La mañana se aúpa al calendario a cuatro patas. Pintada de gris hiemal y sin dejar de moverse en el objetivo. Viento del manantial que endurece el marco, todas las aristas afiladas como un tocón de encina recién arrancado. 31 de diciembre de 2017, vencido el mediodía y agostadas las piernas del subibaja de la Peña el Pollo. Maldita galerna mesetaria que diluye los vientos y confunde a Zara, que vivaquea incansable buscando no se sabe qué. La naturaleza, silente escucha el zumbido inmisericorde que pare una burbuja sobre la pompa inmensa del horizonte frío. El teso se prende al pecho y duele con olor a tomillo. De repente...

Primero es el ruido, el aleteo anárquico que estalla de improviso. El cazador se pone tenso, cogido por las entrañas por ese estado que lleva al principio de todo, de la especie. De repente, el marco se achata y lo que era extenso como el mar se comprime en una sola imagen. Todo se diluye y ahí, en ese instante, sostenido por una depresión repleta de chaguazos, el universo se hace dual: cazador y pieza, vida y muerte, abrazados.

La "patirroja" se levanta como un helicóptero tras la montaña: suave porque la frena el viento. Intenta comerse el cielo deprisa, deprisa, para ocuparlo y perderse entre perfiles de parcelas verde botella. Es un instante que dura una eternidad. Puro instinto. El bulto alado, la escopeta arriba, la cara en la culata, el dedo en el gatillo, coordinación de movimientos y pom. No hay necesidad de más. La perdiz, abatida, cae a plomo, desmadejada pero sin abandonar la belleza.

Zara se ensancha, bebe todos los vientos en un suspiro y rompe a correr hacia la pequeña meseta que se hace fuerte en un saliente de la gavia. Nadie la controla e intenta rematar lo que ya está exangüe. "Zara, quieta, tranquila, suelta, despacio, no ves que ya está muerta, pobrecita, déjala...". Pero no es fácil convencer con palabras cuando manda el instinto. Unos segundos y vuelve la realidad y el aire vesánico.

El cazador pierde su condición y se entristece al ver la belleza vencida por la furia, yerta. Recuerda la frase de Delibes: "Una perdiz, aún muerta, es un bodegón, no hay sangre; eso no ocurre con otras piezas de caza...".

Esta es la crónica de la muerte de la última perdiz roja que se abatió esta temporada en el coto de caza de Sanzoles. Fue el pasado 31 de diciembre, el último domingo de los cinco del mes, únicas jornadas en que se pudo disparar a esta especie.

El mismo día en que ocurrió la escena el cazador vio, unas horas antes, una pareja apeonando por el pago del Judío. Estaban lejos y ni siquiera les disparó por miedo a herirlas. Una pieza tocada en el campo es un regalo para zorros y otros animales, un chorro de desazón para el disparador.

Cinco jornadas se ha podido cazar la perdiz esta campaña en el término de Sanzoles, pero no debería haberse cazado en ninguna. La población de "patirrojas" es tan escasa en ese coto y en la mayoría de la provincia que debería haber estado prohibida. ¿Por qué no ha ocurrido así?

Ayer se cerró la campaña de caza menor en toda Castilla y León. Desde luego en perdiz y por mucho que se haya querido ocultar, ha sido un desastre. La reina de la caza está tocada de ala, en peligro de extinción, pero nadie hace nada. Los cazadores porque esgrimen su condición de salir al campo y no son capaces de asumir la realidad, y la Administración regional, la Junta de Castilla y León, porque es cobarde y no se atreve a tomar medidas. Este año lo tenía a huevo y, aún así, se ha achantado.

No creo que ningún cazador con dos dedos de frente se hubiera negado a aceptar la prohibición de la caza de la perdiz la temporada que acaba de morir. Una sequía de caballo, polladas muy escasas por una primavera sin abrigos ni cobijos, que expuso a los perdigones a las aves rapaces y hasta a las cigüeñas. Cuando se inició el cazadero, la "patirroja" estaba muy débil por la falta de lluvias y porque al no haber otoñada perdió esa primera hierba reconstituyente en su dieta.

Proteccionistas, la Administración y una parte de la sociedad piden responsabilidades a los cazadores. Algo de razón tienen, pero no toda. En estos casos debe ser la Junta, por lo que se refiere a Castilla y León, quien actúe. La situación se sabía que era tan grave que necesitaba medidas drásticas y esas solo las puede tomar la Administración en aras de la protección de un bien que es común.

¿Por qué los cazadores han matado esta temporada perdices sabiendo que se han convertido en un bien escaso? Porque muchos de ellos aún no son conscientes de que la caza es renuncia y que tiene mucho más que ver con la protección y la selección de especies, en aras a un equilibrio biológico, que con la muerte de animales. El conductor tiende a pisar el acelerador cuando entra en una autovía, pero para evitar que alcance velocidades peligrosas está la DGT y sus normas, basadas en la estadística y la realidad, pensadas para beneficiar al conjunto de la sociedad.

Resulta imprescindible proteger al máximo las especies cinegéticas. La temporada ha sido muy buena en conejo y normal en liebre. Sobre esta última especie hay un debate que hay quien tiene miedo abrir, pero que será necesario hacerlo alguna vez: ¿deben ser las "rabonas" en exclusiva para los galgueros? El sentido común dice que sí en la mayoría de los cotos, aunque seguro que también puede haber algunas excepciones.

Pero el problema ahora está en la población de perdices. No es asunto nuevo, se lleva acumulando desde hace años. El régimen de caza, pero también el desequilibrio entre especies, la utilización de herbicidas y pesticidas y un cambio en los usos agrarios y ganaderos pone en peligro la supervivencia de esta especie, la más emblemática de la caza menor, un lujo para nuestros campos por su belleza y su cercanía al ser humano cuando intuye que no hay peligro y su "fiereza" cuando se ve perseguida. La "patirroja" siempre ha estado unida a esta tierra de cultivos cerealistas. Su desaparición sería un drama ecológico que supondría, seguramente, la desaparición de la caza menor.

Salvar la perdiz es una obligación de todos, pero sobre todo de la Administración y de los cazadores. Estos, la Federación, han propuesto una serie de medidas a Bruselas para proteger esta especie. Debe ser la Administración quien asuma el coste y no los propietarios de terrenos, quienes van buscando la rentabilidad de sus explotaciones. El tiempo no juega a favor de nadie.