Fermoselle es una villa "hueca", que esconde bajo sus calles y edificios un asombroso mundo de bodegas por una población vinariega y cuya génesis arranca nada menos que en la Edad Media.

Gracias a la actividad vinícola de un contado número de elaboradores profesionales que apuestan por este producto de la buena mesa, a la voluntad restauradora y conservadora de algunos propietarios que valoran la historia y lo etnográfico, al tradicional apego de vecinos que siguen fieles a cosechar sus propios cántaros de vino, y al potencial enoturístico del patrimonio tallado en el subsuelo, este soterrado paisaje comienza a formar parte de rutas guiadas promovidas por particulares, colectivos como la Asociación de Tamborileros Juan del Encina o la Casa del Parque Natural de Arribes, convento de San Francisco.

Es un cosmos subterráneo independiente, interconectado y hasta obstruido, que huele al fruto de Baco o a humedad, y que conforme a la mano que se haya puesto en ellas encierra tanta admiración como peligro.

Décadas y siglos de laboriosa excavación han dejado bajo el urbanismo externo de Fermoselle un patrimonio alabado por todos, olvidado por muchos y cuidado por algunos particulares y algunas peñas. Es con todo, en gran parte, una arquitectura desconocida, marcada por las zarceras, portezuelas y arcadas que jalonan cada paso dado por el extraordinario callejero de la villa, y que sorprende en sus interiores por el calado de los abovedados y hasta por la tinajería que alberga, como es el caso de la radicada en la subida al Convento, propiedad de "Las Cuarenta", recientemente restaurada.

Salvo el suelo de la iglesia y del Ayuntamiento toda la villa está minada, aunque hasta los propios cimientos del templo de Nuestra Señora de la Asunción llegue una de las bodegas "mas bonitas" y dignas de ver, al decir de José Antonio de la Torre.

Los antepasados encontraron en las entrañas del macizo arribeño el lugar apropiado para almacenar y elaborar un producto que es signo de identidad en la capital de Arribes: el vino.

El fermosellano Benigno Garrido, experto y profesional del sector vitícola, pone de manifiesto que en la actualidad se dan en Fermoselle "tres situaciones". Hace referencia a las bodegas "de tipo recreativo, recuperadas y que están musealizadas con su propio planteamiento". A este perfil responden ejemplos como El Pulijón. Un segundo modelo que sigue cumpliendo la función de elaborar, guardar, envejecer y comercializar vino. Es una actividad que pasa todos los controles y las bodegas están adecuadas técnicamente y adscritas al Consejo Regulador. Pertenecen a este tipo bodegas como Ocellum Durii, Fontanicas, Almaroja y Pastrana. El tercer grupo son aquellas construcciones de particulares que siguen abriendo y cerrando puertas sus bodegas, y trasegando vino para sacar adelante su propia o familiar cosecha. Y cierran el panorama todas aquellas que están abandonadas, descuidadas, cerradas e incluso entoñadas adrede cuando se hizo la reforma de calles en la villa.

Quienes mantienen la bodega restaurada y disfrutan de su uso son conscientes del valor que representan, y del interés que despiertan en los visitantes. La Peña "El Pulijón" ha hecho de las bodegas un santuario de la convivencia y de la gastronomía. Las suyas son uno de los destinos elegidos para que los turistas contemplen el Fermoselle que existe bajo las calzadas y edificios. Calles como Requejo, Palomberas, La Nogal, El Arco, Tenerías, Fontanicas solo son algunos viales salpicados de "buracos".

"El pueblo de las mil bodegas" dice Benjamín Pilo que llaman a la villa de Arribes, aunque en su creencia "hay más". Hay quien cifra el número "en 1.800". De hecho no existe un registro oficial de bodegas, de ahí que unos hablen no de titulares sino de la pertenencia "a tal o cual familia", por lo común, ligada al apodo, que en Fermoselle es la pura identidad.

Pilo, nacido en 1933, vivió la etapa de mayor trajín vinatero de Fermoselle, cuando se cosechaban "trece o catorce millones de kilos de uva". Expresa, al referirse a semejante ecosistema, que "es algo que no se puede ni imaginar".

Aunque existe una tendencia a la restauración, son decenas los nichos que permanecen a medio entonar y cientos las entoñadas por derrumbes, descompuestas por el abandono, repasadas por el agua o muertas.

El macizo colonizado por la urbe fermosellana esconde una colonia de galerías y cavidades impresionante, labrada desde que los primeros pobladores eligieron este asiento arribeño para perpetuarse y hallaron en la vid y el olivo dos plantas dignas del aprovechamiento, superior al cereal.

El llamativo callejero de la villa advierte con sus múltiples zarceras, arcadas y puertuchas que bajo las viviendas y montículos hay vida, o un pasado que ocupó de lleno a los moradores.

Tomás Marcos, gerente de la enoteca del Marques de la Liseda, lleva parte de su vida tratando de convencer a todo el mundo del potencial turístico de este imperio. Está entre quienes quieren promocionar este valor subterráneo y conseguir que Fermoselle gestiona las bodegas como aliciente turístico. Cuenta con una bodega siglo XVIII en uno de cuyos huecos son visibles las estalactitas formadas porque, algo típico en estas cavidades, el suelo supura y el agua gotea constantemente. Es un espacio reservado y protegido con una valla. Destaca la temperatura que mantienen estos interiores, entre 18 y 20 grados en verano, y entre 12 y 14 grados en invierno.

