Chany Sebastián

Tomás Río Villar es uno de los últimos sastres de capas pardas alistanas de honras y respeto, y mañana domingo será homenajeado en la iglesia de Santa Irene Figueruela de Arriba por su labor, junto a otro artesano, Domingo Fernández Martín, de San Vitero.

-¿Cómo y donde inicia su camino Tomás Río Villar?

- Nací en pleno otoño, el día 13 de octubre de 1930, en Abejera de Tábara, pueblo que se sitúa al abrigo de las Sierras de Sesnández y Valer. Mi padre era un afamado albañil y hombre para todo, mi madre ama de casa, encargada del cuidado de la familia.

-Unos malos tiempos aquellos para nacer y para vivir. Usted fue un niño de la guerra.

-Sí. La Guerra Civil fue una cosa muy mala. Las pasamos canutas. Fui a la escuela hasta los catorce años, aunque durante tres, entre 1936 y 1939, época de la Guerra Civil, los maestros iban y venían, aunque yo no dejé ni un día de ir a la escuela. De mis maestros recuerdo a don Pablo Blanco Rodríguez, cura de Abejera entonces, e Isaac Vara Carbajo, un bachiller de la localidad y que a falta de maestros nos formó a la rapaciada de Abejera durante la contienda civil.

-Pronto tuvo que empezar a trabajar y buscarse la vida.

-Mi familia era numerosa y la hacienda no daba para todos. Había que ayudar. Tras finalizar la escuela ayudaba a mi padre en la albañilería. Era muy inquieto y sabía que podía hacer otras cosas y así fue como con 17 años, por 1947, entre a trabajar en Tábara en el taller de sastrería de Vicente Ferreras, natural de Peleas de Abajo. Un año para aprender, pues mi labor era de aprendiz y sin sueldo alguno.

-El Servicio Militar le obligó a irse lejos del pueblo.

-Así es. Me llego la mili y me tuve que ir a Valladolid. Al volver, me di cuenta que en tierras alistanas y tabaresas teníamos poco y se mantiene la tradición de las partijas, lo cual daba lugar a partir las fincas y quedaban tan pequeñas que eran imposible de labrar. Ahora por fin ha llegado la concentración parcelaria. Al regresar retome las clases de confección bajo las ordenes de mi maestro que formaba a una docena de mozos de diferentes pueblo limítrofes a Abejera.

-¿Cuándo inicia su formación con las capas pardas?

-Con veinticinco años. En 1955, nunca lo olvidaré. Mi maestro fue el sastre de Ferreruela de Francisco Ferrero Ferrero, que aunque también confeccionaba los trajes de hombre, era un auténtico experto de las capas pardas. Con el aprendía cortar, picar y coser la emblemática capa de chiva o capa de honras.

-¿Cuándo le llegó el amor y formó la familia?

-Con 29 años estuve dos en una cadena de producción en fundición en Alemania, pasando mucho calor para ahorrar unas perras, mucha fue allí mi soledad y volví para casarme. Contraje matrimonio con Valentina Río Villar y tuvimos dos hijos, Manuel y Antonina que a principios de este año fallecía con tan solo cuarenta y ocho años. Una vez casado alterné varios trabajos de albañil, oficio aprendido de mi padre, en la agricultura o en la vía del tren, pero sin olvidarme del arte del corte y la confección.

-¿Cuántas capas alistanas habrá confeccionado?

-Alrededor de cien. La última que hice en mi taller de Abejera fue para un estudiante zamorano. Aunque no fue la última pues en la Residencia de la Tercera Edad Virgen de la Salud de Alcañices donde resido ahora estoy ayudando a un joven asturiano a elaborar la que si será mi última capa parda alistana. La mayoría de las capas que confeccioné eran destinadas principalmente a los pastores alistanos y tabareses, que son más sencillas, no son tan elaboradas como las de honras y están desprovistas de la chiva. Las capas de honras fueron por encargos especiales para la Casa de Zamora en Madrid, a donde envíe dos de manos de Santiago Antón Vara, y para procesionar el Miércoles Santo en Zamora. Me siento orgulloso de nuestra tierra. Todos debemos luchar por ella.