mesa desde tiempos de los Zoelas.

La Matanza, allá por San Martín, llevaba a nuestras despensas jamones, tocinos y chorizos, también las partes más gelatinosas, patas, a las que se les quitaban las "Cascañetas" tras el chamuscado, orejas.

La historia documentada data de 1884 cuando llega a una posada de Alcañices un tal José Alvarez Builla y la posadera le aconseja y ofrece un plato casero típico de las familias alistanas, tan sencillo como sabroso, arroz con patas y oreja de cerdo. Quedó prendado y allí donde iba contaba sus grandezas. Hasta que un amigo suyo le escuchó y tomo buena nota: era Ángel Muro, autor en 1892 del "Diccionario General de Cocina". Su siguiente obra fue "El Practicón" en 1894, "un tratado completo de cocina al alcance de todos y aprovechamiento de sobras", donde el arroz a la zamorana se convirtió en plato estrella.

Fue tal el éxito que se publicaron hasta 34 ediciones desde 1894 hasta 1928. Durante el reinado de Alfonso XIII y Segunda República cayó en el olvido, el libro, que no el plato, el cual en Aliste fue manjar durante la Guerra Civil y tras ella. En 1980 se volvía recuperar y publicar y uno de sus valedores fue el veterinario alistano, natural de Figueruela de Abajo, Eleuterio Ferreira. El arroz a la zamorana es un manjar de pura sangre alistana un plato de supervivencia y más aderezado propio de las bodas antaño de invierno: dignidad y sabor de la mejor gastronomía.