Admirable es la bodega de Aníbal Veloso, desnuda de cubas y otros elementos, pero un verdadero referente del patrimonio de bodegas que esconde Fermoselle. Sus departamentos, arcadas, zarceras, asientos, huecos, tallas, tajos y marcas presentes en las paredes dan fe del ímprobo trabajo realizado por los artífices de estos nidos del vino. La típica arquitectura es vista y admirada por cientos de personas porque Veloso abre las puertas a cientos de personas interesados en conocer estas joyas del pasado.

Garrido destaca "la ingeniería" desplegada en Fermoselle, donde se pueden apreciar "dos maneras de construir: una la propia del casco urbano, bajo las viviendas, y otra la diseñada en el denominado "Montón de Tierra", también llamado "el tesoro de Fermoselle", con bodegas situadas "en cinco niveles y que supone algo impresionante".

Manuel Fermoselle, inmerso en el negocio urbanístico, afirma que la compraventa de bodegas es un comercio fresco, algo raro, virgen y poco explotado. Todo el mundo la quiere pero pocos están dispuestos a pagarla. Señala que "los propietarios no están por el alquiler: o se venden o no".

Benjamín Pilo nació en 1933. Este octogenario asegura que "las bodegas se llenaban cuando todo era viñedo, y antes de hacer la cooperativa Virgen de la Bandera. Habría entonces en Fermoselle 6.000 o 7.000 habitantes porque había 1.500 vecinos con cuatro o cinco de familia. Existían unas 2.000 caballerías para trabajar el término. Lo viví y estaba hasta la misma orilla del río. Donde no se podía meter la caballería se cavaba con azada".

La uva, prosigue, "se traía en las caballerías, en dos asnales de mimbre. Se echaba una soga por arriba y andando. Luego vinieron los cestos de goma, allá por los años de 1960. Una caballería traía los que se quisiera, pero los asnales harían unos 70 kilos cada uno, aunque si te obligabas igual cargaban los 200 kilos".

Eran bodegas preparadas con cubas de madera con capacidades que llegaban hasta los 300 cántaros. Benjamín Pilo, que asegura que "no prueba el vino", relata que "se hacían cubas a barullo. Los carpinteros vivían de ello. Carpinteros como los Tarabilla y el tío Silva, que era un figura, llevaban en sus manos la construcción de las cubas". Era un trabajo de artesanos. "Tenían su maestría porque las cubas tienen su qué. Las lenguas van de lado a lado pero los culos, digamos, tienen que llevar un gargallo para que quede aritmético. ¿Si se va el vino de los toneles qué haces? Cuando llegaba agosto, en muchos sitios que no eran bodegas finas, había que entrar dentro de las cubas para rociarlas y que se hincharan. Todos los días echando agua a la cuba con una lata para lavarla. Se entraba por la boca, por donde entraba el cuerpo, y se usaba una escalera si la cuba era de grandes dimensiones" apunta el fermosellano. Para dar fe del potencial vitícola de Fermoselle apunta que "en la cooperativa llegaban a meterse ocho millones de kilos de uva y otros cuatro o cinco millones fuera de la misma". Con semejante producción los depósitos alcanzaban magnitudes más que sorprendentes, con la singularidad de tener que montarlos dentro de las bodegas.

"Había cubas de 40 cargas, de unos 400 cántaros, 300, 150 y 150. Venía la gente de Salamanca a comprar vino y cada año se vaciaban. No ibas a dejar restos para que se picara. En un año se consumía no una, veinte, porque si no al año siguiente ¿dónde metías la uva? A lo mejor venían 20 camiones pequeñitos. Desde la cuba se sacaban al camión y era tela porque se hacía con pellejos y a las costillas; pellejos que hacían cuatro o cinco cántaros. Y en muchas bodegas a lo mejor había que ascender veinte peldaños. No había ni mangueras ni bombas ni nada de nada: ¡pellejos!" recuerda Pilo.

El gran declive llegó de la fiebre del arranque de viñedo, por la década de 1980 y 90. "Arrancamos porque no valía el producto, era mucho trabajo y no sacabas nada. Con la Comunidad Europea vino el arranque y se quitó la fuerza del viñedo. Por arrancar unas 100 pesetas (0,6 euros) por cepa. Se arrancó la cepa vieja que es la mejor, porque es la que tiene grado. Da menos cantidad pero es calidad".

Benjamín Pilo sostiene que "Fermoselle es un pueblo con historia. Hay pueblos que no tienen otra historia que sembrar cereal y coger el cereal, pero en este pueblo hay viñedo, olivo y fruta a montones porque se cría de todo por el clima". No obstante, sentado en sobre una plancha de granito próxima a la entrada a una bodega, ve el futuro con incertidumbre. Expresa que "los que conocimos esto pensamos que Fermoselle llega a ser un pueblo fantasma".

Precisamente el cosmos de bodegas que esconde Fermoselle es un patrimonio que los colectivos vivos de la villa pretenden revalorizar y, en lo posible, mostrar para impulsar las actividades turísticas y socioeconómicas de la villa. Tiene la suerte de estar tallado en granito o en material pizarroso, en casos reforzadas con arcadas de sillería propia de los templos, que da a estas cavidades una garantía de solidez frente a otros mundos de bodegas labrados en suelos arenosos o barrosos.