Pasó la Semana Santa y Zamora retorna a su estado natural, el de cascara vacía. Lo hace somnolienta y ofendida con el tiempo, ya ves, como si alguien pudiera frenar el día o la noche, como si alguien pudiera amarrar las nubes con candados. La lluvia caída en los últimos días, esta vez sí, ha sido mal tiempo porque puso paños húmedos a la Pasión, dejando a la intemperie las expectativas de muchos. Cuando dentro de unos años se pueda abrir o cerrar el grifo de las borrascas a voluntad, será la guerra. El hombre dominando el clima y no al revés. Entonces sí, entonces sí, que se extinguirá la humanidad, a palos.

Retorna la actividad a esta tierra y vuelven de cara las desazones. No respiran a pulmón abierto los zamoranos de dentro, siempre con preocupaciones en el pecho. No es fácil avanzar cuando las rémoras tiran de las perneras del pantalón.

Es raro, pero estamos en ese tiempo en que agricultores y ganaderos te saludan con una sonrisa. ¿Quién lo diría? Siempre maldiciendo, día y noche mirando al cielo. Algo tiene que pasar en Zamora cuando el sector agrario no llora y se ha puesto ahí, a mirar por la ventana.

Lo que ha sucedido es insólito, desde luego: han caído de media 150 litros de lluvia por metro cuadrado desde hace poco más de un mes, desde el pasado 27 de febrero. De la secura a la humedad más profundamente fecunda. De las lágrimas sin grano al bálago que se anuncia consistente, con espigas reventonas y doradas.

El campo está sufriendo una metamorfosis, casi un milagro. El verde acerado empieza a cubrir los amarillos de ayer. Se ven las primeras olas, que van y vienen ondulando lo que todavía es esperanza. Que nadie nos quite esta alegría, como nos han quitado tantas cosas en esta tierra. No hay nada más bonito que ver como el horizonte se pone tieso y pide a gritos un pintor para que lo inmortalice.