Aitor Arribas se llama el Zangarrón de Sanzoles de este año. El apellido, sin duda, es muy importante. Más en una celebración tradicional que une generaciones, que pega épocas con el cordón umbilical de la costumbre. Aitor Arribas es el séptimo Arribas que en los últimos años encarna la mascarada de invierno declarada fiesta de interés turístico regional. Otra singularidad: Aitor Arribas se ha puesto hoy la misma máscara que estrenó su padre hace 30 años. Eso es esta fiesta: orgullo y sentido de la responsabilidad. Hay que hacerlo mejor que el anterior: correr más, pegar más, hacerse respetar más.

Ayer hubo ensayo general. Los once danzantes demostraron lo que han aprendido: baile y toque de castañuelas. Tanis dirigió la función a ritmo de flauta y tambor, música que según algunos estudiosos es pura reminiscencia de la grecolatina. Todo salió perfecto. Y por la tarde, con la lluvia dibujando un horizonte insólito, se celebraron las vísperas. Carreras, agobio, palos y sentimiento.

En las vísperas el gentío ahoga las filas de danzantes y el Zangarrón, todavía sin traje de brujo, se hace respetar. Cuando finalizan las vísperas en la calle, se inicia en la iglesia la bendición de cencerros, una novedad introducida con éxito por el párroco, Manuel San Miguel, quien pidió que el sonido de los cencerros espante los males actuales, incluida la corrupción.

Hoy es el gran día. A las siete de la mañana el Zangarrón ya estará vestido. Y a las ocho y media se iniciará el recorrido por las calles de la localidad de Tierra del Vino. Descanso para desear las pascuas y pedir el aguinaldo y a las doce, misa mayor y de nuevo el Zangarrón y los quintos en la calle, en la Plaza Mayor. Ahora, con San Esteban como testigo.

Al final de la tarde, Aitor Arribas, hará examen de conciencia y dará cuenta a los suyos de su función. Otro Arribas espera. Será otro año, otro Zangarrón, pero ocurrirá. El futuro del pueblo, de Sanzoles, depende de ello.