"A aquellos que tuvieron el coraje de no callar". El periodista Juan Ignacio Cortés dedica "Lobos con piel de pastor" a F. L., Emiliano y Daniel, víctimas de abusos sexuales por parte de sacerdotes. Porque de eso trata el libro, de pederastia en el seno de la Iglesia católica. Un relato, a ratos estremecedor, sobre el "mapa del horror" en el mundo, incluidos los contados casos que han salido a luz pública en España. Publicado por una editorial católica, el autor describe la "tibia" reacción de la jerarquía eclesiástica ante lo que el Papa Benedicto XVI calificó como "la mayor crisis de la Iglesia católica". La entrevista se hizo un día antes de que todos los obispos de Chile presentaran su dimisión al Papa, a raíz de los escándalos de abusos sexual que han hundido en el desprestigio a la Iglesia chilena.

-"Lobos con piel de pastor" se adentra en un terreno proceso y muy incómodo para la iglesia ¿cómo nació la idea de investigar los abusos sexuales?

-Fue un encargo de la editorial San Pablo, en concreto de su directora Mª Ángeles López Romero. Un encargo al que me resistí porque no es un tema atrayente ni fácil pero las circunstancias, entre ellas la insistencia de la directora, me llevaron a que acabara aceptando. Era un tema del que había oído hablar, sobre todo de los casos más mediáticos, pero que no conocía el fondo.

-Esos casos mediáticos son los que han dado luz a una historia con una intrahistoria espeluznante, ¿qué revela este trabajo de investigación?

-Una historia de horror sobre todo y también de esperanza en algunos casos, porque es verdad que, por ejemplo, las víctimas de otros países como Estados Unidos, Australia o Irlanda se han organizado, han sabido darse apoyo mutuo y contribuir a sacar a la luz estos hechos terribles. Pero sí, sobre todo se describe una historia de horror y de tremenda hipocresía y doble moral por parte de la Iglesia. Esto es terrible en cualquier institución, pero más en una que representa para muchas personas a Dios en la tierra. La Iglesia católica ha sido tremendamente dura con las víctimas; afortunadamente la línea oficial ha cambiado y ahora se las empieza a escuchar y se las acoge. Lo que pasa es que vemos que esa línea oficial tiene muchos problemas para implementarse en el día a día y sobre todo en algunos países que todavía siguen negando la realidad de los abusos, como es España.

-Usted ha buceado en fuentes eclesiásticas y recogido testimonios como el de un vicario judicial o un sacerdote jesuita miembro de la Comisión Pontificia para la Tutela de Menores de Roma ¿ha sido fácil acceder a las fuentes de la iglesia?

-Ha habido instituciones eclesiásticas y personas de la iglesia que me han atendido, las que más bajo condición de anonimato y otras públicamente. Es el caso de Gil José Sáez, vicario judicial de la Diócesis de Cartagena; o Miguel Campo, un sacerdote jesuita asesor de la Confer (Confederación Española de Religiosos) y en algunas otras congregaciones religiosas me han dado algunos datos. No demasiados porque a nivel de España el mayor escollo que veo es que los abusos sexuales a menores por parte de sacerdotes no se termina de considerar un problema. Es la misma actitud de negación que hubo en su día en otros países, como Estados Unidos, Irlanda o Australia, donde luego se descubrió que había miles de víctimas.

-¿En España es posible hacer al menos una aproximación del alcance de los abusos en el seno de la iglesia?

-Aquí se sabe de algunos casos públicos, unos cincuenta más o menos, aunque se sospecha que sean muchos más. Pero como dice la profesora Gema Varona, criminóloga de la Universidad del País Vasco, independientemente del número, las víctimas necesitan atención psicológica, social, y creo que también pastoral. Porque aunque muchas hayan renegado de la iglesia a raíz de lo que sucedió, eran parte de la misma. Una atención que no costaría mucho, estableciendo un centro de referencia a nivel nacional para que las víctimas pudieran acudir, no ya solo para denunciar sino contar lo que ha pasado y recibir un apoyo de gente especializada.

-¿Existe ese servicio en otras diócesis del mundo?

-Sí, la propia iglesia ha creado centros de ese tipo en Irlanda, Bélgica o Alemania. Si en España se hiciera lo mismo posiblemente aumentaría el número de denuncias, animaría a más gente a hablar. Pero la iglesia española no está siendo muy generosa, está aplicando la táctica de otros países al principio, a la defensiva y con negación.

-Los casos que empiezan a hacerse públicos en España surgen por la valentía de víctimas que desde la soledad y la indefensión más absoluta durante años deciden dar el paso, pero con un gran coste personal.

