El museo Abade de Baçal, en Braganza, acoge una exposición "Memorias do Salto", que recoge testimonios y documentos del paso clandestino de portugueses por la frontera española en dirección a Francia, entre 1953 y 1974. Las incursiones organizadas desde Braganza aprovechaban los pasos, a través de Sanabria y Aliste, para el tráfico de personas que, sin permisos de trabajo, querían llegar a Francia. Durante la Guerra Civil española y la posguerra el camino fue el inverso, de España a los puertos lusos en busca de un destino en América. Si los españoles huyeron por la guerra y la persecución políticas, entre los años 40 y 50, el motivo en Portugal era la acuciante necesidad de mejorar las condiciones económicas y la falta de libertad política.

La muestra detalla los motivos, las personas artífices de llevar a los grupos y las penurias del viaje. Otro capítulo, la llegada, recoge documentos y permisos de trabajo, generalmente falsificados, con los que se entraba en Francia y la adaptación a un nuevo país. Algunos utilizaron los documentos de otras personas.

La muestra consta de material gráfico y audiovisual de las personas que realizaron el trayecto como pasadores o como fugados. Los testimonios recogidos entre pasadores lusos, reflejados en la exposición, relatan las incursiones no siempre exitosas por las persecuciones de la policía política portuguesa (PIDE), y la Guardia Civil. Algunos cruzaron sintiendo los tiros al lado del cuerpo. En otras ocasiones los agentes "miraban para otro lado", pues también tenían que ganarse la vida.

Los pasadores portugueses se encargaban de sacar a las personas por la frontera hispanolusa, donde otros "pasadores" españoles completaban otra parte del trayecto en unos casos por Zamora, por Orense en dirección a Valladolid y León pero siempre buscando la ruta al País Vasco y con el objetivo de la siguiente frontera. En carro, en barquichuelos para sortear el Duero, a pie? así iban avanzando en su objetivo, aunque más de una vez fueron hechos presos por la PIDE o la policía española. Los testimonios de los emigrantes relatan jornadas a pie, sin comer ni beber, o la necesidad de emboscarse para no ser atrapados. Hubo engaños, como la de aquel timador que llevaba a los emigrantes hasta la aldea portuguesa de França, a escasa distancia de la frontera entre Portelo y Calabor, y soltaba "ya hemos llegado" sin haber dejado tierra lusa ni ver asomo de la Galia. La similitud del nombre de la aldea con el país era fuente de engaño. En otros casos, los emigrantes que pagaban por adelantado eran engañados y no llegaban a su destino. A veces era la familia que se quedaba la que pagaba, una vez que llegaban al país deseado. Hombres, mujeres y niños se vieron sometidos a este tráfico de personas lucrativo para los pasadores.

La estancia en el nuevo país fue dura. Uno de los emigrantes llegó a casa y le dijo a su primo que se volvía a Portugal. La respuesta fue "faz lo que quieras, ya eres mayorcito, estabas en la miseria vuelve para ella". En cuanto mentó la miseria pensó que "tenía razón". Hasta ahora. Los emigrantes siempre se sintieron, quisieran o no, extranjeros allí donde iban, hasta el punto de padecer "saudades" (añoranzas) de Portugal y Francia.