-Para hacer lo que hicieron personas como F. L. (el caso del ex seminarista de La Bañeza que destapó este diario) o Daniel, en el caso Romanones, se necesita un coraje tremendo. Porque denunciar es revivir el infierno de lo que pasó, exponerse a que otras personas lo sepan con el riesgo de que te lo puedan echar en cara o pueden pensar que eres un aprovechado por sacar los abusos después de tantos años; sospechan, plantean que algo estás buscando. Eso es terrible. Y luego está el hecho de enfrentarse a una revictimización. Lo estamos viendo con muchas otras cosas, no solo de la iglesia. Por ejemplo con la violación múltiple de "La Manada", durante gran parte del juicio la chica era la sospechosa, como que tenía que demostrar ella que era víctima. Con la pederastia pasa también. Todo el mundo que conoce un poco esto sabe casos de víctimas que han reunido el valor suficiente para ir a la Iglesia, al Obispado correspondiente y de alguna manera les han toreado.

-Ahí está la batalla de F. L., la víctima de los abusos del ex párroco de Tábara.

-Sí, porque de todo lo que le han dicho que iban a hacer, nada de nada. Lo solucionan con una sanción ridícula al sacerdote abusador. A F. L. le dijeron que iban a sancionar a los encubridores y que iban a indemnizarle, aunque no era su objetivo, y lo único que consigue es un castigo mínimo a su abusador y de los encubridores y la compensación nada. La conclusión es que al final F. L. sale más herido de todo esto.

-En la entrevista que le hace al vicario de Cartagena en el libro, éste explica el proceso que debe seguir la Iglesia cuando recibe una denuncia de pederastia y establece la retirada temporal de presunto abusador durante el proceso y resarcimiento de los daños. Ninguna de esas dos premisas se han cumplido en el "caso Ramos Gordón".

-Por un lado están los protocolos que marca el Derecho Canónico, sobre los que el mismo Gil José Sáez dice que se aplican mal. Todo indica que hay una enorme falta de interés y falta de personal formado en estos temas. Porque aunque esto se veía venir a nivel global desde los años 50, cuando había decenas de sacerdotes internados en centros con problemas psicológicos, de adicción o sexuales en Estados Unidos, la realidad es que nadie se preparó para esto. Hay muchísimos abogados canonistas, muchísimos sacerdotes y jueces jurídicos especializados en temas matrimoniales, pero no en el abuso.

-Sin embargo estamos ante "la mayor crisis de la Iglesia católica desde la Reforma Protestante" como admitió el propio Benedicto XVI y usted recoge en el libro. ¿cómo se entiende entonces esa falta de interés?

-Ocurre que cuando hablamos de los abusos, cuando uno profundiza en el tema se da cuenta de que está en juego no solo el hecho de unos sacerdotes que abusan de niños, que es gravísimo, sino de que todo eso surge de algo. Sobre todo es una situación de abuso de poder, porque yo lo valgo, jugando con la vida y con los sentimientos de la gente. Esa prepotencia viene de una cierta concepción monárquica de la iglesia donde el Papa es el rey, los cardenales son los ministros, los obispos los secretarios. Y esa concepción piramidal se opone a una iglesia más abierta, más cristiana, en correspondencia con lo que dice el Evangelio. Una iglesia más pueblo de Dios, de comunidad y de fraternidad donde nadie está por encima de nadie. Y el abuso viene de esa otra idea de la Iglesia como una institución de poder. Hacer esa conversión es muy complicado porque mucha gente ha hecho de esa concepción jerárquica el sentido de su vida.

-Se apunta a Benedicto XVI como el primer Papa que admitió los abusos y empezó a tomar medidas ¿es así?

-Sin duda. Es verdad que Benedicto XVI era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe en el Pontificado de Juan Pablo II y jugó un papel muy ambiguo en muchas cosas. Y en el caso de los abusos parece lógico pensar que sabía mucho más de lo que admitía. Por ejemplo, cuando la ABC norteamericana saca un reportaje sobre Maciel (fundador de los Legionarios de Cristo acusado de múltiples abusos), poco después de que estallase el escándalo de Boston, el corresponsal de la cadena le pregunta a Monseñor Ratzinger y éste le da un golpe en la mano y le dice algo así como "no me haga esta pregunta, venga cuando llegue el momento". Como indicando, se más pero no es el tiempo de decirlo. Pero luego también es verdad que tiene esa intervención en el Vía Crucis de la Semana Santa, con Juan Pablo II agonizando, donde habla de esa iglesia llena de basura que hay que limpiar. Después es elegido papa.

-¿Por qué Juan Pablo II, un Papa tan popular y cercano no plantó cara al problema de los abusos sexuales?

-Juan Pablo II estaba en otras cosas, en promover la nueva evangelización, en una visión mucho más conservadora de la Iglesia. Apoyando a los mismos Legionarios de Cristo, muy alejados de otros movimientos como la Teología de la Liberación en América Latina. Juan Pablo II no hizo nada para atajar los abusos. No quiso saber, aunque había una evidencia muy grande y durante su pontificado estalla el escándalo de Boston, a partir del cual nadie puede negar que la iglesia norteamericana tiene un problema gravísimo. Pero no actuó. Benedicto XVI empieza a cambiar eso, pero al igual que Francisco se encuentran con resistencias enormes porque toca muchos intereses. Pero sin duda Benedicto XVI representa el cambio.

-¿Esos nuevos aires que llegan de Roma cree que tienen efecto en la Conferencia Episcopal española?. El gesto más visible que se ha visto es un día de oración por las víctimas de abusos sexuales.

-Lo que está claro es que la Conferencia Episcopal no se quiere dar por enterada. Los protocolos de actuación que tienen para los casos de abusos sexuales de menores son tremendamente ofensivos. Cuando hablan del sacerdote presunto culpable hablan como de un hermano, y en el caso de la víctima como que hay que tener cuidado porque existen intereses espurios. Eso lo dice un documento de la Conferencia Episcopal. Pero nunca se han dirigido a las víctimas, no ha creado ningún centro de atención. Para los obispos la pederastia es un pecado horroroso, monseñor Blázquez estuvo en la presentación del libro de Daniel Pittet (suizo violado cuando era un niño por un sacerdote capuchino y autor de "Le perdono padre"), la línea oficial es tolerancia cero. Pero, como dice el refrán, "obras son amores y no buenas razones".

-El propio F.L. lo dice en las cartas al Papa: "sobran palabra pero faltan los hechos".

-En España incluso faltan palabras porque tampoco es un tema del que les guste hablar. Solo hicieron esa jornada de oración por las víctimas de abusos sexuales, el 20 noviembre, pero suena un poco a cubrir el expediente.

-En su contacto c on las víctimas para realizar el libro ¿cómo ha encontrado a estas personas?

-Me he encontrado historias de gente muy desgarrada, en muchos casos que no ha conseguido una vida normal o si lo han hecho, con mucho esfuerzo y siempre bordeando las fronteras de territorios muy oscuros. Te dicen, "cada día para mi es una lucha". En otros casos que he podido conocer los abusos les dejaron confusos, se metieron en una espiral de drogas, sexo, vidas al límite, con un componente autodestructivo muy fuerte. Desde luego son unas vidas marcadas por el dolor y el recuerdo, eso es muy difícil de reparar y la Iglesia no está ayudando. Es muy triste que no esté tendiendo una mano.

-¿Qué pasará de ahora en adelante en España, una vez que empiezan a salir casos, aunque muy tímidamente en comparación con otros países?

-Lo que ha pasado en otros países es que saltaron unos escándalo tan grandes que no era posible negarlo más. A mi me gustaría que en España no fuera necesario eso, pero somos de una cultura de no denunciar, de no pedir cuentas. En Irlanda unos documentales sobre lo que había ocurrido en los internados durante las últimas décadas causaron tal escándalo que el gobierno y la iglesia tuvieron que pedir perdón, hubo una comisión de investigación y eso dio lugar a nuevos escándalos y más comisiones. Y una iglesia como la irlandesa que era muy poderosa, ahora su influencia social ha disminuido mucho. En España se produjo un documental parecido "Los internados del miedo", estremecedor y no pasó nada. Y casos como el de La Bañeza o el de Romanones tampoco han provocado una reacción como para que la iglesia española se de por enterada.

-No se comprende mucho cuando hablamos de abusos sexuales a menores, un delito gravísimo, aunque haya pasado el tiempo.

-Hablando con abogados expertos en tema de menores me explican que hay mucho reparo por parte de la sociedad en general a reconocer que el abuso existe y no solo en la Iglesia, también en la familia, en los clubs deportivos etc. La sociedad es reticente a ponerse delante de ese espejo. Por eso me gustaría que este libro contribuyera a resaltar el tema, a agitar el árbol. Me gustaría que los obispos españoles reflexionasen viendo lo que está pasando con los obispos de Chile, que están en Roma y el Papa les ha puesto de cara a la pared con los brazos en cruz (el viernes presentaron la dimisión en bloque). Sería muy triste que dentro de unos años fueran los españoles los que estuviesen allí porque no han hecho los deberes.

-Sin embargo este libro sale publicado a través de una editorial católica. Llama la atención cuando habla de la inercia de la jerarquía con los casos de pederastia.

-Hay que reconocerle un valor increíble a la editorial San Pablo, y sobre todo a su directora Mª Ángeles López Romero, por el valor de publicar algo que ni siquiera yo les propuse sino que ellos me han encargado. Creo que esa es la actitud que necesita la Iglesia para hacer borrón y cuenta nueva con el problema de los abusos. Limpiar los cajones, ver lo que hay, pedir perdón, compensar e intentar aprender y salir de este trance purificados.